El momento decisivo para una de las bandas de más rápido crecimiento en América Latina llegó gracias a un instrumento poco probable: un banjo robado.
En 2014, la banda colombiana Morat tuvo una sesión de grabación en Bogotá. Sus cuatro miembros todavía estudiaban en la universidad, eran amigos de la infancia que tocaban en eventos informales y, algunas noches de la semana, se presentaban en bares. Mientras buscaba inspiración, el guitarrista Juan Pablo Villamil tomó un instrumento que no sabía exactamente cómo tocar.
“En ese entonces todos sabíamos que queríamos sonar distinto, explorar cosas”, recordó Villamil en una reciente llamada de Zoom cuando sus compañeros de banda Juan Pablo Isaza, Simón Vargas y Martín Vargas se unieron para agregar sus propios aportes. Grabaron una guitarra de 12 cuerdas y una mandolina, luego alguien vio un banjo colgado en la pared. Lo tomaron prestado y nunca lo devolvieron.
“En cuanto al proceso de aprendizaje, yo diría que fue principalmente en YouTube”, agregó Villamil. “Porque no hay muchos profesores de banjo en Colombia”.
“Mi nuevo vicio”, la canción que estaban escribiendo en ese momento, terminó con un sencillo pero prominente riff de banjo y llamó la atención de Paulina Rubio, la estrella pop mexicana, quien rápidamente la grabó con la banda. El tema se convirtió en una sensación en España y llegó a las listas de éxitos en América Latina y Estados Unidos. Los músicos fueron invitados a Europa para que grabaran más música, y se llevaron el banjo.
En julio, el grupo lanzó su tercer álbum, ¿A dónde vamos?, y la semana pasada comenzó la etapa estadounidense de su gira que los llevará a teatros y estadios en California y Texas, con paradas en Chicago, Nueva York, Atlanta y Miami. Con canciones que abordan la angustia, la nostalgia y el enamoramiento, la banda ha forjado conexiones poderosas a través de fronteras y océanos al hablarle a una generación de jóvenes cuyas ansiedades y preocupaciones personales, grandes o pequeñas, a menudo se desarrollan en un contexto de agitación social.
“Lo que intenta hacer Morat es usar palabras simples para explicar sentimientos complicados”, dijo Pedro Malaver, el manager de la banda. “No estamos tratando de ser Neruda. Solo tratamos de decirle a la gente: no estás solo”.
Las características de lo que Villamil definió como la “firma sonora” de la banda incluyen letras dolidas y nostálgicas sobre el amor no correspondido que recuerdan a los boleros clásicos; coros cantados al unísono; y el uso de instrumentos (como el banjo, el piano eléctrico o la guitarra de acero) que rara vez se escuchan en el pop latino. Han lanzado poderosas baladas, melodías funky de R&B y canciones de rock que se inspiran en el country. “Podemos llegar hasta donde nos permitan los instrumentos”, dijo Martín Vargas, el baterista de la banda.
Musicalmente, la banda es un poco atípica en un ambiente donde el reguetón recibe la mayor atención. Las influencias de Morat incluyen Coldplay, Bacilos, Mac Miller, el poeta y cantante español Joaquín Sabina, Dave Matthews Band, la banda de rock colombiana Ekhymosis y, por supuesto, los Beatles. Villamil e Isaza también son fanáticos del country (escriben y graban a menudo en Nashville), y los hermanos Vargas eran metaleros antes de incursionar en el folk-rock.
“En 2021, no hay un sonido único que defina el pop en América Latina”, escribió Kevin Meenan, gerente de tendencias musicales de YouTube, en un correo electrónico. “En cierto modo, Morat es un microcosmos de esta tendencia que incorpora una amplia gama de sonidos y géneros en su música, y en su caso, suelen usar influencias distintas a la movida más popular del reguetón y el trap latino”.
Leila Cobo, vicepresidenta y líder de la industria latina en Billboard, dijo: “Hay muchas suposiciones sobre lo que es la música latina en este momento, pero es un territorio muy amplio”.
Y añadió: “Morat demuestra que la música latina no es necesariamente lo que ves en las listas de éxitos en un momento determinado. Escriben grandes canciones pop con buenas letras. Son fieles a sí mismos, y constantemente amplían su base de fans”.
Morat comenzó cuando tocaban en la escuela primaria; sus miembros se conocen desde los cinco años. A medida que se acercaban al final de la escuela secundaria, Isaza, Villamil, Simón Vargas y Alejandro Posada, el baterista original del grupo, formaron una banda. Después del lanzamiento de su primer álbum en 2016, Posada se salió para concentrarse en sus estudios y el hermano menor de Vargas se incorporó.
Al principio, los miembros de Morat (que en ese entonces se llamaba Malta) repartían sus discos en los bares de Bogotá hasta que lograron presentarse de manera regular en un local llamado La Tea, donde los fanáticos del grupo eran el personal de seguridad y los mismos músicos mezclaban y hacían los arreglos en las presentaciones en vivo. Pronto, comenzó a surgir su público. “Recuerdo que teníamos un juego: cada vez que tocábamos en La Tea tratábamos de adivinar cuánta gente iba a vernos”, dijo Simón Vargas. “Y, por lo general, llegaban más personas de las que esperábamos”.
Pero no todos veían el potencial del grupo. Villamil recuerda que en la primera reunión que tuvieron con Malaver, que en ese entonces empezaba su carrera como un joven representante artístico, los rechazó después de escuchar una de sus primeras canciones. “Nos dijo: ‘Creo que ustedes son talentosos, pero nunca tendrán una canción en la radio. Deberían haber nacido en Argentina a fines de los setenta, porque su música no es adecuada para lo que está sucediendo en este momento’”.
Después de verlos actuar en vivo en La Tea unos días después, Malaver rápidamente cambió de opinión. “Fui con la peor actitud de la historia a ese concierto ¡Pero luego empezaron a tocar!”, recuerda. Esa misma noche decidió representar a la banda.
Ya llevan casi una década trabajando juntos, y las colaboraciones de Morat se han extendido por todo el espectro de la música en español: han hecho canciones con la actriz mexicana Danna Paola, con el cantaor de flamenco Antonio Carmona, con el rockero Juanes y con estrellas del pop como Sebastián Yatra y Aitana, entre muchos otros.
“El catálogo del grupo realmente habla del poder de la colaboración en la región”, dijo Meenan. “Este éxito no ha estado ligado a un solo país. En YouTube, hemos visto su música en más de 15 países, obteniendo lugares en el Top 40 en lugares como España, México, Bolivia, Argentina, Italia y Ecuador, además de su Colombia natal”. Dijo que Morat ha logrado tener más de 950 millones de visitas en YouTube, solo en los últimos 12 meses.
Morat estaba de gira por España cuando hablamos por Zoom, y el grupo se juntó en un sofá frente a la cámara como cuatro hermanos. Se movían cómodamente entre el inglés y el español cuando querían expresar más claramente un punto, hacían bromas y, a menudo, uno terminaba las oraciones del otro. Tampoco dudaron en debatir en voz alta algunas de las preguntas más complejas.
Dos temas surgen a menudo en las letras de Morat: el amor y la guerra, que es un tema delicado en un país que ha soportado décadas de conflicto armado.
“El contexto en el que hemos crecido y en el que vivimos, tiene esa imagen todos los días, todo el tiempo”, dijo Simón Vargas. “Y creo que, aunque no quieras, se nota y te influye”.
Aunque la imagen global de Colombia se ha visto afectada por descripciones generales que la ubican como un lugar violento, la realidad, por supuesto, es mucho más compleja. “Bogotá tiene estas montañas enormes y el sol sale detrás de las montañas. Entonces durante gran parte de la mañana el sol no ha salido de las montañas, pero el cielo está azul”, agrega Simón Vargas. “Eso es muy colombiano, en cierto modo es como si estuvieras viviendo al límite. Puedes ver la oscuridad, pero también sabes que hay algo más allí. Y, al mismo tiempo, estás al lado de la luz y justo al lado de una cultura muy hermosa y de gente muy hermosa”.
En 2020, Simón Vargas, quien también es escritor y actualmente está terminando su licenciatura en historia en la Universidad de Los Andes, publicó un libro de cuentos sobre Bogotá inspirado en el realismo mágico. “Tal vez fue una forma de tocar temas más intensos y oscuros que los que hablamos en nuestra música”. Lo tituló, apropiadamente, A la orilla de la luz.
El último álbum de Morat se compuso casi en su totalidad durante la pandemia de COVID-19 en una de las regiones más afectadas del mundo. “No hay un solo ser humano en este planeta que no haya pensado, ¿a dónde vamos después de esto?”, dijo Simón Vargas. “Decidimos que se llamaría ¿A dónde vamos? literalmente porque pensamos que era una excelente manera de hablar sobre lo que está sucediendo en todos los aspectos. No sabíamos cuándo volveríamos a tener conciertos. No sabíamos cómo es que la pandemia iba a cambiar el panorama social”.
Martín Vargas dijo que el título también se refiere al proceso creativo de la banda. “Con la exploración musical que tratamos de hacer, ¿a dónde vamos con nuestros instrumentos?”, añadió. “Es muy evidente durante el álbum: las canciones son diferentes. Hay mucho rock. Y también hay claras referencias a países. Baladas, boleros”.
Ninguna de sus letras habla explícitamente sobre la pandemia, pero casi todas las canciones están marcadas por temas de angustia personal, incertidumbre e inquietud que contrastan con melodías optimistas y, a menudo, muy bailables. Juntas, las composiciones muestran la versatilidad de Morat: la eléctrica “En coma” trata sobre una relación atrapada en el limbo; la balada “Mi pesadilla”, con el cantante colombiano Andrés Cepeda, trata sobre la ansiosa espera por la llegada de la persona adecuada; la acústica “Date la vuelta” es una sentida carta a un amigo que vive una relación tóxica.
Aunque las canciones representan una variedad de estados de ánimo, todas tienen la estética de la banda que continúa sumando nuevos oyentes. “Siento que lo que hemos hecho hasta ahora ha sido un milagro”, dijo Isaza. “No sé por qué a la gente le gusta un banjo con letra en español. Lo considero un milagro, y el hecho de que todavía lo estemos haciendo, es asombroso para mí”..
Aunque el disco comienza con la pregunta “¿A dónde vamos?”, termina con el mensaje esperanzador de “Simplemente pasan”: “Ya quiero decirle que bailemos / Que lo peor que puede pasar es que nos gustemos”, dice la banda. Y remata: “Porque cuando las cosas buenas tienen que pasar / Simplemente pasan”.
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