Si a un bogotano se le menciona el barrio ‘El 20 de Julio’, automáticamente piensa en la iglesia del Divino Niño, lugar que reúne a miles de feligreses cada semana. Sin embargo, el barrio tiene historias de ciudadanos de la clase obrera que fueron quienes construyeron toda la zona y los encargados de que se reconociera como un sector cultural, comercial y de camaradería.
Narrar la historia de este barrio es hacer una radiografía de los distintos procesos que lo componen y que también son un reflejo del nacimiento de las otras ciudades, municipios y sus transformaciones.
Según cuenta la Alcaldía de San Cristobal, el origen del barrio se remota al siglo XIX, aproximadamente en 1923, cuando “el empresario Judío Rubén Possin diseñó unos planos en los que dividía esos terrenos en lotes para venderlos. Su estrategia de venta, no confirmada, fue llamarla como una fecha patria de los colombianos, al igual que otros barrios aledaños como el Primero de Mayo, Día del Trabajo, y otros con nombres de personajes que tuvieron que ver con la independencia”, contó Rubén Hernández, arquitecto de la localidad.
Sin embargo, los historiadores aseguran que, se fundó oficialmente en 1929 y se le puso ese nombre como manera de conmemorar la celebración de la independencia de Colombia. Así lo confirmó Liliana Cortés, historiadora del arte e investigadora de los movimientos culturales, quien en entrevista con el Canal Institucional contó que los habitantes de este barrio se reunían todos los 20 de julio para pintar las fachadas de las casas y celebrar.
Pero, a pesar de que el barrio 20 de Julio ya existía, los terrenos de la zona no se vendieron sino hasta 1934 por la construcción del tranvía que les permitiría a las personas desplazarse al centro de Bogotá. Poco a poco comenzaron a llegar los campesinos a asentarse en esta zona y a trabajar en los chircales, fábricas de producción artesanal de ladrillos fundamentales para la expansión de la ciudad.
Los primeros en habitar el 20 de Julio fueron los trabajadores de las primeras fábricas de vidrio que se instalaron en Bogotá, ellos llegaron a finales del siglo 19 y se encargaron de convertir el sector en una zona comercial y de posicionar el barrio como un lugar en donde los ciudadanos podían encontrar las cosas necesarias para decoración, talleres de restauración y demás.
Fue por el vidrio cuando el barrio empezó a ser popular y a generar empleo a más ciudadanos, posteriormente, las fabricas de este material se empezaron a regar por toda la localidad. Pero la popularidad no quedó ahí, en 1935 la comunidad salesiana vio en el sector gran potencial y empezaron a comprar terrenos para que vivieran los sacerdotes y religiosos que trabajaban con ellos, en ese momento comenzó la construcción de la iglesia del 20 de julio.
El padre salesiano Juan del Rizzo construyó la iglesia bajo la idea de honrar la infancia de Jesús y fue así como decidió encargar, en el almacén de arte religioso Vaticano del barrio La Candelaria, una imagen del infante que traslada a aquellos campos disponiéndose a propagar su devoción, la cual fue instalada cuando se terminó la obra. La Parroquia del Divino Niño termina de ser construida en 1941 junto con el tranvía.
En ese momento se empezó a regar la voz de que no solo había comercio sino un espacio para honrar al divino niño y pedirle favores. Las personas empezaron a visitar el sector y los habitantes vieron allí una oportunidad para adquirir ingresos, crearon talleres de costura y alfarería al rededor de la iglesia, comercios de artículos religiosos y hasta zonas de ayuda para los menos favorecidos.
Con el paso de los años, la expansión de la ciudad y las transformaciones sociales el 20 de Julio fue cambiando. Se convirtió en un punto importante de comercio en la localidad y de la ciudad, lo que generó la llegada de población flotante, personas que llegan a vender y luego se trasladaban a sus hogares en otros sectores de San Cristóbal y de Bogotá.
En los 80, los terrenos que estaban siendo usados para el cuidado de animales, se construyó la Plaza de Mercado y los campesinos de zonas rurales empezaron a mudarse para comercializar sus productos. Esta convirtió el barrio en un referente del desarrollo comercial por su cercanía a la antigua vía que conectaba la capital con los Llanos Orientales, donde se generaban dinámicas de intercambio de alimentos entre campesinos y la naciente clase obrera. Según el IPES, en la época en que se construyó fue un hito arquitectónico, por la innovación en el diseño.
En la Plaza, por más de 30 años, todos los fines de semana se comercializan hasta 168 productos tradicionales, provenientes de 17 municipios de los departamentos de Cundinamarca, Boyacá y Santander.
Aunque el 20 de Julio ha cambiado, aún hay actividades que recuerdan los inicios del barrio, por ejemplo, los artistas y artesanos que desde el nacimiento del sector siguen viviendo y prestando servicios allí,
“Actualmente encontramos mariachis, músicos, grafiteros y bailarines urbanos, pintores populares, taller de telares, trabajo en vidrio y músicos clásicos que hacen parte de la Obra Salesiana”, contó la historiadora Cortés en una entrevista con la Alcaldía de San Cristobal.
Algunos de ellos se dedican a capturar la memoria a través de sus creaciones, un ejemplo es Samir Elneser, un joven artista plástico que tiene su taller en el sector del 20 de Julio y realiza piezas que van desde el dibujo y el grabado, hasta la fotografía. Para él su oficio es “una forma de conservar la memoria individual y colectiva, por medio de la producción y reflexión en torno a los objetos con carga simbólica y nuestra forma de habitar la ciudad”.
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