Pablo Escobar Gaviria, el narcotraficante colombiano más poderoso y conocido en el mundo quería llegar al Senado y lo logró. Aunque quiso llegar a la Casa de Nariño, sus planes se vieron frustrados. Cuando Escobar era considerado un empresario adinerado, y no un narcotraficante, inició su plan por incursionar en la política nacional. Lo hizo, paradójicamente, en el partido de quienes descubrieron y denunciaron el verdadero origen de su fortuna.
A partir de 1982, cuando ya había acaudalado fama en Medellín, catalogado incluso como un Robin Hood, Escobar decidió que quería estar en el Congreso. No lo hizo directamente, sino que logró hacerlo como suplente de otro político llamado Jaime Ortega Ramírez, candidato del Movimiento Político de Renovación Liberal que, en principio, fue cercano al Nuevo Liberalismo.
Poco después, Luis Carlos Galán empezó a recibir las denuncias en contra de Escobar y decidió expulsarlos a ambos del partido. Pese a esa decisión, que se hizo pública en un acto político en pleno centro de Medellín, y que zanjó el odio del capo al líder liberal, Ortega consiguió la curul de la Cámara de Representantes por el departamento de Antioquia.
Como suplente de Ortega y ambos amigos del entonces posible candidato presidencial, Alberto Santofimio Botero, quien era presidente de la Cámara de Representantes, Pablo Escobar viajó a España en representación de Colombia, para asistir a la posesión presidencial de Felipe González.
En el avión de la delegación conoció al periodista Gonzalo Guillén, quien contó la anécdota en la Revista Semana. El entonces suplente parlamentario llevaba en su muñeca izquierda un reloj de doble tablero que marcaba la hora con 24 diamantes, para tener la hora del Reino y no perder el tiempo de Colombia. El periodista logró acceder al nuevo jefe de gobierno del país, según dijo, gracias a que Escobar estaba en su oficina y los presentó.
La delegación de congresista regresó al país y, poco después, Ortega renunció a la Cámara de Representantes. Escobar, como su suplente, ocupó la curul, y logró así su objetivo de incursionar, personalmente, en la política. Lo que no sabía, es que no duraría mucho tiempo.
Según contó la viuda Victoria Eugenia Escobar en sus memorias, su esposo pensó que había logrado su objetivo y aspiró a ser presidente en ese momento. “Cariño, prepárate para ser la primera dama (...) las puertas del palacio presidencial se nos abrirán”, afirmó el capo a la modelo tras ser nombrado reemplazo en el Congreso.
Ella se vio a sí misma viajando por el mundo con el ‘honorable’ senador y hasta habría conseguido consultores de protocolo para conocer cómo comportarse en los eventos públicos que se avecinaban. Sin embargo, fue demasiado tarde para su esposo.
Según contó el diario El Tiempo, poco después de ser designado suplente, el 16 de agosto de 1983, tuvo que asistir a una sesión plenaria. Para entonces, el protocolo del Capitolio rezaba que todos debían vestir corbata y el guardia del recinto le impidió el ingreso a Escobar por no llevar el accesorio.
El capo, sin importar que llevaba un vestido color crema, le pidió a uno de los vigilantes que le prestara su corbata floreada para cumplir con el requisito. En agradecimiento, le habría regalado 300.000 pesos de la época.
Sin embargo, el título de ‘honorable’ no le duró mucho a Escobar, pues asumir la vida pública de la política y una jugada contra sus enemigos terminó por descubrir su verdadera identidad.
A mediados de 1983, cuando el ministro Rodrigo Lara Bonilla empezó a atacar públicamente el narcotráfico, Ortega lo citó a un debate en el Congreso. El hombre, fachada de Escobar, intentó vincularlo con un narcotraficante conocido en Amazonas como Evaristo Porras Ardila, por un cheque.
Lara Bonilla explicó la situación, dijo que no se trataba de un aporte a su campaña sino un cheque por un negocio de ganado que hizo su familia. Además, aprovechó el espacio para denunciar públicamente a Escobar de manejar dineros calientes y haber sido el creador del grupo armado MAS (Muerte a Secuestradores).
Lara aseguró que conocía las denuncias y que, para entonces, Guillermo Cano ya había hecho pública la primera captura del capo. Además, la DEA ya tenía un archivo con su nombre y en septiembre le negaron la visa y lo incluyeron en la lista de narcotraficantes. Las denuncias, finalmente, lo llevaron a renunciar al Congreso e inició su persecución.
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