No es fácil lanzarse. Salir a recorrer el mundo, sobre todo cuando se tienen hijos pequeños, exige un nivel de compromiso casi tan alto como los sacrificios que demanda. Atrás queda la zona de confort, el hogar, los amigos, la familia, la vida. Adelante, sin embargo, aguardan la carretera y un sin fin de postales, relaciones e historias por construir.
Bien lo saben los argentinos Gabriel Maloiwiky (36 años) y Natalia Melo (44). La decisión la tomaron en 2017, cuando resolvieron aguardar un año más, mientras preparaban lo necesario para salir de Buenos Aires el 13 de mayo de 2018. A bordo de la Volkswagen Kombi modelo 86 también iban sus hijos, Teo (11) y Lua (8).
Aunque del viaje no hay queja, incluso ahora, lo cierto es que terminaron atrapados en lo que sólo puede entenderse como la versión más extrema de una narrativa propia de la pandemia: la cuarentena los encontró en Colombia, donde continúan hoy, a pesar de las ganas y los esfuerzos de regresar a su tierra.
La aventura
Quien narra es Gabriel, chef, músico, artesano y confiable piloto de la Kombi azul. Tal como lo hace en las redes de Kombiando en Familia, como bautizó el proyecto, le contó a Infobae Colombia que el viaje comenzó como muchos de su tipo, reemplazando el miedo a lo desconocido por curiosidad, misma que los llevó inicialmente a las provincias de la cordillera, justo donde Argentina se encuentra con Bolivia.
De allí, la ruta fue clara: el Salar de Uyuni, el Lago Titicaca y La Paz. En seguida Perú, con las cadenas nevadas de Ancash, el valle sagrado en Urubamba, coronado al oeste por Machu Picchu, y las costas pacíficas que, de Lima, llevan directamente hasta Ecuador, centro del mundo y frontera norte de la cultura Quechua que la familia estuvo persiguiendo por casi un año.
“La verdad es que lo que más nos gustaba de esta vida era poder ir conociendo, vivenciando cada experiencia, sobre todo por la gente. Uno va conociendo gente muy bonita que nos ha invitado a hacer parte de su vida, a conocer su día a día, en diferentes ámbitos y culturas, tanto indígenas, como campesinos, como gente de ciudad. Eso era lo que nos empezaba a llamar la atención de viajar, poder conectar con tanta gente y también cosechar tantas amistades”, dice Gabriel.
Más que destinos, lo que había era una serie de pivotes en los que la brújula tomaba forma de invitaciones y recomendaciones de las personas que traía el camino. Era el momento de dejarse llevar en su máxima expresión.
Luego vino Colombia, un idilio transformado en jaula de oro. Según explica el viajero, al país ingresaron en mayo de 2019 atravesando Nariño, no sin antes visitar en el Santuario de las Lajas, y pasando por otros esenciales como Popayán, la ciudad blanca; y Cali, capital de salsa.
Todo paró en Manizales, donde el motor del vehículo, quizá recorrido más allá de sus capacidades, terminó por ceder. Esto llevó a una pausa para regresar por aire a Argentina, pasar un mes en compañía de la familia y de paso celebrar el cumpleaños de Teo. El auto continuó guardado en la capital de Caldas.
“Volvimos a Colombia y ahí me puse a arreglar finalmente la camioneta, en Manizales, en la única calle plana que encontré. Bajamos el motor, de pronto empezó a aparecer gente que se solidarizaba, a preguntar si necesitábamos ayuda y conocimos mucha gente que hoy son grandes amigos nuestros. Es algo que se fue repitiendo a lo largo de todo el viaje pero sobre todo acá en Colombia”.
Tras la reparación siguió la costa, especialmente Santa Marta, y un retorno que inició por el Eje Cafetero de nuevo hasta Ecuador, país en el que permanecieron dos meses antes de regresar a Colombia para tratar de cruzar el amazonas en barco, Kombi a bordo, hacia Brasil.
Problemas logísticos que le cerraron la puerta ese plan obligaron a la familia a subir por el mapa para buscar la forma de cruzar a Venezuela. Ese camino llevó a Medellín, donde el auto volvió a presentar fallas y la necesidad de un repuesto que no se consigue en el país. Era marzo de 2020 y, en los medios de comunicación, el Gobierno nacional anunciaba el inicio de la cuarentena por el covid-19, con cierre de fronteras incluido.
La travesía
La suerte les sonrió a los Maloiwiky Melo, que pudieron dejar el auto en el taller donde estaban haciendo las reparaciones y resguardarse en una casa prestada. No obstante, el tiempo pasó y, con este, las prorrogas de un confinamiento que parecía no tener fin.
Gabriel aprovechó el tiempo para vender empanas argentinas y hacer adecuaciones a la Kombi, como una carpa de techo para acomodar a los niños, visiblemente más grandes que al inicio del viaje y con la urgencia de tener un espacio propio.
Una vez el auto estuvo reparado y se relajaron las medidas de aislamiento (en septiembre), la familia tomó rumbo hacia Santa Elena, a pocos kilómetros de Medellín, acompañados por otras dos parejas de extranjeros que también quedaron atrapadas en el país durante la cuarentena. Allí permanecieron dos meses más.
En todo momento, dice, hubo contacto con la Embajada Argentina en Colombia, que inicialmente ofreció una tarjeta para mercado que nunca llegó y un vuelo humanitario que costaba 500 dólares por cabeza. “Yo de humanitario a eso no le veo mucho, porque me sale lo mismo que pagarlo con una aerolínea comercial. Esa no podía ser una opción porque no solo era un valor muy alto, 2.000 dólares, sino que además tendríamos que dejar nuestro vehículo acá y después volver por él”.
A la par, comenzaron a llegar una serie de noticias que parecían ponerle fin a la incertidumbre: viajeros de otros países que habían quedado varados en Colombia estaban regresando a sus casas con salvoconductos; lo mismo sucedió con los argentinos atrapados en Ecuador y Perú, que lograron organizar tres caravanas, en forma de corredor humanitario.
“En noviembre nos enteramos que Migración comienza a correr los días de los permisos migratorios que teníamos nosotros. Nos quedaba cierta cantidad de tiempo para seguir de forma regular. Entonces, empezamos a comunicarnos con sus oficinas y la de Sincelejo me dice que en diez días iba a abrir la frontera. Decidimos salir a toda máquina y bajando nos enteramos de que al final el país decide no abrir. Salimos de la comodidad del lugar donde estábamos, que estábamos bien refugiados, donde la gente nos estaba apoyando, por ese mal comentario”.
En el camino los detuvo un retén de la Policía Nacional que, contrario a otras veces, y al ver los pasaportes vencidos les dio dos opciones: llamar a Migración y arriesgarse a una multa y al secuestro del vehículo, o “colaborar” con los últimos $50.000 que tenían. La decisión fue dolorosamente simple.
El siguiente destino fue Cali, donde resolvieron trabajar en fincas de las afueras de la ciudad haciendo labores de agricultura a cambio de comida un lugar para estar. A la fecha, ya han pasado por tres de estas.
Para enero estaban en contacto con otros 17 argentinos que también se quedaron en el país, algunos en mejores condiciones que otros. Los 21 se pusieron de acuerdo, delegaron voceros y volvieron a contactarse con la embajada, esta vez con más determinación. Era hora de asegurar el regreso a casa.
La búsqueda
“El consulado no contestaba de la forma que nosotros esperábamos. Tuve que contactarme con embajadores de otros países, pidiéndoles que nos recomienden lo que teníamos que hacer, pero tanto en Perú como en Ecuador, todos coincidían en que era el de Colombia el que tenía que realizar el pedido formal a la Cancillería”, relata Gabriel. “No entendemos por qué a nosotros nos abandonaron acá”.
El grupo hizo la solicitud en repetidas ocasiones obteniendo la misma respuesta: la orden la da la Cancillería argentina, que todavía se rige bajo el Decreto de Necesidad de Urgencia que restringe el ingreso al país de cualquier persona, sin importar si es nacional o extranjero. Tampoco importa que sea un pedido humanitario fundamentado en dificultades económicas y legales, pues a estas alturas, asegura, todos se encuentran de forma irregular en Colombia.
“Tengo palabras textuales del embajador y del cónsul acá en Colombia, diciéndome que el pedido fue enviado tres veces a la Cancillería. Esta trabado allá”, agrega Gabriel, que hasta el momento sólo ha podido ponerse de acuerdo con esos funcionarios para enviarles los datos de todos los varados y sus preocupaciones, partiendo por su estatus migratorio.
Luego está el tema de los vehículos, pues la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales les ha dicho a algunos, como nuestro protagonista, que ya se venció su permiso de estadía en el país; mientras que a otros les asegura que los mismos se extenderán lo que dure la emergencia sanitaria, que se extendió, desde el pasado 25 de agosto, por 90 días más.
“Con más razón estamos pidiendo colaboración del consulado y que nos responda ante esa situación qué es lo que tenemos que hacer. Nadie de los que estamos acá estamos porque queremos en esta situación. Nadie se pasó de los días porque quería estar ilegal en el país”, insiste.
Con todo, el grupo cuenta actualmente con la ayuda de un bufete de abogados, que se ofrecieron a representarlos, entendiendo que si bien existe el decreto que restringe el ingreso al país, la Argentina también se comprometió ante la OEA a permitir el libre transito de cualquier persona de la región.
La urgencia
“¿Por qué querríamos regresar si acá nos están tratando bien y tenemos un buen lugar? Es solo cuestión de tiempo. Tarde o temprano van a abrir frontera y volveremos a estar libres y regularizaremos nuestra situación”, se pregunta Gabriel antes de ofrecer la respuesta.
“La verdad es que queremos regresar a Argentina porque tenemos a nuestras familias. Mis padres que están muy viejitos y solos. Tengo la suerte que el covid no los tocó, pero no quisiera encontrarme en una situación en la que ellos me necesitaran y yo no pudiera estar. Los extraño mucho, mis hijos los extrañan mucho y la verdad es que los afectos son los que más pesan”.
También está el hecho de que sus hijos deben regresar al colegio. Si bien los padres se han encargado de educarlos hasta ahora, llevándolos a conseguir año a año los certificados que demuestran que superaron un año más de escolaridad, lo cierto es que Teo está a punto de ingresar a la escuela secundaria, lo que le requerirá un nivel de compromiso que puede ser difícil de suplir estando en otro país.
A pesar de ello, Gabriel se muestra tranquilo. Ninguno de los 21 atrapados se ha contagiado de covid-19 e incluso, hay cinco que ya están vacunados. Además, sabe que cuenta con cientos de amigos que lo respaldan, tanto con la estadía de su familia en Colombia, como con los mensajes que le hacen llegar al Gobierno argentino para que entienda la situación en la que se encuentran los 21 atrapados.
“Nosotros nos sentimos muy afortunados de que la pandemia nos haya cogido en un país como Colombia. Nos ha enseñado la solidaridad que lleva el pueblo adentro. Por ahí entre colombianos es difícil verlo, pero nosotros que venimos de afuera nos hemos encontrado con el calor, la solidaridad, la generosidad de la gente en cualquier región del país. Eso para nosotros fue como una caricia al alma ante una situación tan difícil de sostener en cuestiones anímicas y económicas”.
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