La iglesia de Gigante, Huila, está a punto de desplomarse, pero no la dejan restaurar

El problema que tiene hoy la estructura fue identificado en el 2002, pero hasta la fecha no se ha podido intervenir

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La parroquia de San Antonio de Padua, en el municipio de Gigante, Huila tiene su estructura completamente desgastada y a riesgo de que en cualquier momento se desplome, pese a las insistencias de los fieles y los sacerdotes de templo, debido a que el Ministerio de Cultura declaró la estructura de 163 años como un bien de interés cultural de la nación, no se ha podido intervenir pues esto impide que particulares e incluso la alcaldía municipal pueda intervenirla.

De acuerdo con lo relatado por el padre Héctor Trujillo a la Revista Semana, el problema estructural que tiene hoy en riesgo al templo fue identificado en 2002 por uno de sus antiguos párrocos, pero pese al tiempo no se ha logrado arreglar y hoy la estructura permanece en pie sin techo.

“Él se dio cuenta de que habían afectaciones graves en la estructura de madera del cielo raso del templo, así como grietas en el presbiterio. Mi predecesor interpuso una queja formal ante la alcaldía de Gigante y la secretaría de Cultura del Huila, buscando que vinieran y arreglaran la iglesia. Le respondieron que el tema le competía al Ministerio de Cultura, el cual, a su vez, en una carta, indicó que no había presupuesto por la difícil crisis del Estado”, reveló el Padre Bermeo.

Además, aseguró que hasta la fecha se han enviado diferentes peticiones, pero la respuesta siempre ha sido negativa pese a que el espacio tiene un gran valor para la comunidad local y pese al riesgo los fieles siguen frecuentándola, aún con preocupación.

“Hemos sido tres los párrocos que instauramos quejas ante las autoridades, buscando que se repare el templo, porque puede venirse abajo en cualquier momento. Parece que a nadie le importa”, contó con mucha frustración el sacerdote y agregó diciendo “cuando llegué en 2018, las grietas se habían resanado con masilla, lo que no las repara, sino que solo las oculta a la vista, luego las pintaron para disimular. Como el daño se encuentra a 12 metros de altura, pues ya no se notaba la afectación desde el suelo, pero el edificio seguía resquebrajándose por dentro”.

Pero eso no se quedo ahí, pues cada vez la estructura se cedía más, tanto que, que un día comenzar una de las misas noto como ya no eran solo las gritas las que se podían ver a plena vista sino que el techo del lugar se estaba despedazando.

“Cuando llegué a oficiar la misa de las 6:00 de la tarde me encontré con trozos de cielo raso que se habían estrellado contra el piso. Cada uno era tan grande como una biblia. Pensé que era causado por una vieja gotera, pero al arreglarla siguieron cayendo escombros, cada vez más grandes”, señaló Bermeo que explicó que la razón es que las vigas de madera estaban llenas de termitas, que se come los palos, además, de polillas anidan ahí mismo.

Al poner una queja en la Gobernación hubo un vista por parte de profesionales que advirtieron que si no se comienza la restauración del espacio, muy seguramente va ha crear un desastre.

“Fernando Torres, arquitecto y director de patrimonio de la Secretaría de Cultura de la Gobernación del Huila, me visitó al poco tiempo e hizo una inspección preliminar a la iglesia. Ahí corroboró el riesgo de inminente desplome del techo y recomendó cambiar el techo completo o, en su defecto, apuntalar el actual”, dijo el párroco.

Por lo que Torres se comunicó con el Ministerio de Cultura para informar lo sucedido, pero la respuesta no solo fue negativa sino que además, le advirtieron al arquitecto y la comunidad que al ser se considera un bien de interés cultural de la nación (BIC), estaba estrictamente prohibido hacer cualquier tipo de reparación o modificación en el templo, y que incluso mover una teja, alterando al edificio, podría generarnos multas millonarias e incluso cárcel por incumplimiento.

El año siguiente insistieron, pero el Ministerio no atendió el llamado y a los pocos meses, se destruyó por completo el techo mientras el establecimiento estaba desocupado. “Entré y vi las vigas podridas en el suelo y la placa de concreto del techo del presbiterio desplomada, lo que destruyó el atril y el piso”, relató el padre.

Luego, la respuesta fue que las modificaciones debía ser pagadas por la iglesia y además debía presentar un proyecto al Ministerio y todo esto costaría 350 millones de pesos, cifra con la que no cuentan. Por ahora siguen a la espera, pero la entidad encargada insiste que no existen recursos para este fin, ahora por la emergencia sanitaria producida por el covid-19.

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