“Señores”, decía el mensaje de texto del reclutador, “la propuesta es la siguiente: hay una empresa americana que necesita personal de fuerzas especiales, comandos con experiencia, para realizar un trabajo en Centroamérica”.
La paga, explicaba el reclutador, sería muy buena: entre 2500 y 3500 dólares mensuales, una cifra que supera varias veces lo que ganaban los veteranos como miembros retirados de las fuerzas armadas de Colombia. Y se trataba de una misión noble, afirmó el reclutador.
“Vamos a ayudar a la recuperación de ese país en cuanto a la seguridad y la democracia”, continuó el reclutador, instando a los hombres para que se pusieran en forma. “Vamos a ser pioneros”.
En lugar de ello, 18 de esos efectivos se encuentran detenidos por las autoridades haitianas, bajo sospecha de estar relacionados con un complot para asesinar al presidente Jovenel Moïse, quien fue ejecutado la semana pasada durante un ataque nocturno sucedido en su residencia.
Tres de los hombres que fueron seleccionados por el reclutador están muertos.
Parece que, en su mayoría, fueron contactados durante los meses previos a la muerte de Moïse por un grupo de empresarios, algunos radicados en Estados Unidos, que exageraron sus carreras y el alcance de sus empresas. Algunos de los reclutas fueron engañados sobre el proyecto en el que se estaban embarcando y no vieron cumplidas las promesas de pagarles miles de dólares.
The New York Times revisó los mensajes de texto de la operación de reclutamiento y entrevistó a una docena de hombres que dijeron que a principios de este año fueron contactados para participar en el ataque de Haití pero no viajaron en junio porque, en algunos casos, se suponía que formaban parte de una segunda ola de reclutas que llegaría a Haití en un momento posterior.
En diversas entrevistas, los veteranos colombianos explicaron que los reclutadores les dijeron en persona, y a través de mensajes de WhatsApp que luego compartieron con el Times, que iban a luchar contra las pandillas con el fin de mejorar la seguridad, proteger a los dignatarios y la democracia y para ayudar a reconstruir ese sufrido país.
Detrás de esa iniciativa, según afirmaban los reclutadores, había una importante empresa de seguridad de Estados Unidos que contaba con fondos del gobierno para respaldarlos.
Pero CTU, la empresa que reclutó a los colombianos y cuyo logo y nombre estaban estampados en las camisetas polo de color negro que los reclutas usaban como uniforme, estaba dirigida desde un pequeño almacén ubicado en Miami por Antonio Intriago, un venezolano-estadounidense con un historial de deudas, desalojos y quiebras.
Los funcionarios colombianos han dicho que su investigación sobre la participación de sus ciudadanos en el complot de asesinato se centra en Germán Alejandro Rivera, un capitán retirado que, según las autoridades, parece haber sido el contacto principal de los reclutadores radicados en Estados Unidos.
Los funcionarios consulares colombianos aún no han tenido acceso a sus ciudadanos detenidos, lo que los obliga a confiar en la información proporcionada por las autoridades haitianas, dijo Francisco Echeverri, viceministro de Relaciones Exteriores de Colombia, en un encuentro con la prensa celebrado el lunes.
Pero, según reportes de los medios colombianos que citan a los oficiales de inteligencia del país, Rivera les dijo a los fiscales haitianos que formaba parte del grupo de siete soldados colombianos retirados que ingresaron a la residencia presidencial durante la noche del magnicidio.
Los reportes no mencionan el papel que Rivera o los otros colombianos habrían desempeñado en el asesinato, pero agregan más dudas a esa historia, ya turbia, y plantean preguntas acerca de cuánto sabían algunos miembros del grupo colombiano que pudieron participar en la operación desarrollada en las primeras horas del 7 de julio y que culminó con la muerte de Moïse, además de ocasionarle lesiones a su esposa, aunque nadie más resultó herido.
El misterio se profundiza por las frecuentes escalas que el jefe de la guardia del palacio presidencial de Moïse, Dimitri Hérard, hizo en Bogotá durante los meses previos al asesinato. Hérard, quien fue entrenado en Ecuador, pasó por la ciudad seis veces este año en su camino hacia otros países latinoamericanos, pasando al menos dos días en la capital colombiana en al menos una ocasión, dijo el ministro de Defensa de Colombia durante una rueda de prensa celebrada el lunes.
Parece que el reclutamiento de los colombianos comenzó en abril cuando Duberney Capador, un soldado retirado con 20 años de experiencia en las fuerzas armadas, recibió una llamada de una empresa de seguridad pidiéndole que formara un grupo que “iba a proteger a personas importantes en Haití”, dijo su hermana, Yenny Carolina Capador.
Capador, de 40 años, se había retirado del ejército en 2019 y vivía con su madre en una granja de su familia. Y aprovechó la oportunidad, afirma su hermana.
El mensaje de texto dirigido a los “señores”, que describía el proyecto como un importante esfuerzo para la reconstrucción de Haití, provino de un número de teléfono que pertenecía a Capador, según su hermana.
Pronto se convirtió en el jefe de reclutamiento de la operación y comenzó a enviar mensajes a sus antiguos compañeros militares. En varias entrevistas, muchos dijeron que confiaban en él porque era uno de ellos: un soldado que llevaba años recorriendo Colombia, combatiendo a las guerrillas de izquierda y otros enemigos en condiciones duras.
Muchos tenían dificultades económicas. La mayoría se había jubilado poco antes de la pandemia y algunos fueron rechazados de los trabajos de seguridad privada más lucrativos y deseados en Oriente Medio debido a su edad relativamente avanzada.
“He estado fuera del ejército durante cuatro años y he buscado trabajo”, dijo Leodan Bolaños, de 45 años, uno de los reclutas que nunca llegó a Haití. Afirma que en los puestos que había encontrado, la paga era muy poca.
“Señores”, escribió Capador en el mensaje de texto de abril que envió a al menos un soldado retirado. “Llevamos mucho tiempo esperando otros proyectos y nada de nada”.
Capador organizó a los hombres en grupos de WhatsApp con nombres como “Primer vuelo” y los instó a comprar camisetas, botas oscuras y preparar sus pasaportes.
El gobierno estadounidense pagaría sus salarios, prometió, y el trabajo les abriría puertas para trabajar en toda Centroamérica, dijo en uno de los mensajes.
El gobierno de Estados Unidos ha negado cualquier implicación en el complot.
A mediados de mayo, Capador voló a Haití con el fin de encontrar una base de operaciones para los hombres y reunir provisiones.
“Lo único que sabíamos era que íbamos a prestar seguridad en una zona exclusiva al mando del señor Capador”, dijo un recluta que pidió no ser identificado para proteger su seguridad. “No nos interesaba saber por cuánto tiempo ni dónde, no sabíamos el nombre de a quién íbamos a cuidar. Nunca para este trabajo nos dan esos detalles, ni lugar ni nombre”.
Pero parece que Capador, quien fue uno de los colombianos asesinados después del ataque al presidente, solo era un peón en un complot más grande.
Las autoridades colombianas dicen que Capador viajó a Haití con otro soldado retirado: Rivera, el excapitán que está en el centro de la investigación de las autoridades colombianas sobre la participación que sus ciudadanos pudieron haber desempeñado en el magnicidio. También dicen que Rivera tuvo contacto con Intriago, el dueño de CTU, la empresa de seguridad con sede en Florida, y con James Solages, un haitiano estadounidense detenido en relación con la muerte del presidente. Intriago no respondió a múltiples solicitudes de comentarios.
Muchos de los reclutas volaron de Colombia a la República Dominicana a principios de junio, y cruzaron hacia Haití por tierra. Sus vuelos fueron pagados con una tarjeta de crédito registrada en Miami, dijeron los funcionarios colombianos.
Los hombres se quedaron en una residencia con piscina y permanecieron en contacto constante con sus familiares, varios de los cuales hablaron con The New York Times.
Pero, en vez de colaborar con la reconstrucción de la nación, sus días eran relativamente mundanos, llenos de ejercicio, lecciones de inglés y cocina.
El lunes 5 de julio hicieron una parrillada en el lugar y algunos enviaron fotografías a sus casas.
El 6 de julio, los hombres creían que recibirían su primer cheque de pago. Pero ese dinero nunca llegó, según dijeron dos de los familiares.
Luego, aproximadamente a la 1:00 a. m. del 7 de julio, según los oficiales haitianos, un grupo de atacantes irrumpió en la residencia de Moïse en las afueras de la capital, Puerto Príncipe. Los hombres armados le dispararon e hirieron a su esposa, Martine Moïse en lo que las autoridades definen como una operación bien planificada que incluyó a “extranjeros” que hablaban español.
Mientras las autoridades investigan el papel de los soldados retirados, algunos de los reclutas que siguen en Colombia dijeron que sentían que habían sido engañados.
“Nos aseguró que era un buen trabajo, que no se iba a ensuciar uno las manos”, dijo Bolaños, un militar de 15 años, sobre Capador. “Nuestros compañeros que están ahí, todos fueron engañados”.
Edinson Bolaños y Sofía Villamil colaboraron en este reportaje.