Egan Bernal mira fatigado al infinito, resopla profundo. Corona el Alpe de Mera en la etapa 19 del Giro de Italia como si fuera suficiente, como si le ganara el hastío, como si tan solo quisiera la persignación de su hermano en Milán antes de subirse a la tarima ante un Duomo decorado de rosa.
Con eso sueña. Pero aún quedan dos etapas para concluir la ‘corsa rosa’: la del sábado que lo empujará hasta los colosos dormidos de San Bernardino y Splügenpass en Suiza, y que termina en una empinada llegada en el Alpe de Motta, y la contrarreloj del domingo que culmina ante la catedral gótica, plagada de súplicas y confesiones.
Hoy, las plegarias de Yates volvieron a ser escuchadas por los dioses alpinos a seis kilómetros de la cima. Entre las curvas insistentes y las pendientes sin tregua, saltó del grupo de favoritos detrás de la rueda de Almeida y bailó en la bicicleta como burlándose dolor y de las penas, y siguió derecho.
El inglés llamó con canto de sirena a un joven maravilla que se resistía al hechizo de salir detrás. Como si el corredor del Bike Exchange fuera presa de caza, en el lomo de sus dos gregarios, dosificaba el dolor y las pérdidas que presentía inminentes, pero no rotundas.
Castroviejo y Martínez no se desesperaban. Marcaban el paso, enfrentaban el ataque, aumentaban el ritmo. El líder y sus escuderos sabían que los bosques que se empinaban en la ladera del gigante eran terreno fértil para las emboscadas, era la oportunidad de los resignados que no conocen del espanto ni del peso de la maglia.
Los siguientes en planear la estocada de la bestia que presagiaban herida fueron Caruso y Carthy, que no se convencieron lo suficiente y terminaron devorados metros adelante por un joven de rosa, que parecía más viejo sobre la bicicleta, más abstraído, más flaco y más sabio.
La generosidad de sus escuderos, que se inmolaron en el camino, lo impulsó a un paso en el que el tiempo se detuvo. Su mirada se clavó en el dorsal del inglés que ya no se alejaba, su corazón acompasó sus bramidos, y su terquedad impidió que se hundiera en lamentos sordos.
Yates quedó flotando adelante, Almeida sufría a su lado, Caruso y Carthy, que lo habían provocado, lidiaban con sus propios lamentos metros atrás, y ‘Dani’ Martínez y Castroviejo, vaciados y dando eses en la pendiente, no desfallecían por alcanzar la cima.
Bernal encumbró con la mirada perdida y la boca entreabierta en una meta en la que había levantado las manos Simón Yates minutos antes y en la que Almeida se había reprochado no haber soportado un poco más.
La maglia, la que cargó Coppi, Bartali, Merckx, Pantani y Quintana, pesa como un ancla, como una consciencia mala, como la ambición de los que la llevan en el lomo, a pesar de tener alas. El joven maravilla sabe qué es soportarla en su espalda, qué es cargar con ella durante 11 jornadas, qué es soñar con llevarla el día que se suba al podio en Milán.
Este sábado, en los picos que separan a la bota del resto del continente, el joven de rosa tal vez se acuerde de su pueblo en las montañas, del oxígeno que escasea por encima de los 2.000, y de los abrazos de su madre.
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