A falta de tres kilómetros para coronar las empinadas rampas de Sega Di Ala, en la etapa 17 del Giro de Italia, Daniel Felipe Martínez pegó un berrido que despertó a los gigantes de las Dolomitas y sacó del trance a Egan Bernal, el joven de rosa, que sufría, como sufren los obstinados.
Esperándolo entre las pendientes encadenadas, y presintiendo su tormento, ‘Dani’ Martínez, con su bigote y alma de mosquetero, avivaba a su capo entre bramidos y aleteos como si de demonios lo librara.
El que había inspirado el dramático cuadro, como sacado de la Divina Comedia, era Simon Yates, el inglés que castigaba las piernas y la moral del líder, como quien tiene la certeza que en las grandes vueltas solo se lidia con un día malo.
Con el pedaleo alegre y el corcoveo de un potro flaco, Yates arrastró por 800 metros a Bernal y a Martínez, hasta que el líder, convencido de su suerte, dejó partir al inglés que demostraba que nada estaba escrito, y que el ciclismo, como la vida, permiten revanchas y resurrecciones.
Simon Yates, capo del Team BikeExchange, se había descolgado en el único puerto que sobrevivió al recorte por los temporales de la etapa 16 que se corrió el lunes pasado, aquella que se consideraba la etapa reina de esta ‘corsa rosa’, y en la que Egan levantó los brazos como si de Milán se tratara, el inglés, al final de esa jornada, se encontraba a más de cuatro minutos del líder.
Sin embargo, hoy era diferente, Egan quedaba sumergido en la fatiga y el dolor, el de espalda, el de orgullo, en las duras rampas que se empinaban entre aficionados y los viejos árboles, ‘Dani’ miraba para atrás, bajaba el ritmo, lo buscaba, lo encontraba, lo arrastraba, lo reanimaba, el líder resistía, aguantaba, jadeaba, resollaba como una bestia herida.
Damiano Caruso, metros atrás, era testigo de la escena mientras lidiaba con su propio vía crucis; él, que sabe de generosidad y sacrificio; él, que comprende de sufrimientos y de olvidos; y él, que reconoce el sudor de los inmolados, entendía el coraje de Martínez, que arengaba y agitaba el ánimo de su líder para que no sucumbiera.
“Me siento honrado de haber hecho todo bien”, se reconoció el escudero sin falsas modestias luego de llevar al joven maravilla hasta la meta donde lo esperaban la champaña y las rosas que, de seguro, vería de otro color a falta de cuatro jornadas para que termine el Giro.
Una ‘corsa rosa’ que vuelve a reunir a los fanáticos en las veras del camino, que permite recordar que el alma del ciclismo está en la afición y que despierta de un letargo luego de más de un año de agobio por una peste que devoró miles de vidas en el país que entra al Mediterráneo.
Bernal, extenuado y reflexivo al final de la jornada, agradeció que Martínez hubiera sido su “ángel de la guardia” en una etapa en la que pudo salvar el día y la maglia, la misma que algún día se puso su ídolo, Marco Pantani, y que desde hace diez días lo acompaña.
Egan Bernal recordó este día en el que cumple años su madre, que el ciclismo se parece a la vida y, quizás, hoy en su cama, sueñe con quimeras y champaña y flores de colores, seguro de que nada es seguro. El domingo lo anhela Milán.
La carrera que finaliza con una contra reloj en Milán, empina sus etapas del viernes y del sábado hasta los colosos suizos donde culminarán los días de alta montaña, este jueves, Alejandro Gaviria tendrá el último chance para arrasar con el embalaje que le ha sido esquivo.
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