“Todavía no he contado mi último cuento”: Kepa Amuchastegui

El actor, escritor y director de teatro cine y televisión Kepa Amuchastegui recibirá este viernes un homenaje por su trayectoria artística de casi seis décadas en el marco de los Premios India Catalina.

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El actor Kepa Amuchastegui recibirá
El actor Kepa Amuchastegui recibirá un homenaje en el marco de los premios Indica Catalina. Foto Colprensa.

Hijo de inmigrantes vascos, Kepa Amuchastegui es uno de los más reconocidos actores de la televisión colombiana. Iba a ser arquitecto, pero el teatro se le metió entre las venas. Estudió en París y vivió un tiempo en Londres, donde formó parte de la Royal Shakespeare Company. Lleva casi 60 años en las tablas y cuatro décadas frente a las pantallas, pero asegura que le queda mucho por hacer. Este viernes recibirá un homenaje por su aporte a las artes escénicas de Colombia en la gala de los Premios India Catalina, los más importantes del país.

- ¿De dónde viene su amor por contar historias?

- No tengo ni la menor idea. Creo que debe venir un poco de mi papá, aunque no era ningún literato, mi papá era contador, contabilista, después pasó a ser revisor fiscal aquí en Colombia de varias empresas. En España era empleado del Banco de Bilbao, entonces tampoco era que tuviera muchas inclinaciones hacia la cosa artística o literaria, pero sí le gustaba mucho leer y escuchar música clásica. Tal vez, en la medida en que él se sentaba a leerme, no solamente tiras cómicas, que también lo hacía, sino también algún que otro cuento y algún que otra novela, me fue entusiasmando hacia la lectura y por ese lado me entraron las ganas. Ya cuando entré al colegio, en el bachillerato, cuando empezamos a estudiar los grandes autores del teatro clásico francés y los filósofos y toda esta cosa, me entraron las ganas de empezar a escribir cuentos, tanto en español como en francés.

Recuerdo que el primer cuento que escribí fue a raíz de una revista que llevó mi papá, Life, que era más que todo de fotografías y uno de sus ejemplares trató, más que nada, de la primera escalada al monte Everest. A mí me llamó muchísimo la atención y me pregunté, en una redacción que hice para mi clase de español y que traduje después al francés, por qué el hombre, en general, tenía siempre esas ganas de ir más rápido, más lejos, más alto, más profundo, esta persecución de los extremos; entonces escribí una redacción hablando de eso y gustó mucho, le gustó al profesor y le gustó a la clase cuando me la hizo leer; a partir de eso, me quedó gustando lo de contar cuentos y me fui por ese lado de la escritura.

- ¿Cuál es para usted ese más allá?

- Mi más allá tiene que ver con lo que sigo haciendo, tiene que ver con esto del teatro, de la televisión, del cine, de la actuación, de escribir, mi más allá sigue estando lejísimos, afortunadamente, en cada uno de los terrenos que yo piso todavía quedan retos por cumplir, tanto escribiendo como dirigiendo, como actuando como contando cuentos, todavía no he contado el último, quiero seguir subiendo, seguir contando más y mejor. Mi meta es inalcanzable, porque creo que me voy a morir con ganas de seguir subiendo, llegar a hacer algún día el rey Lear, de Shakespeare; afortunadamente, porque el día que yo diga que un personaje fue perfecto o que escriba un texto que diga esto es lo mejor que podía escribir, o si digo que esta obra que dirigí es mi punto máximo, el día que uno diga “ya llegué” pues se acaba, le toca a uno morirse.

- ¿Cómo le dice uno a un padre contabilista que quiere ser actor de teatro?

- Fue difícil. Después del bachillerato tomé la decisión de entrar a arquitectura a la Universidad de Los Andes y mis papás me colaboraron con eso; a pesar de que no éramos ricos, se levantaron la platica para pagarme la Universidad de Los Andes, nada menos. Muy pronto, al tercer semestre de estar estudiando Arquitectura, entré al grupo de teatro de la universidad haciendo la primera obra en la que actué. A partir de ahí me entró el veneno y, paralelamente a la Arquitectura, seguí actuando y dirigiendo el grupo de teatro de la universidad, porque nos habíamos quedado sin director, el que vino a dirigirnos en aquel primer montaje se tuvo que devolver a su país y quedó ese grupo acéfalo, y yo, en mi tremenda ignorancia, dije: yo dirijo, porque, ahí se ve, la ignorancia es muy atrevida, entonces empecé a dirigir y, poco a poco, se me fue alterando el camino hacia ese rumbo.

Mis papás se fueron dando cuenta poco a poco, entonces realmente no fue un golpe de un día para otro; el golpe vino cuando me gané un premio como mejor actor en un festival de teatro de cámara en Bogotá y el premio consistía en una beca para ir a estudiar teatro en Francia. Cuando les dije a mis papás que quería irme, creo que les dio duro, pero nunca, jamás, se opusieron ni me pusieron cortapisas o me cuestionaron, por el contrario, sobre todo al comienzo de mi carrera, me ayudaron muchísimo, me financiaron. Yo viví mucho tiempo en casa de mis papás, porque no ganaba un peso haciendo teatro, pero seguía insistiendo en hacerlo, y ellos no me cerraron las puertas, seguramente con el dolor en el fondo de que no hubiera sido arquitecto, pero, la verdad, lo único que me faltó fue presentar la tesis.

En la obra "Quién le
En la obra "Quién le teme Virginia Wolff", del Teatro Nacional, junto con Fanny Mikey, Luis Eduardo Arango y Consuelo Lusardo. Foto Colprensa.

- No ganaba dinero, pero era un teatrero tradicional, de los que “despreciaba” a la televisión y cuando David Stivel, que era el director y productor más importante del momento, y Julio Jiménez, el libretista más reconocido, le ofrecieron actuar en televisión usted se dio “el lujo” de decirles que no.

- A mi favor tengo que decir que yo no sabía quiénes eran, yo no tuve televisión en mi casa sino hasta años después de mi primer papel, en La pezuña del diablo, en el 86, y no a raíz de una novela, sino de los mundiales de fútbol, que de eso sí soy absolutamente fanático. Yo no conocía a estos dos señores, para nada, no tenía ni la menor idea de quiénes eran. Yo vine a enterarme más tarde, y entonces ahí sí me quité el sombrero y guardé silencio, además, después de aceptarles la oferta que me hicieron, que era mucha plata comparado con la que podía ganar en el teatro; caí en la trampa de entrar en la televisión, donde me ha ido bastante bien y no me puedo quejar en absoluto.

- Entonces, sí fue una cuestión de dinero...

- Habían insistido tanto por todas partes que ya tenía la inquietud y me había puesto a pensar que, en lugar de estar criticando la mala calidad de la televisión desde afuera, podría entrar y hacer lo posible para mejorarla; por un lado, fue una cosa de ética y, por otro, sí fue por plata. Cuando yo les pregunté “y bueno, en esa cosa cuánto pagan” y me dieron la cifra yo casi me caigo de para atrás; ahí mismo les contesté “dónde les firmo”, porque lo que me pagaban por un capítulo de media hora de La pezuña del diablo en televisión, equivalía a lo que me ganaba en un mes trabajando todas las noches en el Teatro Nacional. Esa cifra que me dieron, multiplicada por 20 capítulos al mes, me daba para poder vivir, yo ya estaba casado, tenía una hijita, ya tenía otro tipo de necesidades y el teatro pagaba muy poquito, cuando pagaba, si es que pagaba.

Con el papel del Inquisidor
Con el papel del Inquisidor Juan Mayorga en "La pezuña del diablo" Kepa Amuchastegui ingresó a la televisión en 1983. Foto cortesía.

- Su papel en La pezuña del diablo fue un éxito, pero a usted no le gustó

- Yo no me vi actuar en televisión hasta dos años y medio, tres años más tarde, porque no tenía televisor, y no quería saber nada de eso, y mis papás tampoco me veían, porque les daba “pena” verme actuar en televisión, entonces no me vi. Sí supe, durante el rodaje y la primera emisión que hicieron de La pezuña del diablo, del éxito que estaba alcanzando, además, la gente me reconocía en la calle y, o me felicitaban, por la buena actuación, o me insultaban, por lo malvado que era el personaje.

Cuando finalmente me vi, tres años después, me detesté, porque había hecho un personaje sobreactuado, amanerado, con una cantidad de gestos inútiles, grandilocuente hasta el absurdo, entonces me detesté. Lo que pasó fue que yo llegué directamente del teatro y la actuación en teatro es más ampulosa, uno tiene que proyectar la voz, entonces yo actué como actuaba en teatro, además, cuando hablaba con David Stivel y le pedía consejo, él siempre me contestaba: “vos hacé lo que querás” y yo hice lo que quise.

Ya después fui aprendiendo a actuar para televisión, gracias a Bernardo Romero Pereiro, que me dirigió en Camelias al desayuno, donde ya el personaje era mucho más cotidiano, mucho más normal, mucho más cercano, y le agradecí mucho, porque él fue quien me enseñó. Me decía “haz menos, haz menos, no actúes”.

- Igual a usted no le gusta verse en pantalla

- No soy buen televidente y, por lo general, cuando me veo no me gusto, me critico ferozmente, no me gusto, entonces sufro mucho viéndome, entonces prefiero no verme. Afortunadamente, porque si quedara satisfecho con el último papel que hice, el de Fray Bartolomé de las Casas, en La reina de Indias y el conquistador, me queda morirme. Yo no puedo estar satisfecho nunca con lo que hago, porque siempre habrá campo para mejorar, puede que sea bueno y a la gente le guste, pero a mí, personalmente, no me satisface nunca del todo, porque quiero tener más retos, seguir mejorando, hacerlo más y mejor, y ahí es donde entra mi autocrítica feroz.

- Pero no siempre fue tan autocrítico, necesitó que la vida le diera un empujoncito

- Yo me había ganado ese premio a mejor actor en el festival de teatro de cámara, que consistía en una beca para ir a París. El mismo día de mi llegada sufrí un accidente en el apartamento de una amiga colombiana que vivía allá, que era artista, me quemé con trementina, que un muchacho, también colombiano, trató de echar a una chimenea. Se incendió la trementina en un sartén y su reacción, en medio del susto, fue echar el líquido ardiendo hacia atrás y me cayó a mí. Yo estaba sentado en un sofá de cuero que quedó hecho cenizas, la llamarada me alcanzó, me cayó en uno de los brazos y traté de apagarlo con mi propio cuerpo.

En esa época me había ganado ese premio y había hecho varias obras, incluso una por la que me habían metido a la cárcel un par de días porque era un espectáculo muy escandaloso para la época. Yo era “famosito”, pero me consideraba “famosísimo” y llegué a París endiosado, sobrado, pero el accidente me obligó a estar recluido dos meses en un pabellón de quemados en un hospital, lo cual es absolutamente horrible, con un radiecito, escuchando las noticias culturales, entonces mi ego, tanto físico como intelectual, se fue quedando en ceros, fue bajando, de tal manera que, cuando dejé el hospital, salí absolutamente humilde, gané en humildad, muchísimo, y salí de ahí dispuesto a aprender, cosa que no hubiera hecho de no haberme quemado.

Kepa Amuchastegui, actor y director.
Kepa Amuchastegui, actor y director.

- Usted ha participado en producciones clásicas de la televisión colombiana como La Pola, Los pecados de Inés de Hinojosa, La pezuña del diablo, obras literarias e históricas que ya no se hacen. ¿Siente nostalgia o cree que cada época viene con lo suyo?

- Nostalgia, muchísima. Sobre todo porque todavía quedan muchísimos relatos de esos en nuestra historia y obras literarias, cosas maravillosas por contar que hemos ido abandonando y relegando al olvido. Creo que volver a este tipo de temas es clave, porque detrás de cada una de esas obras hay un autor que ha trabajado meses, años, para producir, para imaginar, para crear esos personajes; por eso estas obras literarias son de una profundidad incomparable, porque vienen de la pluma de un señor que ha dedicado mucho tiempo a elaborar esos personajes, que alguien tome esos textos y los adapte para la televisión o el cine, sin perder la densidad que tienen, le aporta una enorme riqueza a las pantallas.

Ahora lo que está pasando mucho es que hay una cantidad de libretos sobre temas bastante banales y trillados, como el narcotráfico, que caen en manos de jóvenes muy inexpertos que no tienen la capacidad ni el conocimiento literario para crear personajes de una dimensión importante, entonces todo queda superficial y eso va en detrimento de la calidad y de la educación de nuestra gente. Hasta que no volvamos a darle a la gente textos de calidad, personajes bien armados, historias bien estructuradas, vamos por mal camino.

- Hablando de personajes, ¿qué tan difícil fue interpretar al papa Francisco?

- Muy difícil, sobre todo es una responsabilidad personificar un personaje vivo aún y de esa talla. Hice un capítulo para National Geographic, personificando al papa Bergoglio, fue un reto grandísimo, porque había que empaparse de la esencia de ese gran personaje, de su enorme bondad, pero también de las partes de su vida cuando no fue tan, tan bueno, cuando traicionó a algunos curas de su propia comunidad porque así lo exigían las conveniencias, era el reto de poder dar esa doble faceta, con el mayor respeto. Me encantó hacer ese personaje.

Kepa Amuchastegui interpretó al papa
Kepa Amuchastegui interpretó al papa Francisco en la serie "El papa rebelde" de National Geographic. Foto National Geographic

- Después de haberlo estudiado tanto ¿qué piensa de Bergoglio?

- Es una persona maravillosa. No fue bueno toda la vida, tuvo sus momentos de malosito, pero ha ido evolucionando hacia una honestidad, una bondad, un buen criterio, un sentido común, que lo hace admirable como persona. Yo lo admiro mucho, sigo sin creer en muchas de las cosas que él puede defender, pero no por eso dejo de admirarlo, lo mismo que también admiro a Jesucristo, no por no ser católico dejo de creer en el personaje que fue, que sea Dios o no, eso sí podemos discutirlo.

- Usted fue testigo del poder, para bien y para mal de las redes sociales, cuando publicó que buscaba trabajo y se armó un gran escándalo ¿qué aprendió?

- Aprendí a no ser tan bobo y tan inocente, porque se armó un escándalo y la gente se le fue encima a los canales, y la verdad es que los canales y las productoras, todos se han portado, a lo largo de toda mi vida profesional, súper bien conmigo y por eso sigo vigente hoy en día; en medio de esta pandemia espantosa, soy uno de los pocos privilegiados que tenemos la suerte de tener trabajo. Al contrario de lo que pudo pensar la gente cuando dije que estaba buscando trabajo, yo solo tengo palabras de agradecimiento para todos los que me han dado trabajo, en teatro y en televisión; entonces aprendí a no meter las patas, aunque yo dije eso en Linkedin, que es una red social que se supone que es para eso, para buscar trabajo.

- ¿Le incomoda ser famoso?

- No, cómo me va a incomodar. Uno como actor, director o escritor de cine, teatro y televisión se debe a su público, sin el público uno no sería absolutamente nada; que uno sea más o menos famoso es importante, porque eso quiere decir que más gente quiere verlo. No puedo querer no ser famoso, lo que sí es cierto es que tal vez no soy lo suficientemente sociable, no me gustan los cocteles, trato de no ir con mi mujer a los centros comerciales y prefiero no visitar muchos sitios públicos porque, además, me da “oso” con la misma gente que me pide un autógrafo porque yo, sí, actúo, pero soy lo mismo que esa persona, otro ser humano, otro tipo que también está deambulando por esta vida, entonces a cuento de qué me piden a mí un autógrafo si somos iguales.

- ¿Qué significa para usted que los Premios India Catalina reconozcan su trayectoria?

- Me dio por pensar en estos días que, de verdad, considero que hay gente que ha hecho mucho más que yo y que todavía no lo han recibido, estoy muy honrado pero no sé si de verdad son merecedor de semejante homenaje, pero qué felicidad recibir este premio como un reconocimiento de que se ha hecho el esfuerzo, durante toda la vida, de hacer las cosas lo mejor posible y que hayan gustado, pero insisto en que no quiero verlo, de ninguna manera, como un adiós o una despedida, porque yo tengo muchas ganas de seguir contando cuentos, no tengo ninguna intensión de detenerme. No quiero.

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