En 2013, cuando Alejandro Martin tenía solo 25 años y un título profesional como Comunicador Social y Periodista decidió aventurarse en Nueva York (Estados Unidos) para aprender inglés, sin saber que tres años después montaría su propia empresa. Su negocio, ‘La Tamaleria Colombiana’, logró combinar sus tres pasiones: el marketing, las ventas y la comida. Así, este joven hizo que el tamal tolimense fuera reconocido en al menos cinco estados del país norteamericano.
La historia de cómo se creó ‘La Tamalería Colombiana’ es graciosa, y hasta increíble, pues Alejandro no tenía planeado hacer tamales para vender, sino sólo para calmar un antojo de su novia, quien estaba embarazada. Ellos intentaron comprar el plato en restaurantes latinos en Nueva York, pero ninguno les supo igual, así que decidieron llamar a la mamá de Alejandro, experta en tamales tolimenses, para que, a la distancia, le explicara cómo hacerlo.
“Mi mamá, que es tolimense, hace unos tamales espectaculares y nos dijo que nosotros los hiciéramos. Admito que fueron los peores tamales que he hecho en toda la historia, pero así empezó todo”, cuenta Alejandro.
En esa oportunidad Alejandro y su novia hicieron más tamales de lo necesario, así que decidieron venderlos a sus conocidos. Aunque confiesa que no ha sido su mejor producto culinario, el plato tuvo éxito, y ahí inició todo.
El capital con el que empezó a funcionar ‘La Tamalería Colombiana’ fue de solo 300 dólares, lo que en ese entonces equivaldría a 950.000 pesos colombianos, y en la actualidad a un millón 100.000 pesos.
“Llegué 300 dólares a vivir en un garaje de un amigo que me prestó. Ahí comencé, y comencé vendiendo en la calle, prácticamente, y con lo que ganaba compraba para hacer más tamales que volvía y vendía, y así iba juntando las ganancias para producir más. Esto ha sido una bendición grandísima”
Los tamales empezaron a ser vendidos en la calle 82 con Roosevelt, en Queens, un barrio popular, sobre todo entre latinos, en Nueva York. En ese lugar, que está por una calle llamada Colombia, se sentaba Alejandro todos los días, desde las 2:00 p. m. hasta las 8:00 p. m., sin importar el clima, a vender su producto. Confiesa que al inicio le daba pena, pero agarró confianza y cada vez más personas le compraban tamales.
A medida que pasaba el tiempo, la producción de tamales aumentaba y con eso las ganancias. Actualmente, ‘La Tamalería Colombiana’ produce 8.000 tamales semanales y el menú del negocio se amplió y ofrece desayunos típicos completos y cojines de lechona.
En cuanto a los ingresos, cada tamal se vende en 5 dólares (17.000 pesos aproximadamente). Además de Nueva York, el producto se está comercializando en Washington, Virginia, Nueva Jersey, Filadelfia, Miami, Pensilvania, Florida, Orlando, entre otras grandes ciudades. En estos lugares la dinámica de venta es distinta, pues funciona con distribuidores que venden cada tamal en 10 dólares (32.000 mil pesos colombianos). Manejando estos precios, las ventas ´La Tamalería Colombiana’, a nivel general ascienden a 100.000 dólares anuales, es decir, más de 360 millones de pesos.
Con su emprendimiento, Alejandro es un ejemplo de que la migración tiene beneficios, no sólo para quienes salen de su lugar de origen, sino para las comunidades receptoras. Con lo que factura ‘La Tamalería Colombiana’, el negocio debe pagar impuestos en Estados Unidos. Además, le da una oportunidad laboral a 140 personas, tanto en Estados Unidos, como en Colombia.
Alejandro vinculó a su negocio a campesinos que habitan en el departamento de Cundinamarca, y ellos se encargan de cosechar las hojas de plátano en las que se envuelven los tamales.
“Nosotros colocamos nuestra propia finca platanera y le damos trabajo a campesinos de Cundinamarca y así traemos nuestras hojas. Nos tocó hacer esto porque la hoja de acá nunca es la misma, y así cuando las personas sólo huelen el tamal, saben que es es el mismo olor típico colombiano”, explicó Alejandro.
Cabe resaltar que, el éxito de este joven no se construyó de la noche a la mañana, pues su historia empezó cuando tenía 17 años y vendía televisores y equipos de sonido en un almacén para pagar sus estudios. Su inclinación por las ventas y los negocios siempre fue muy fuerte, y al cabo de dos años logró ser el supervisor nacional de todo el equipo de ventas.
Después de esto trabajó en compañías reconocidas como Samsung, donde se desempeñó como product manager de portátiles e impresoras durante tres años. Luego entró a la compañía D-Link, donde estaba a cargo de la estrategia de mercadeo. Su oportunidad laboral era buena, y podía ser mejor, pero algo se lo impedía: el no saber inglés.
En ese entonces decidió tomar sus ahorros, y hasta endeudarse, para mudarse a Nueva York y hacer un curso de inglés. Alejandro estudiaba y trabajaba como mesero para poder costearse sus gastos básicos. Combinar horarios y rendir el dinero no fue fácil, pero pensaba que valdría la pena y solo sería temporal, pues el plan siempre fue volver a Colombia y conseguir un mejor trabajo del que tenía antes de irse.
La idea de Alejandro parecía perfecta, pero no contaba con que la realidad no estaría alineada a sus proyectos. El joven volvió al país cuando tenía 27 años, hablando un inglés casi perfecto y una hoja de vida prometedora, así que aplicó a un puesto de alto nivel en Samsung.
Alejandro pasó todos los filtros de selección, pero al final no le dieron el puesto por una razón que reciben miles jóvenes colombianos al momento de buscar empleo: “no tienes la edad suficiente. Necesitamos a alguien mayor”. A Alejandro le ofrecieron otro cargo, pero las condiciones y el salario eran mucho menores de las que esperaba, así que decidió volver a Estados Unidos.
En ese momento, mientras trabajaba en distintos oficios, montó ‘La Tamalería Colombiana’ que ahora lo hace ser reconocido entre la comunidad latina en el exterior. El éxito que ha alcanzado, asegura que no es suficiente, pues tiene planes aún más grandes con este negocio.
“Yo quiero que la tamalería se vuelva el McDonald’s de los colombianos”
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