Para Melba Escobar, escribir es sobre todo la capacidad de descubrir y de encontrarle un sentido a la vida. “Yo creo que los relatos son los que nos permiten crear un sentido alrededor de la realidad y eso es lo que para mí es la escritura, tratar de darle sentido a todo esto”, afirma. La escritora caleña, autora de Duermevela (Planeta, 2010), Johnny y el mar (Tragaluz, 2014) y La mujer que hablaba sola (Seix Barral, 2019), entre otras novelas, emprendió camino hacia Venezuela, el país que cambió para siempre, en el que pocos se han atrevido a buscar, para viajar al pasado y buscar parte de ese sentido que se extravió con los años.
Durante el 2019 y el 2020, Melba Escobar recorrió Venezuela y toda la zona fronteriza con Colombia. En esos días, vivió momentos difíciles como la muerte de su madre, pero siempre sacó la fuerza de su empatía y valentía para escribir Cuando éramos felices pero no lo sabíamos, un libro que retrata directamente a ese país con ayuda de quienes lo disfrutaron en otros tiempos y de quienes todavía lo viven y padecen a diario: sus ciudadanos.
La autora colombiana participará este domingo en el Hay Festival, hablará sobre su primer libro de no ficción junto a Margarita Posada y David Lara. Infobae Colombia habló con ella para entender el proceso de sus relatos, su relación con la migración y sus reflexiones tras mirar de cerca, como pocos, la Venezuela de nuestros días.
¿Cuál fue el origen de Cuando éramos felices pero no lo sabíamos?
Primero, creo que es un libro muy híbrido porque habla mucho de mi historia personal, así como de la historia de muchísimos venezolanos que entrevisté.
El origen del libro es la frustración de no entender qué pasaba en el vecino país y yo creo que para uno como colombiana (y como nos pasa a todos) es bastante agobiante y angustioso al mismo tiempo la presencia cada vez más numerosa de venezolanos. El nivel de miseria y desesperación que uno ve, sobre todo cuando hace viajes por tierra y ve a los caminantes.
De alguna manera la pregunta que a mí me perseguía era de qué huyen, por qué llegan tan masivamente, qué está pasando allá. Sentía que las noticias y los medios en general no habían hecho la tarea (o quizá no es su tarea), más allá de usarlo de forma muy política y de darle como siempre el micrófono al poder.
En general yo creo que Venezuela se ha vuelto como el coco, pero realmente siempre me ha parecido que hay toda una parte de la historia que uno no conoce, ni sabe, ni entiende porque finalmente Chávez fue elegido democráticamente por mucha gente sensata que lo apoyó y tenía un discurso en sus inicios bastante sensato también.
Me preguntaba cómo un gobierno devoró un país hasta aniquilarlo, y cómo llegan hasta allá con un discurso que podría ser medianamente coherente, pero me interesaba no tanto desde el relato político, sino desde el relato humano, que creo que es el que no conocemos precisamente.
Yo me hacía esas preguntas un poco desde la empatía: ‘y si fuera yo una de estas tantas personas que tuvo que abandonar su país e irse a donde fuera porque le quitaron todo, porque necesito cubrir las necesidades básicas, ¿qué haría?’.
La motivación real fue esa. Surgió porque en Alemania publicaron un libro de refugiados del mundo y a mí me encargaron el capítulo de la frontera entre Colombia y Venezuela y eso me permitió hacer una primera aproximación y vivir lo que estaba pasando allí y me impresionó mucho. Me impresionó el vacío y la ausencia de conocimiento que tenemos en Colombia de lo que eso significa a nivel humano y ahí decidí hacer un libro con Planeta y Seix Barral, que es mi sello.
Hablemos de los recorridos para elaborar estos relatos y cómo se fue creando poco a poco este libro...
Fueron cuatro viajes en total. Desde un comienzo mi idea era hacerlo casi como un documental, como ir contando mi experiencia en primera persona: a dónde iba, con quién hablaba, qué pasaba, qué vivía. Fue toda una aventura también, hubo momentos complicados, peligrosos se podría decir, difíciles a muchos niveles.
Todo esto pasó durante la fase terminal del cáncer de mi mamá, que murió justamente antes de que hiciera el último viaje a Venezuela.
Es un libro que tiene muchas cargas paralelas, habla de muchos duelos, de mi duelo personal como hija, del duelo de todos los venezolanos que han perdido su país y del duelo de todos en este presente en el que hemos perdido un pie sobre la realidad, porque además el último viaje fue en febrero del 2020.
Yo me enteré de que existía el covid-19 estando en Venezuela, entonces en ese sentido es un libro muy actual, muy en caliente y casi urgente. Lo hice tomando riesgos reales. En un momento yo temía que no pudiera entrar a Colombia y lo terminé de cierta forma en medio de toda esta locura que nos estaba pasando el año pasado.
Sobre el tema de Venezuela hay mucho material y muchas expectativas ¿Con qué libro se encuentra el lector?
Es una reflexión no solo sobre lo que pasa allá, sino también sobre la humanidad, sobre lo que es este momento para todos y lo frágil que puede ser todo: un gobierno, un país, una realidad, una economía. Se mete a hablar de esto pero desde las voces de muchísimas personas de todos los estratos, tipos, creencias, ideologías, en fin.
Es un libro que no toma ningún tipo de partido en ningún momento y creo que ahí está su fuerza, que es como una cámara que realmente está mostrando y metiéndose por todos los rincones.
Fue muy importante a nivel vital, yo sentí que me ayudó a entender muchas de las cosas que antes no comprendía cuando caminaba por la calle y me perseguían muchos venezolanos a pedirme algo. También me generó una relación distinta con ese sentimiento de impotencia frente a la desgracia ajena.
Allá la vida sigue y lo que hay es solidaridad, comunidad y quizá muchas veces necesitamos que nos quiten la excusa de que el gobierno es malo, para ver cómo resolvemos. La gente allá ya no tiene gobierno entonces ellos consiguen el agua, arman la escuela, educan a sus hijos, ellos resuelven. El sentido de comunidad de cierta forma se afianza y se potencia de una manera impresionante cuando no hay una institución de base que resuelva y eso me pareció una lección también para todos muy valiosa.
Yo creo que más allá de que haya miles de razones para estar totalmente infeliz con este gobierno en Colombia, también hay muchas cosas que podríamos estar haciendo a nivel personal, colectivo y comunitario que no estamos haciendo, justamente porque se nos va el tiempo y la energía en criticar lo que no nos gusta. Me pareció que fue una lección muy valiosa, la experiencia misma de hacer el libro.
Usted contempló cuatro viajes para poder vivir de primera mano la situación en Venezuela. Durante estos recorridos imagino que hubo cientos de personas con las que pudo conversar, pero ¿cómo seleccionó las historias que harían parte del libro? ¿Cómo estableció que eran esas voces las que quería revelar?
Hay un gran espacio para el azar, si se puede decir así, es bastante casual. No hubo un trabajo deliberado previo de escoger y seleccionar. Por supuesto hubo una preparación de los viajes que era necesaria y hablé con mucha gente y más o menos me guiaban.
Lo que sí fue una sorpresa es dónde terminé poniendo el foco. En mi primer viaje el que acaba siendo el protagonista es Daniel, que fue mi conductor y que fue asesinado hace un mes en Caracas y a quien le tuve un gran cariño porque además es un personaje típico: hombre machista, super seductor, encantador, todero, culebrero, mentiroso pero avispadísimo, con una inteligencia de superviviente hiperdesarrollada; como un superhéroe latinoamericano de los bajos mundos. Alucinante me parecía.
Y yo no sabía eso, hablé con él dos veces antes de viajar, cuadramos que él iba a ser mi fixer y pues yo no tenía ni idea que al final él iba a ser el centro de la historia de mi primer viaje y se iba a volver un personaje esencial. No lo sabía, solo pasó. Ocurrió porque en el proceso de elaboración del trabajo muy rápidamente entendí que este hombre era un personaje extraordinario.
Algo similar pasó con cada viaje. Yo creo que lo que a mí me parece que es muy valioso de este trabajo es que es de realidad pero no es un reportaje en el sentido más serio y formal de la palabra.
Hay algo que creo que es muy importante y es que uno no tiene la carga de ser un nacional. Este es un libro que uno mismo jamás podría hacer sobre Colombia, porque yo nunca seré neutral en mi país y sería falso decirlo. Tengo demasiadas ideas propias sobre todo lo que pasa en temas políticos: amores y odios, como para permitirme escuchar las cosas que yo pude escuchar en Venezuela que eran muy fuertes.
Tanto que hay lectores que no pueden con eso, lectores venezolanos que les cuesta porque hay unas defensas de la extrema derecha, así como hay otras del chavismo y otras que uno como observador externo y como extranjero tiene quizá la neutralidad de escuchar sin alterarse y con la sangre fría.
Yo creo que eso es importante en estos viajes. Claro que hay una inmersión en lo profundo de la realidad, pero es desde la mirada del que no pertenece que eso permite muchas cosas.
En medio de ese no pertenecer y en contraste con la empatía que merecen temas como esos, ¿no era confuso para usted encontrar un equilibrio en las emociones? ¿Cómo manejar el interés por conocer las historias y comprenderlas, y la distancia o barreras que a veces se necesitan?
Yo creo que eso es porque, como yo lo percibo y siento es que en este momento en Venezuela todos son de alguna manera víctimas. Desde cualquier ángulo que se le mire. Con la gran excepción del gobierno y de los que se han colgado de la teta del gobierno para seguir chupando y empobreciendo a su país a costa de las mayorías.
Pero a parte de esos personajes, creo que la inmensa mayoría son víctimas y que lo que están haciendo es construir un discurso. Todos construimos un relato como un mecanismo de supervivencia, la propia historia que uno cuenta de su vida, de uno mismo o de sus amores y desamores, todo es un cuento que no necesariamente es cierto pero es el que le permite a uno seguir adelante.
En ese sentido yo creo que la empatía siempre prevaleció con la claridad de que esos relatos por macabros que sean, o por crueles o equivocados, son formas de subsistir en una situación extrema en la que la subsistencia se ha vuelto una guerra.
Eso hace que sea muy difícil condenarlo porque uno está viendo hasta dónde a la gente se le vino abajo todo, lo que tenía se desvaneció en el aire y entonces crean una historia. Incluso están las historias de los idos y los quedados como decía la escritora Jacqueline Goldberg: que Venezuela se divide entre los idos y los quedados.
Ahí hay una tensión que se puede percibir, porque finalmente el que se queda muchas veces se quedó porque no tiene plata para irse, porque no puede salir como muchos de sus amigos. Entonces se generan unas tensiones muy complicadas, porque entra a haber un juicio. Como una superioridad entre el que se fue contra el que se quedó y cada uno construye un relato a partir de ahí.
A partir de la permanencia como una forma de darle sentido a la vida. También hay muchos que se quedan por decisión propia y se vuelve casi una militancia, como ‘este país se puede ir al carajo pero yo no me voy porque es mi derecho y voy a luchar por él aunque sea lo último que haga’, que es una cosa muy impresionante.
¿Cree que la gente se obsesionó con la situación que vive allá?
Como colombianos sabemos hasta dónde un país puede ser tan invasivo de nuestra vida personal, yo creo que probablemente un sueco o un noruego le da igual haber nacido en cualquier otro país del mundo o cree que es indiferente y no le importa mucho, mientras que acá la realidad política hace parte de nuestra vida desde que somos niños y es algo a lo que no nos podremos nunca abstraer, no hay forma, es una condena de alguna manera, es como una cadena perpetua.
En este caso, Venezuela es eso pero mucho más extremo, porque es un punto en el que no solo se habla de política, es que además te quitaron tu casa, tu empleo, te cerraron la universidad, el sitio donde trabajabas. De pronto ya no tienes nada, entonces por supuesto que ya no hay una barrera entre lo público y lo privado, eso pasa a ser una ficción.
Eso era un poco lo que quería mostrar en este libro. Lo político y lo íntimo son una sola cosa y quizá siempre lo son, cada vez decimos más que todo es político en la vida, pero en este caso es literal.
‘No me hables de diferenciar el régimen de mi vida íntima cuando no tengo agua ni comida’. Desde ahí hay una reflexión que es mucho más universal y que es pertinente para este contexto de los populismos crecientes y las desigualdades.
Es darse cuenta que en muchas ocasiones Venezuela sí es el coco, en muchos sentidos sí representa lo peor de la raza humana y al mismo tiempo lo mejor, en el sentido en que aún cuando lo llevan a uno a las peores condiciones de vida y a los extremos, la gente encuentra un relato para seguir adelante, se organiza, trabaja unida.
¿Qué fue los más difícil y lo más fácil de escribir Cuando éramos felices y no lo sabíamos?
Hubo situaciones difíciles como por ejemplo una balacera que hubo en uno de los puentes principales de Caracas que ocurrió como una hora después de que yo había pasado por ahí y hubo varios muertos. Fue una locura porque después explicaron que era una guerra de bandas entre las policías y ejércitos, como ellos son los que controlan todo el tema del narcotráfico se pelean entre ellos, son guerras de bandos, solo que entre distintos paramilitares diferentes, si se puede decir así.
Lo otro fue ver muchas camionetas de vidrio polarizado y blindadas y al mismo tiempo gente escarbando la basura, caminando con baldes para buscar agua. Hay imágenes que son muy apocalípticas, que uno dice, esto pasaría en una película de ciencia ficción donde ya solo quedan esos dos extremos: la miseria y el millonario que se mueve con guardaespaldas armados. Eso se ve. El solo hecho de estar ahí es difícil. Hay muchas historias, paranoia y tensiones.
¿Y lo más fácil?
Me parece que la gente es muy caribeña, es interesante que Venezuela y Colombia son como dos espejos prácticamente en todo, hay desierto, montaña, mar y todo igualito excepto por una ciudad como Bogotá, eso no existe allá: ellos son como una Colombia sin Bogotá.
Yo me pregunté muchas veces cómo habríamos sido nosotros sin esta capital, quizá mucho más venezolanos. Hay una apertura en las personas una simpatía natural que es completamente anti cachaca, la gente está dispuesta a hablar, la gente es relajada, eso me sorprendió muchísimo.
A mí me decía Alberto Barrera, que es el escritor venezolano que me acompañó mucho en el proceso de investigación, además presentó mi libro y ha sido una compañía en todo el proceso, que a él le impresionaba que Colombia sigue manteniendo unos índices de violencia mucho más altos que los de Venezuela, aún ahora.
Eso para mí fue impresionante, darme cuenta hasta donde somos un país brutal, esa carga que tenemos de una historia tan violenta, esa desconfianza hacia el otro. Esa incapacidad de darle el beneficio de la duda al otro no la tiene un venezonalo, ellos naturalmente te tienden la mano y se tienden la mano entre sí.
Eso facilitó mucho todo el proceso pero además fue una revelación muy grande. En medio de todo prevalece una solidaridad entre ellos, un sentido de humor negro increíble, se ríen de todo lo que está pasando muchísimo. Yo iba con la preocupación de que iba a tocar temas sensibles y no, me encontraba muchas veces carcajeándome con ellos.
Diciendo cosas como “el último que salga que apague la luz” y se atacan de la risa, y es gente que lleva días sin agua y sin luz pero están ahí disfrutando. Creo que esos momentos de realidades tan extensas a la gente le potencia la capacidad de darse cuenta de lo bueno.
Cuando éramos felices pero no lo sabíamos es una frase que se ha vuelto muy popular, especialmente en medio de la pandemia cuando recordamos momentos que son poco probables que volvamos a vivir en el corto plazo. ¿Por qué tituló así el libro?
Porque escuché mucho esa frase a lo largo de los viajes, la decían un montón, era algo que se repetía constantemente. Hubo una discusión sobre si le poníamos el ‘y’, porque es más usual, pero yo recuerdo sobre todo a una mujer que cuando yo le pregunté sobre cómo era antes, ella me dijo “cuando éramos felices pero no lo sabíamos”, y se me quedó grabada porque dije sí, de alguna manera hay un pero.
Yo creo que lo mejor que tiene la desgracia es la capacidad que uno adquiere de valorar el tiempo anterior a ello. Es una tristeza que ser consciente de la felicidad y el bienestar sea tan difícil.