La primera vez que Juan Diego Gómez Valencia se presentó a Pfizer fue a través de la plataforma de empleo de la compañía. Ingresó su hoja de vida y una semana después la cazatalentos lo llamó para decirle que su perfil le llamaba la atención. A simple vista, en el currículum de Juan se lee: dos maestrías, un doctorado y postdoctorado, Premio Dalle Molle en Inteligencia Artificial, residencias académicas con científicos como Olaf Blanke y consultorías en grandes compañías del mundo. Apenas 38 años, nacionalidad colombiana y oriundo de Neira, Caldas.
Esa vez, Gómez se presentó para la vacante de director mundial de Ciencia y Calidad de datos, y después de varias entrevistas y pruebas pasó a las rondas finales. Cuando se iba a cerrar el proceso, la entidad lo frenó y comunicaron que hubo una reestructuración. “Yo pensé que era simplemente una manera bonita de decirme que no, yo lo tomé como un fracaso, como otro fracaso”, dice Gómez con su acento caldense al otro lado del teléfono.
Un año después, hace apenas un mes, la cazatalentos lo llamó para que se volviera a presentar a Pfizer y Juan empezó el proceso desde cero. Ronda tras ronda escaló y por medio de un correo le llegó la noticia. “El 4 de diciembre me llegó un correo que decía “Juan, hemos decidido que eres nuestro candidato seleccionado, bienvenido a nuestro equipo, hoy es un día muy especial para nosotros. Bienvenido a Pfizer”.
En medio de la emoción, aún era confuso el cargo que asumiría Gómez, pues se había presentado como gerente, como alto gerente y como director mundial. Las dos primeras le parecían maravillosas, pero la última la sintió muy lejana.
Días después, aún con la duda presente, le confirmaron que sería el nuevo director mundial de Ciencias y Calidad de Datos. “La semana pasada firmé contrato, me llegó la carta de bienvenida y la fecha de inicio para empezar en firme”, cuenta Gómez emocionado.
Infobae Colombia habló con él. Juan Diego Gómez Valencia es el doctor colombiano que el 19 de enero empezará su nuevo cargo en una de las farmacéuticas más importantes del mundo, que además vive un momento crucial al estar encargada de una de las vacunas del covid-19. Un reto del tamaño de la humanidad.
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Juan responde la llamada desde su casa en Pereira. Lleva un par de meses de vacaciones en Colombia pues hace algunos años está radicado en Estados Unidos. Aunque la mitad de su vida haya vivido en el extranjero, tiene su acento caldense intacto.
El doctor colombiano está convencido de que la ciencia siempre triunfará y es el vivo reflejo de que aunque cientos de puertas estén cerradas, siempre se va abrir la adecuada.
“Yo nací en un hogar de un estrato medio alto. Un hogar de dos educadores en un pueblito muy pequeño a media hora de Manizales. Con una madre neirana, pero un padre con raíces caucanas, que hace 40 años llegó a Caldas y se enamoró”.
Su infancia fue tranquila, y estuvo acompañada de sus padres y su hermano mayor Pablo Andrés Gómez. Poco antes de que se fuera de su casa nació su hermana María del Pilar Gómez, con quien no compartió mucho.
Juan Diego está convencido de que en su hogar se cultivó la vocación científica. Su padre además de educador era pintor y un ferviente lector. “La imagen que tengo de mi padre siempre es sentado en un mueble leyendo. A mí me criaron en medio de cuadros de Van Gogh, Kandinsky y Picasso”, comparte.
Dice que vivir rodeado de arte le abrió la mente para explorar, para indagar en el mundo, y saber que había cosas más allá de las fronteras de su pueblo. “Mi papá me hablaba del Museo del Prado, del Museo de Louvre, y yo creo que eso me abrió ese apetito por conocer, por trascender”.
Infobae: Su mamá fue su profesora en el colegio ¿Qué tan difícil fue tomar clases de matemáticas en la escuela con ella? ¿Le reforzaba conocimientos en casa?
Juan Diego Gómez: Mi mamá no. Mi papá me enseñó a leer desde muy pequeño, desde antes de entrar a kínder. Yo fui de esos niños avanzados que llegó sabiendo leer. Mi papá me enseñó en casa las vocales y las letras. Con mi mamá fue más una relación maestro alumno, fue una relación dura, no por la matemática, sino por la disciplina, no era muy bueno en ello. Era tener mamá, profesora y directora de grupo a la vez. Tres roles en uno y mi mamá es una paisa de esas severas, entonces esa fue una etapa de régimen militar.
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Se graduó de la Escuela Normal del Rosario. Después de la salida del colegio a los 16 años intentó cumplir su sueño de ser abogado, pero nunca pasó a ninguna universidad.
“En la infancia siempre tuve la inquietud de ser sacerdote, hacía misas y esas cosas. Yo mismo armaba el altar. Me ponía un poncho de mi abuelo como sotana y simulaba oficiar misas”, responde Gómez.
Curiosamente, la vida lo opuso a ese sueño de infancia, le mostró que la ciencia era el camino: un ámbito contrario a la religión y a la fe. “Me siento muy complacido de no haber cumplido ese sueño, porque hace mucho tiempo me divorcié de las creencias religiosas y me desvincule de todo credo”.
Dejó Neira, Caldas, para entrar a la Universidad Tecnológica de Pereira a estudiar Ingeniería de Sistemas y aunque no pasó ni en la primera, ni en la segunda lista, logró entrar en el tercer grupo y ahí empezó a conectarse con la ciencia de datos y la neurociencia computacional.
“En mi pueblo el primer computador que hubo fue el de mi casa. Los sistemas siempre estuvieron coqueteándome, era esa época de los 90 donde empezó el furor de internet, había un boom. El primer computador del pueblo lo tuvo mi papá, al cual me dieron un acceso muy limitado porque él temía que yo dañara ese aparato, entonces esa máquina gigante la compraron más como objeto decorativo, mi papá me tenía rotundamente prohibido prenderlo”.
Su vida universitaria estuvo marcada inicialmente por un choque cultural entre la “gente de pueblo” y los citadinos. “Para alguien de provincia es muy duro, fue adaptarme a un mundo nuevo”, comparte Juan Diego Gómez.
Fue un estudiante muy bueno académicamente, y mientras estudiaba conoció a uno de sus primeros amores. Ella se preparaba para ser médica y estuvieron durante toda la carrera juntos. En esos años de amor nació su hija, y además creció en él una profunda pasión por la medicina.
“Yo viviendo con esa médico me di cuenta que estudiar medicina hubiera sido mucho más lindo, que eso era mucho más atractivo”, asegura, y añade, “mi carrera como ingeniero siempre ha estado devota a los desarrollos médicos”.
Conquistar el mundo con inteligencia artificial
Cuando Juan estaba en la universidad, hablar de inteligencia artificial era pensar en ciencia ficción, era recordar las películas de Hollywood. Mientras otros querían programar, este ingeniero buscaba otras opciones y con ese amor por la biología y las ciencias consiguió una beca en Berna, Suiza.
Sin saber nada del idioma se aventuró a presentarse en el Instituto para la Cirugía Robótica y allí le ofrecieron un salario. “Yo quisiera que tu escucharas a este paisa de pueblo hablando inglés por primera vez”, comparte entre risas Juan, quien además recuerda una de sus mejores anécdotas en el país europeo.
“Fui a hacerle un reclamo a una secretaria del instituto porque el dinero que me prometieron no llegó completo. Ella me explicó que eran los ‘taxes’ (impuestos), y yo respondí “¿Los taxis? Pero si yo vengo en tren todos los días””.
De Suiza viajó a España para empezar su primera maestría en Inteligencia Artificial y Visión por Computador en el Centro de Visión por Computador CVC. Al terminar su primer posgrado se fue a Madrid a hacer otra maestría en Teorías de la Información.
Estando en España se postuló para hacer su doctorado en Ciencias de la Computación con énfasis en Neurociencia Computacional en la Universidad de Ginebra, y pasó.
“Ese fue un sueño que me llegó temprano en la universidad. Yo quería ser doctor en Ingeniería, pensaba que como no había sido médico, igual podía ser doctor”.
Eso me parecía hermoso, decir “Doctor en Ingeniería, qué cosa tan linda”. Yo creo que fue un poco compensando esa carencia de la medicina, yo hallé una forma de ser doctor. Pero siempre lo tuve claro. Lo busqué y lo busqué y por eso también hice la segunda maestría, porque el doctorado no salía y no quería perder el hilo académico.
En Suiza, Juan Diego Gómez encontró el lienzo para crear su obra. La universidad buscaba un PhD para trabajar en cirugía de retina: querían que personas invidentes volvieran a ver.
“Yo me presenté muy al estilo paisa con una propuesta diferente, yo no iba a hacer algo convencional, sino que yo iba a hacer ver a los invidentes por medio de los oídos”, explica Gómez.
Los convenció hablando del cerebro y de la neuroplasticidad, les explicó cómo se pueden asociar áreas auditivas con áreas visuales, habló de reconexiones neuronales y les mostró casos de sinestesia, la condición donde un sentido se activa a través de otro.
Después de cuatro años de mucho estudio, investigación y crecimiento espiritual, la idea que en un inicio parecía descabellada para los suizos, no sólo le concedió una brillante tesis doctoral sino que le permitió tener reconocimiento mundial gracias a importantes premios científicos.
El proyecto ‘Seeing Colors with an Orchestra’ (viendo colores con una orquesta) se ganó el Premio Dalle Molle en Inteligencia Artificial, el Premio Latsis a Mejor Investigación Doctoral y gracias a este le dieron la Medalla a la Democracia grado Oficial en el Congreso de la República de Colombia.
Como si fuera poco, Estados Unidos le otorgó una residencia como extranjero de habilidades extraordinarias, gracias a que hizo ver a los ciegos a través de los oídos, mediante una neuroprótesis para invidentes.
En este punto de la vida no solo su inglés había mejorado, sino que su vida académica empezó a ser cada vez más reconocida y su nombre se posicionó en la inteligencia artificial, pero sobre todo logró algo que ningún otro premio, estudio o trabajo podría darle: conectarse con su interior.
En paralelo al estudio del cerebro durante el doctorado, le tocó estudiar la consciencia. Viajó a la India, a Katmandú y a Nepal a hacer retiros espirituales y de meditación, experiencias que le trajeron calma para seguir afrontando años de soledad y resistiendo a un doctorado exigente.
“Esos años me enseñaron la paz de la meditación, la importancia de la tranquilidad y me indujeron sobre todo al famoso problema de la conciencia, que es el problema más hermoso que existe en la ciencia y que trabajaría a posteriori”
Sobre la relación entre esas conexiones espirituales y su trabajo, apunta:
“Mi vida fue una antes y después de aprender a meditar. Yo era uno y después de eso fui otro, yo desperté. Todos vivimos dormidos y en algún momento nos llega el despertar. A mí me llegó después de que me indujera en el mundo de la conciencia. Todos los días medito tipo cinco de la mañana entre media hora y 40 minutos y eso me ha traído beneficios académicamente, profesionalmente, personalmente. Cosas como las de Pfizer no las hubiera logrado si no fuera un hombre consciente, esas cosas son difíciles para una persona que todavía está dormida”.
Un paso más en la academia
Estando en Suiza y enamorado de la neurociencia y la ingeniería, hizo su residencia de posdoctorado en el Instituto para el Cerebro y la Mente, dirigido por Olaf Blanke, uno de los neurólogos y neurocientíficos más importantes del mundo.
Tras cinco años en Suiza volvió a Colombia a dirigir el Centro de Biología Computacional BIOS. Dos años después aceptó la residencia que solo les dan a los grandes científicos en Estados Unidos y llegó a New York a ser consultor de empresas e importantes compañías farmacéuticas.
En medio de su nueva vida se vinculó a la academia ya no desde los pupitres, sino frente al tablero y empezó a ser docente de Inteligencia Artificial en la Universidad de Michigan.
“A mí me encanta entregar conocimiento. Me fascina. Siento una gratificación tremenda cuando alguien vence ese obstáculo de la ignorancia a través de mis palabras, de mis enseñanzas y cada que aprendo algo nuevo me vuelvo loco por enseñarle a alguien”.
Un colombiano en Pfizer
Juan Diego Gómez Valencia viajó el pasado 15 de diciembre a Estados Unidos, y desde el 19 de enero asumirá el cargo como director mundial de Ciencia y Calidad de Datos.
Su tarea será vigilar que los datos que se produzcan en Pfizer sean confiables, “estamos hablando de una responsabilidad grande porque en la empresa tenemos datos de humanos, de drogas, experimentación a nivel biológico, yo no puedo permitir que esos datos sean sesgados”, comparte Gómez.
“Vamos a analizar datos, a usar inteligencia artificial y computación cognitiva para hacer análisis, buscar información detrás de la información, predicciones, pero sobre todo tengo que vigilar que todo sea de buena calidad”.
Sobre el reto que asumirá, lo que más le parece desafiante no es en sí el trabajo, sino las relaciones laborales. “Dentro de mi inocencia, el que yo apunto más cercano es el trato con el personal humano. El cargo requiere trabajar con gente de muchos países, diferentes culturas, liderar equipos de gente. Yo como científico no estoy acostumbrado a eso, yo educo pero eso es distinto a estar en una corporación. Liderar empleados. Yo creo que ese es uno de los factores más retadores en esta etapa de mi vida”.
Sobre la vacuna contra el covid-19, un proyecto en el que participa Pfizer, Gómez también tiene responsabilidades. “De las primeras luces que me dieron del trabajo fue sobre la vacuna del covid-19, será precisamente a revalidar la información, a mostrar datos de las pruebas y evidenciar que son confiables. Me dijeron que la primera parte va a ser emplearnos en ese sentido”.
¿Hasta qué punto puede haber una equivocación de la ciencia con respecto a la vacuna?
“La ciencia no es infalible, la ciencia se va puliendo, es como un órgano viviente que va mejorando y madurando. La ciencia se va corrigiendo a sí misma y alimentando.Por supuesto, como todo producto, puede que en sus inicios no sea muy elaborado y tenga muchas falencias. Yo pienso que un proyecto de estos trata de reducir a lo más mínimo cualquier tipo de error.
Las falencias pueden existir, nada de lo fatídico que se dice en redes. Algunos efectos colaterales podrán surgir, como en todo, tal vez leves, insignificantes. Seguramente no será un producto 100% perfecto y menos en esta coyuntura y rapidez en la que se tuvo que desarrollar, pero no creo que sea nada grave. Al final la ciencia siempre salvará el día, siempre triunfará”.
¿Por qué hay que creer y respetar las vacunas?
“Por los antecedentes, por la historia, porque las vacunas nos han salvado de todo. Si respetamos la fe cristiana que está basada en nada, ¿cómo no vamos a respetar a la ciencia que cura, que nos alivia? Se tiene que respetar porque hay datos, evidencia, objetividad de los hechos, hay una rigurosidad. Ha habido errores, sí, como en todo, porque la ciencia es hecha por humanos, pero cuando tú sumas y restas global, estos son episodios mínimos. Las vacunas nos han salvado de toda plaga bíblica”.
¿Qué le diría a las personas que definitivamente no creen en la vacuna del covid-19 y no se la quieren aplicar?
“A esa gente hay que tratarla con empatía y con amor, porque son personas dormidas, gente que tiene un nivel de consciencia bajo. Muchas veces no es porque ellos quieran, es porque su estrato social o condiciones no les permitieron avanzar. Creo que a esas personas hay que intentar educarlas con amor y empatía. Convencerlas, así como las convencieron de todas esas cosas que se dicen en torno a la vacuna, se puede convencer con amor”.
Una vida más consciente
Juan Diego Gómez Valencia, el nuevo director mundial de Ciencia y Calidad de Datos de Pfizer es un lector consagrado, ama los libros de ciencia. Le gusta el whisky y el vino, es amante del rock y así como tiene en su cabeza cifras científicas y datos de neurociencia, sabe con exactitud fechas de discos, grupos e integrantes de este género musical. Además tiene camisetas, muñequitos, y cientos de imágenes de cerebros.
“A mi me inspira a vivir el conocimiento, saber que todos los días tengo algo nuevo por aprender, saber que todos los días me descubro ignorante, que puedo perfeccionarme un día más, entender más y abrir más mi conciencia”, comparte.
La pandemia le ratificó la importancia de la ciencia en el mundo, “nos mostró que hay que darle protagonismo a ella por encima del fútbol o los reinados de belleza. Yo creo que esto nos enseñó que dependemos más de un científico que de un futbolista y la lección es esa: que debemos cultivar nuestra sociedad hacia esa añoranza por la ciencia”
Antes de terminar el diálogo, Juan Diego comparte que lo que más extraña y extrañará estando lejos de su tierra es la gente, el carisma y la amabilidad de las personas colombianas, algo que a su modo de ver no se encuentra en ningún lugar del mundo.