Manuel Alonso nació en Herrera, Tolima, donde vivió hasta sus 16 años en una casa de bareque. Tuvo 14 hermanos y él fue uno de los menores. Entre sus hermanos jugaban a ser soldados, utilizaban palos y los caballos para recrear la escena. Estudió hasta tercero de primaria. En su escuela tuvo dos profesoras que recordó hasta el último momento de su vida, a Estella Ospina y Alicia Gonzales, personas que consideraba ‘berracas’ por ir a trabajar a un sitio alejado y perdido en el mapa.
Desde los nueve años comenzó a trabajar y dejar los estudios. Tenía dos jornadas laborales, en la mañana se dedicaba a cargar bultos de café y en la tarde a llevar leche en la finca donde le pagaran. Para la década de los 80, el M-19 se tomó su pueblo. La toma fue la materialización de su juego de niño. En una entrevista que tuvo con el sociólogo Óscar Cardozo, le comentó: “Yo tenia ya ahí 16 años y vi en ellos una figura emocional que no sabría cómo explicarla. Uno a esa edad no se va al monte por convicción, ni por venganza, sino por emoción. De pronto son locuras que uno comete. Sin embargo, ya dentro de la guerrilla a uno le explican el origen de la guerra: los terratenientes, las cinco o seis familias que gobiernan este país, los campesinos sin salud y educación. Y se pone uno a analizar todo esto y es la verdad”.
Al vivir la presencia de una guerrilla “urbana” y ver que ciertos aspectos tenía diferencia con las guerrillas tradicionales decidió hacer parte de esta. En la misma entrevista con Cardozo contó cómo los comandantes apadrinaban a los niños que encontraban en orfanatos o abandonados: “Uno de niño en el campo, por lo menos en los años 70, siempre era explotado por terratenientes, por la gente de la ciudad o hasta por el mismo Gobierno. La guerrilla siempre procuraba ubicar a los niños que recogía producto de la orfandad en hogares campesinos, escuelas o refugios de paso. Pero en muchos casos, los perseguían pa’ matarlos o no se hallaban en ninguno de estos lugares. Ahí la guerrilla los cobijaba como otro miembro familiar: no se le daba fusil a temprana edad, no hacían guardia, no cargaban nada pesado, no entrenaban y se les alimentaba según su necesidad. Por fortuna detrás de cada niño había un comandante pendiente, como su papá, el respondía absolutamente por todo lo del chino.” Estas confesiones actualmente se encuentran investigadas por la JEP, donde buscan adelantar los casos de reclutamiento a menores.
Cuando Manuel integraba la guerrilla del M-19, se movía entre los departamentos del Cauca, Valle, Tolima, Huila, Quindío, Risaralda y Chocó. Cinco años después de su ingreso logró su primer ascenso, el cual logró luego de haber cumplido los 5 requisitos: antigüedad; capacidad militar; capacidad política, don de mando; y por último, un nivel ideológico definido. Se mantuvo en ese cargo hasta que en 1990 Carlos Pizarro, comandante del M-19, firmó el acuerdo de paz con el presidente Virgilio Barco, y se unió a la guerrilla de las FARC. Militó hasta que en 2013 fue capturado y con el Acuerdo de Paz de 2016 quedó en libertad y se unió al proceso de reincorporación en el ETCR de Monterredondo.
“La guerra es muy deshumana, uno a nadie se la desea. De hecho, allá es donde yo agradecía todas las noches por el solo hecho de estar vivo. Cuando uno va a la guerra, se está muerto o en la cárcel. Gracias a Dios hoy estoy vivo y libre. Aún tengo recuerdos muy feos de todo esto: Ver a un compañero en pedazos, ver a un soldado despedazado. La guerra lo endurece mucho a uno. Lo aterriza. Los medios muchas veces muestran el espectáculo de la guerra, una versión errada de la misma. Tienen un sesgo muy marcado de afectar políticamente a la insurgencia que, porque tiene niños, que porque cuentan las verdades tarde, pero nunca se preguntan por qué están esos niños ahí o porque la historia del país nunca ha permitido otras voces”, añadió.
Desde que inició su reincorporación hasta el pasado 27 de diciembre de 2020, Manuel se dedicó totalmente a dos proyectos con el objetivo de crear oportunidades de empleo y apoyar la reinserción en el ETCR de Monterredondo: La Leyenda, un proyecto de estampados artesanales y, por otro lado, el trabajo de grabado en Madera.
Ambos proyectos, ideas propias de Manuel, siempre se veían a la espera, ya que no tenían ningún apoyo económico y técnico que les facilitara adquirir los materiales o la experticia necesaria para el emprendimiento. Sin embargo, esta condición no era la única, este olvido se sentía en todo el ETCR de Monterredondo: un abandono estatal.