Primero se conoció el Bailatón: numerosas academias de salsa de Cali, Colombia, se unieron en un espectáculo de presentación en línea para recaudar fondos que permitieran sobrevivir a las escuelas de bailes latinos a las que la pandemia de COVID-19 ha forzado al cierre. Y no son pocas: la ciudad de 2,2 millones se considera la capital mundial de la salsa, con unas 120 escuelas y unos 3.000 locales que se convierten en espacios de danza a la noche, según The Wall Street Journal (WSJ).
Luego las redes sociales comenzaron a llenarse de anuncios de clases virtuales: Sabor Manicero, Cali Salsa All Stars, SalsaColombia y otros grupos de profesores se lanzaron a la titánica actividad de enseñar este tipo de bailes sin contacto físico. Incluso Fernando Montaño, estrella del Royal Ballet de Londres, quien quedó varado en Los Angeles por el coronavirus, comenzó a mostrar cómo se mantenía en forma para la legendaria compañía de danza clásica, y por fin comenzó a dar clases de ritmos populares, contó El Tiempo.
“Es un problema muy grave”, dijo a WSJ Jorge Iván Ospina, el alcalde de Cali. Para él, la salsa es la forma de comunicación más habitual entre la gente de la ciudad. “Así es como seducimos, como coqueteamos, como mostramos la personalidad. Bailar solos rompe nuestro tejido social”. No hay salsa con distancia social, pero mientras no haya inmunidad al coronavirus no se puede dar la proximidad entre extraños que el baile demanda.
Esta fusión de ritmos afrocaribeños, que incorporó elementos de la música europea y hasta del jazz, tiene un tempo muy rápido con giros y vueltas que, para evitar que la ley de la gravedad eche al suelo a los bailarines, requieren el contacto del otro. Es un baile coordinado de pareja (los hombres avanzan, las mujeres retroceden), en un ritmo de ocho con dos pausas: uno, dos, tres, pausa; cinco, seis, siete, pausa.
“Después de cinco meses de encierro, casi una cuarta parte de los centros de la vida nocturna de Cali, incluidos algunos locales emblemáticos, han quebrado, según el Colegio de Abogados de Colombia. Es probable que les suceda a más”, resumió Kejal Vyas, corresponsal del periódico financiero. “En medio de los problemas, las escuelas de salsa e incluso algunos clubes nocturnos están tratando de reinventarse ofreciendo clases de baile y fiestas virtuales”.
Yused Taborda, de Sabor Manicero, una de las academias más activas en las redes, da clases desde su apartamento para gente en distintos lugares del mundo, incluido un colombiano, Juan Sebastian Baños, que quedó aislado en un crucero, donde trabajaba como chef. Pero no se trata solo de una pasión para latinos: Cali Salsa All Stars, por ejemplo, anuncia sus clases con dos horarios de referencia: Colombia y el Reino Unido. De Nueva York a Berlín, la salsa tiene millones de fanáticos.
John Arcila, director de Sabor Manicero, comenzó dando clases en una habitación, hace seis años, y hasta la llegada del COVID-19 se había expandido a un estudio de tres plantas en un edificio comercial, donde asistían más de 100 estudiantes por día, de los cuales la tercera parte eran turistas. “Las clases virtuales generan alrededor del 10% de los ingresos habituales”, explicó WSJ. Pero nadie tiene grandes esperanzas inmediatas de volver pronto al esplendor perdido, porque aun si las restricciones se levantaran, muchos estudiantes no querrían acercarse por temor al contagio.
En general los grupos virtuales son pequeños, de ocho o 10 participantes, y siguen en plataformas como Zoom los pasos que Taborda y otros les marcan. No todos son talentosos, ni hace falta: “El ejercicio ayuda a que nuestros cuerpos liberen endorfinas, dopamina y adrenalina, que pueden dar una inyección de energía y mejorar las emociones”, dijo a WSJ Carolina Paredes, psicóloga y terapeuta de danza, de Bogotá. La distancia de los seres queridos, la imposibilidad de establecer nuevas relaciones y el aislamiento, todas opciones comunes debido al COVID-19, hace que esas hormonas sean en extremo necesarias para manejar el estrés.
Por eso, desde luego, se arman cientos de fiestas clandestinas que semana tras semana el alcalde de Cali hace clausurar; entre los asistentes —y los multados— se han contado celebridades deportivas y modelos. “Desgastado por el esfuerzo, Ospina reinstauró en julio el toque de queda en la ciudad y la prohibición de la venta de alcohol durante los fines de semana”, agregó Vyas. “Nadie quiere ser el que apaga la luz en la fiesta”, se lamentó Ospina, quien baila salsa. “Pero lo tenemos que hacer”, concluyó, en su papel de funcionario, que además es médico de profesión.
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