¿Qué define a un hincha?: El amor incondicional por los colores del equipo, un amor que pocos entenderían, un amor que te hace querer viajar sin dinero, por largas horas, atravesando países y llegar hasta el “fin del mundo”, de Colombia hasta Argentina. Todo para ver un partido, 90 minutos de fútbol en los que tu equipo amado, el Deportivo Independiente Medellín (DIM) pierde 3-0 contra los locales Boca Juniors, y por el que, más de dos meses después, todavía no puedes regresar a tu ciudad natal a causa de un virus pandémico que cerró las fronteras de todo el continente.
“Uno hace esos sacrificios por llegar a otra cancha y ver al equipo salir, eso muy emocionante”, dice Christian Ramírez, miembro de la barra Rexistenxia Norte, uno de los 19 afortunados hinchas del DIM que logró volver a Colombia el pasado 4 de mayo, después de una verdadera travesía en la que le tocó pasar dos cuarentenas, dormir a la intemperie, sufrir abusos policiales y momentos de gran incertidumbre.
Christian tiene 30 años y empezó a meterse de lleno a la barra a los 17, él hace parte de la Supremacía de Bello, uno de los parches que integran la Rexistenxia, la cual tiene unos 5 mil miembros y es la barra más grande que sigue al DIM.
Recuerda que antes de entrar de lleno, a los 15 años, vio su primer partido en la tribuna donde se reúne la Rexistenxia, una goleada de 5-0 que el DIM le propinó al Bucaramanga y en la que cada gol era festejado con una avalancha. De ahí salió aporreado, pero enamorado de la energía y la pasión con la que se vivían los partidos.
Esa pasión fue la que lo hizo salir el pasado 1 de marzo de Medellín, en nueve días jugaba el DIM contra Boca Juniors, era la fase grupos de la Copa Libertadores y Christian, que ya había conocido el Monumental de River tres años antes cuando su equipo enfrentó a River Plate, quería cumplir el sueño de entrar a la mítica Bombonera.
El recorrido lo hizo por tierra, viajando en bus a través de Ecuador y Bolivia para por fin llegar a Argentina, cruzando la frontera por Bermejo hasta Salta y de ahí a Buenos Aires. Durante la travesía otros miembros de la Supremacía Bello se iban sumando al grupo hasta llegar a ser unos 13 hinchas.
A Buenos Aires llegaron el mismo día del partido, el 10 de marzo. Esa noche, cansados y tristes después de la derrota, se fueron a su hotel. Todavía cargaban en la piel la emoción que traían de la cancha, del ambiente de la Bombonera, de los cánticos de la hinchada de Boca y de sus gargantas estalladas alentando a todo pulmón para que se sintiera que estaban ahí, que eran parte de la vibración que por momentos se apoderaba de todo el estadio.
“Era un sueño cumplido, uno sueña ver partidos en esos estadios. Medellín no jugaba contra Boca desde hace 17 años”, dice emocionado.
El plan era pasar unos días más en Buenos Aires y emprender el regreso la semana siguiente, pero a partir de allí todo se complicaría y empezaría el drama por volver a casa. El lunes 15 de marzo hicieron el primer intento, pero solo consiguieron llegar a La Quiaca, provincia de Jujuy que es paso fronterizo con Bolivia.
“Justo el día que llegamos nos dicen que el día anterior habían cerrado fronteras y no se permitía el paso. En La Quiaca no tenían ningún hotel abierto porque ya estaba instaurada la cuarentena y no se podía hospedar a nadie. Quedamos varados en la calle”.
Eso los forzó a acampar en la terminal de buses, en donde buscaron refugio de la lluvia que caía en el pueblo fronterizo. Allí, mientras trataban de descifrar qué hacer para regresar a Colombia, la policía llegó anunciando que los trasladarían a un centro de salud para hacerles pruebas del Covid-19.
“Separaron al grupo a unos los llevaron a hacerse exámenes, y a otros nos llevaron a la frontera. Trataron de hacernos pasar ilegalmente por una parte del río hacia Bolivia. Nosotros lo intentamos, pero del otro lado la guardia boliviana nos interceptó y nos obligó a devolvernos. Cuando regresamos teníamos que escondernos de la guardia argentina también. A los otros compañeros los liberaron y también trataron de obligarlos a cruzar a Bolivia ilegalmente”, cuenta.
Después de un tiempo lograron reunirse con el resto de sus compañeros y volver al pueblo, allí quedaron a la deriva, sin techo para dormir y cada vez con menos dinero, deambulaban por la plaza buscando donde poder alojarse y decidieron acampar en el parque. Cada tanto se encontraban con la policía y aunque mostraban sus pasaportes de ingreso y los permisos de estadía por 90 días que les habían dado cuando entraron a Argentina, los trataban de ilegales y sufrieron maltratos.
Un periodista de nombre Fernando fue el primero en interesarse en ellos y gracias a la nota que les hizo y las ayudas que gestionó, fueron trasladados a una escuela que les sirvió como albergue. Allí pasarían su primera cuarentena de 15 días.
“Con la autoridad siempre hubo mucho abuso de poder. Nos hacían requisas dos y tres veces, nos pateaban los bolsos, no podíamos salir, parecíamos presos. Allá la cuarentena empezaba después de medio día, la gente no salía. Solo uno por todo el grupo salía a comprar las cosas de la comida”, dice.
Los cinco primeros días fueron largos, duros, y llenos de abusos, aunque contaban con la suerte de que tenían una cocina para preparar los alimentos y hacer rendir así el dinero para la comida. Cansados del maltrato grabaron un video que denunciaron a derechos humanos, “en cuestión de dos días todo cambió y fue más fácil”.
Cumplida la cuarentena emprendieron camino de regreso a Buenos Aires, ya con apoyo de la cancillería colombiana y el gobierno de la ciudad. En ese trayecto, también sufrieron maltratos.
“Nos pusieron en un micro solo a los colombianos. Nos hicieron una requisa muy humillante. Nos golpeaban, nos hicieron desnudar totalmente. A los que discutían les daban en el codo o en los hombros. Cuando la micro llega a Buenos Aires resulta que no tenía permiso para entrar a la ciudad. Llevábamos 20 horas de viaje y ahí nos retienen 8 horas más”.
En Buenos Aires todo cambió, se acabaron los malos tratos, los llevaron a un hotel donde pasaron una segunda cuarentena aislada, solo dos por cuarto. Ahí tenían las tres comidas y no volvieron los problemas con la policía. Después el consulado colombiano se encargó de ellos, los llevaron a otro hotel y se empezó a gestionar la repatriación, la cual ocurrió los primeros días de mayo. Las directivas del club ayudaron con la plata de los pasajes, pues tocaba pagar tiquetes, y por fin pudieron volver a Medellín.
“Nosotros éramos un grupo de viaje que estábamos varados en la calle, por eso creo que nos ayudaron a volver primero”, concluye Christian quien ya en la tranquilidad de su hogar dice sin dudarlo “por el DIM lo volvería a hacer todo de nuevo, eso es un amor muy grande”.
Los que se quedaron en Argentina
Andrés Agudelo tiene 24 años y desde que se acuerda apoya al Deportivo Independiente Medellín, él hace parte del “parche” Demencia Miramar, también de la barra Rexistexia Norte.
A Andrés le dicen “Lito” y como Christian, salió de Medellín una semana antes del partido contra Boca, pero él aún no ha podido volver y cada día se rebusca para subsistir en Tigre, provincia de Buenos Aires.
Allí está con otros tres amigos, que son parte de los 19 barristas que todavía están en Argentina tratando de sobrevivir día a día pues hace rato que la plata que llevaron para el viaje se les acabó.
“Esto no es un impedimento para seguir al equipo las veces que sea y más si es por fuera. Si se llega a dar la oportunidad de volver a jugar la Copa Libertadores, volveríamos a estar por las rutas”, dice convencido.
Él y sus amigos, en medio de las grandes dificultades han contado con algo de suerte. Por los viajes siguiendo el equipo que los han llevado a países como Bolivia, Ecuador o Perú han ido cosechando amistades, otros barristas que también entienden el amor por la camiseta, ese que hace aventurarse muchas veces sin plata a perseguir al equipo solo para verlo jugar y alentarlo esos 90 minutos más fuerte y con más ánimo que en cualquier otro juego.
Hace tres años, por ejemplo, Andrés estuvo por Buenos Aires, en ese entonces DIM se enfrentó a River Plate, y de ese viaje a Argentina le quedaron buenas amistades que se convirtieron en su respaldo para sortear su compleja situación actual.
A Colombia trató de volver en la semana del 20 de marzo, pero cada intento era infructífero, no conseguían pasajes y las noticias que llegaban de la frontera eran que sus compañeros de barra no podían atravesar a Bolivia y, sin tener claro dónde dormir, la estaban pasando muy mal.
“Como yo había venido hace tres años acá hice una buena amistad y hablé antes de llegar y pedí que me alojaran unos días, ellos accedieron y me dieron posada por la amistad que teníamos. Era un techo y era una cama donde dormir porque uno no tenía el suficiente sustento para pagar un hotel. Desde ese entonces estoy en Tigre. Nos resignamos a no poder viajar y comenzamos a buscar la forma de sobrevivir el tiempo acá”, comenta Andrés.
El poco dinero es su principal inconveniente, en la casa donde viven son cuatro hinchas del DIM más la familia que los aloja y conseguir comida es la principal preocupación, ya es mucho tiempo y ellos no planeaban incomodar por meses.
Aún así se rebuscan y comparten las provisiones que consiguen comprar. Dicen que el cambio de moneda tampoco les favorece porque los pesos colombianos en Argentina les duran muy poco por lo que sus familias también han dejado de mandarles dinero.
Pero también han tenido momentos buenos, pues “la gente del barrio colabora con todos y hace unas ollas populares cada semana. Nos ayudan a conseguir un plato de comida, todos son muy amables y siempre quieren colaborar”.
Andrés y sus amigos han entrado en esa dinámica comunitaria y cuando llegan las ollas populares muchas veces son ellos los que cocinan. También se rebuscan reciclando, trabajando en actividades de construcción o prestando cualquier servicio a los vecinos a cambio de alguna remuneración con la que puedan comprar comida.
Dicen que han tenido contacto con la Cancillería y que les han hablado de una posibilidad de volver, pero los tiquetes deben costearlos ellos.
“Cuando uno está a la deriva no sabe nada, cualquier ayuda que recibe la valora bastante. Claramente nosotros queremos volver lo más pronto que se pueda”, reitera preocupado.
En Bolivia, varados a mitad de camino.
Quizá la situación más compleja la tienen quienes quedaron varados a mitad de camino devuelta a Colombia. Tal es el caso de Valentina Patiño, Yoa Saldarriaga y Stiven Tamayo, tres de los siete colombianos que se quedaron varados en Bolivia cuando su viaje de regreso a Medellín se vio truncado por el cierre de fronteras en casi todos los países de Sudamérica.
Ellos tres hacen parte del “parche” Banda Caminante, de la barra Rexistexia Norte, y ya llevan por fuera de Colombia casi tres meses pues salieron a mediados de febrero con rumbo a Bolivia para ver el partido del DIM contra Atlético Tucumán, el cual se jugó el 25 de febrero.
“Llegamos cuatro horas antes de empezar el partido, después de pasar por Ecuador y Perú y quedar varados tres días en Lima porque no teníamos plata para seguir”, cuenta Stiven Tamayo, que en la barra apodan Mogollo.
Ese partido lo ganó el DIM 4-2 en los penales y logró la clasificación a la fase grupos de la Copa Libertadores, cuyo primer partido sería contra Boca Juniors el 10 de marzo en Buenos Aires.
Tras pasar unos días en Bolivia el grupo siguió a Rosario y allí esperaron la fecha del encuentro contra la poderosa escuadra argentina.
“Fue un sueño que cumplí, que hice realidad, ya entré al Monumental y a la Bombonera a ver jugar al Independiente Medellín que es lo más grande para mí”, dice Stiven.
Sin embargo, cuando emprendieron el regreso a Colombia otra fue la historia.
La primera frontera la pasaron sin problemas. Eso sí, como iban por tierra para llegar a La Paz les tocó pasar el Lago Titicaca en lancha, para poder seguir en bus hasta la capital.
En La Paz los tomó la cuarentena total y las penurias empezaron. Hasta ese punto, cada vez que se quedaban sin dinero habían logrado ganarse unos pesos vendiendo dulces en las calles, ahorrando para sacar los pasajes y la comida, pero con las restricciones por el coronavirus vender fue cada vez más difícil.
Decidieron seguir hasta Cochabamba y ahí estuvieron 8 días quedándose en un hotel hasta que el dinero se les acabó. Sin plata, sin poder vender, y sin donde quedarse, estaban a punto de quedar literalmente en la calle, a merced del frío y del virus pandémico.
“Al ver que íbamos a quedar del todo en la calle un amigo de una barra local nos recibió en su casa, pero la situación es dura porque en la casa somos 20 personas y nosotros ya llevamos más de dos meses acá”, dice Valentina.
La joven señala que han logrado ponerse en contacto con la cancillería colombiana pero más allá del intercambio de algunos correos son pocas las respuestas que han obtenido. Lo último que supieron era que para poder volver tenían que pagar alrededor de 1.300 dólares cada uno, además de la cuarentena en Bogotá, lo cual es completamente imposible para sus medios.
De acuerdo con la Cancillería, en total son unos 7.600 colombianos que se encuentran varados en el exterior, para que regresen el Gobierno está coordinando vuelos humanitarios con los gobiernos de los países donde se encuentran, sin embargo, es un proceso largo y complejo.
Según el Decreto de emergencia 439 entre las excepciones para entrar al país se encuentran estos vuelos de humanitarios, para solicitarlos los colombianos varados en el exterior deben comunicarse con los respectivos consulados del país donde se encuentren, pero al ser vuelos comerciales, su coste corre por cuenta del ciudadano.
Así las cosas, el panorama no es alentador, sobre todo par el grupo que está en Bolivia. Ellos piden apoyo para volver, pero sobre todo para aguantar en Bolivia si toca esperar hasta que termine la cuarentena.
Aguante, esa es otra de las cualidades que definen al buen hincha, ese que como Yoa recorre a punta de dulces medio continente siguiendo al DIM donde juegue, que afirma emocionado que para él “viajar es todo, porque si Medellín juega en el cielo, muero y lo aliento allá”.
Yoa dice que de aguante han vivido los últimos tres meses, pasando penurias de país en país, pero para ellos eso no es nada, porque así pasaron años alentando al DIM sin ganar campeonatos hasta que llegaron los triunfos.
Para todos estos hinchas, estar varados por una camiseta no será más que otra de las hazañas que contarán como prueba de amor por el equipo, así como recuerdan las alegrías que este les ha hecho vivir desde la cancha. Por eso todos, sin pensarlo, suscribirían las palabras de Yoa: “donde el Rojo juegue otra vez, donde nos toque, siempre vamos a estar. Arrepentirme jamás, nunca en la vida. Esto nos volverá más fuertes”.
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