Todos los secretos de Pablo Escobar que reveló Popeye y por qué mató a la mujer que ambos amaban

Jhon Jairo Velásquez Vásquéz, se llevó a su tumba algunos secretos del capo del Cartel de Medellín. Pero en vida no ahorró escabrosos detalles sobre los gustos de su “patroncito” en lo cotidiano, el sexo con sus amantes, el dinero y los atroces crímenes. El día que el capo le ordenó matar a la reina de belleza. La entrevista exclusiva con Infobae

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Escobar junto a  una de
Escobar junto a  una de sus amantes y a su jefe de sicarios “Popeye”

"El Patrón sólo tuvo tres amantes. Las demás fueron mujeres de paso, hembras para una noche o un fin de semana. Por su cama gatearon desnudas reinas de belleza, modelos, presentadoras de televisión, deportistas, colegialas y mujeres del montón… Eso sí, todas hermosas".

Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, lugarteniente y jefe de sicarios de Pablo Emilio Escobar Gaviria, con 250 muertes confesas y 3000 asesinatos planificados sobre sus espaldas, se emocionaba cuando habla de su “patroncito”.

El ex sicario murió hoy a los 57 años en el Insituto Nacional Cancerológico de Bogotá, donde se encontraba internado desde el 31 de diciembre, por un cáncer de esófago. Conocía toda la intimidad del jefe del Cartel de Medellín. Se llevó muchos secretos a su tumba. Pero no todos. Durante sus años en la cárcel de Combita y los que pasó en libertad -en donde quiso convertirse en youtuber- concedió diferentes entrevistas a medios de todo el mundo, entre estos a Infobae, y reveló los detalles más escabrosos de sus años con El Patrón.

El dia que Popeye habló con Infobae

El hombre de pelo raso, mirada penetrante y 25 años de vida en prisión -condenado por terrorismo, narcotráfico y homicidios, y liberado en 2014; capturado en 2018 por concierto para delinquir y extorsión, preso hasta su muerte- compartió durante casi una década crímenes, tráfico de drogas, vida en familia, fuga en la selva, cárcel en La Catedral y noches de amores clandestinos con el más sanguinario, grande y peligroso capo de la droga de Colombia.

“El patroncito fue un amante fogoso. En la cama siempre fue un caballero con las mujeres, fuera alguna de sus amantes o una simple prostituta de las muchas que nos acompañaron”, se lo escuchaba repetir, con respeto y devoción, frente a los periodistas.

Lo que ocurría debajo de las sábanas del Jefe del Cartel nunca fue un secreto para Popeye: “Al patrón le elegíamos las mejores jóvenes que acostumbraban ir a las dos discotecas de moda. Fue la época de oro de las mujeres paisas, cuando aún tenían las tetas originales y el resto sin cirugías. Pablo tuvo blancas, morenas, trigueñas, pelirrojas… Y casi no repetía: era raro ver a la misma muñeca dos o tres veces con él. Eso sí, le gustaban mucho las niñas vírgenes”.

El amor de Escobar por su esposa María Victoria Heano Vallejo (“Tata” en la intimidad del narco) nunca estuvo en duda. El sicario lo definía en dos palabras: “La adoraba”. Era la madre de sus hijos, Juan Pablo y Manuela, y la mujer que había elegido para formar una familia. Pero ese amor nunca le impidió tener amantes: “El respetaba a la Tata, nunca la iba a dejar por otra mujer”.

Se conocieron cuando María Victoria
Se conocieron cuando María Victoria tenía 13 años, se casaron cuando cumplió 15, a los 16 le dio su primer hijo: Juan Pabl0. Después llegaría la niña: Manuela

Fue una reina de belleza la que acercó a Popeye a Pablo Escobar. El sicario decía que estaba eternamente agradecido con la mujer: “Me permitió conocer y empezar a trabajar con Pablo, el capo de capos…”.

Elsy Sofía Escobar Muriel tenía los ojos azules, el pelo rubio, largo y ondulado, y un cuerpo infernal de medidas perfectas que la llevaron sin escalas al trono de Reina Nacional de la Ganadería 1984.

Pablo Escobar quedó impactado por esas curvas. Y la quiso como trofeo. Días más tarde la jovencita entraba, fascinada y con sus mejores ropas, a una lujosa mansión construída al filo de la montaña que rodea el valle de Aburrá, en el barrio El Pobaldo, la zona más exclusiva de Medellín.

Alias Popeye, uno de los
Alias Popeye, uno de los principales sicarios del extinto narco Pablo Escobar.

“Acomodé el espejo retrovisor para admirar las dos bellezas que se asomaban por el escote de su blusa, podía intuir lo que ocultaba la delicada tela”, se regodeaba al recordar Popeye, quien en ese momento era guardaespaldas y chofer de la flamante reina y quien la llevó a esa primera cita y a todas las que siguieron.

“Mis respetos para aquella hembra, pues debió ser muy buen polvo para que prolongara su relación con Pablo durante dos años”, reflexionaba el sicario elevando sus ojos al cielo. Esos dos años fueron suficientes para que la novia clandestina del capo del Cartel consiguiera un buen apartamento en Medellín, un auto, ropa de marca y joyas caras.

El romance del narco y la reina de belleza empezó a escribir su capítulo final en los primeros meses de 1986. Y todo fue por un maldito helicóptero. Escobar y Elsy Sofía regresaban de una playa en el Pacífico colombiano cuando el motor de la cola falló. El aparato se precipitó a tierra, quedó atrapado en las ramas de un frondoso árbol y sus ocupantes fueron expulsados violentamente de la cabina. Todos cayeron en un lodazal. Pablo salió ileso, sin un rasguño. El piloto quedó mal herido, el guardaespaldas tuvo fractura de fémur, y la amante del capo se quebró el brazo izquierdo. El helicóptero de apoyo, que siempre acompañaba al jefe del Cartel de Medellín, los llevó hasta la clínica Las Vegas.

“Elsy Sofía frecuentó al patrón varias veces después del accidente, pero enyesada perdía el encanto”, explicaba Popeye. Y relataba, con lujo de detalle, cómo Escobar le contó el final con la miss colombiana.

–Patrón, ¿cuánto duró con Elsy Sofía? -le preguntó Popeye.

–Casi dos años. Hasta que le entró la ambición– respondió Escobar.

–¿Cómo la ambición?

–Usted conoció el apartamento de lujo que le tenía en El Poblado, los carros, las joyas y los viajes que le di.

–Sí, claro que me acuerdo del palacio donde ella vivía.

–Bueno, al final no estaba conforme y me pidió lo imposible. Después del accidente del helicóptero, con el brazo enyesado y todo, se le ocurrió ponerme un ultimátum: “Tu mujer o yo”. ¡¡¡Imagínese!!!

Luego de Elsy, llegó el turno de la escultural Wendy Chavarriaga Gil, una modelo glamorosa, culta, con piernas eternas “que parecían salirle de la nuca”, no fue solo una amante más: “Fue su segunda mujer, después de Tata”, aclaraba Popeye.

Aviones, autos caros, las mejores joyas, la ropa de los mejores diseñadores de la alta costura, viajes de lujo. Todo lo que ella pedía, Pablo se lo daba, contó el sicario. Durante un fin de semana de amor, escapando de su familia, la llevó a Nueva York y se pavoneó con ella por las calles de Manhattan: “El patrón contó orgulloso que un día llegó con Wendy al reinado de belleza que se celebraba en la Gran Manzana y la gente se detenía a mirarla como si fuera una de la candidatas”, recordaba Velásquez Vásquez. “Lo único que el patrón le tenía prohibidísimo a sus amantes era que quedasen embarazadas. Y Wendy no cumplió".

La Hacienda Nápoles de Pablo
La Hacienda Nápoles de Pablo Escobar Gaviria

Un hijo fuera del matrimonio era algo inaceptable. Para Escobar la familia era sagrada. “Ella quedó embarazada por plata, pero el patroncito no quiso saber nada y le mandó a dos ‘pelaos’ y al veterinario para que le sacaran el bebe”, contó con escalofriante tranquilidad Popeye frente a Infobae. La durmieron y la hicieron abortar en la Hacienda Nápoles. “Cuando la mujer despertó, El Patrón le informó que la relación había terminado”.

Meses más tarde, John Jairo Velásquez Vásquez la encontró en una discoteca de moda en Medellín. Le ofreció una copa. Conversaron, bailaron, se sedujeron. Y se fueron juntos para el suntuoso apartamento que Escobar le había regalado a la modelo en sus tiempos de amantes. El sicario se enamoró esa misma noche, entre sábanas de seda y copas de cristal con champagne francés.

Al día siguiente, Popeye le contó a su jefe que se había enredado con Wendy. “Yo ante todo era leal a Pablo”, explicó. La memoria del sicario le permitió recrear, frente a las cámaras de la tevé de Costa Rica, ese diálogo con Escobar.

–¿Y qué tal Pope, estabas rumbeando ayer por la noche? – preguntó el capo narco.

–Estaba en la discoteca y me encontré con la Wendy – le confesó Popeye.

–¿Cómo? ¿Y qué pasó?

–Me la llevé para la casa, patrón. Y nos enredamos ahí nomás.

–Hace el amor muy bueno, Pope… pero déjeme que le diga que usted no es un hombre para Wendy: ella es para capos. Tenga cuidado, ahí hay algo raro.

Pieles, joyas, coches de lujo
Pieles, joyas, coches de lujo y viajes en jet privado: Pablo le daba todo a sus amantes

El lugarteniente juró frente a Infobae no haberse ofendido cuando Escobar le dijo que él era poca cosa para la modelo: “El Patrón hablaba francamente y miraba a los ojos. Yo era un sicario y ella buscaba narcos. Era una mujer muy cara. Los narcotraficantes en ese momento eran extremadamente ricos: tenían aviones, haciendas, mansiones, autos de lujo que ni los más ricos tenían. Yo no podía darle nada de eso. Por eso el patrón lo vio raro. Él tenía un octavo sentido…”.

Pero Popeye siguió viendo a Wendy. Escobar, desconfiado, empezó a investigarla. Le mandó a intervenir el teléfono. Una grabación le mostró que no estaba equivocado. La modelo hablaba con un jefe del Bloque de Búsqueda, una unidad de operaciones especiales de la policía de Colombia, creada para capturar vivo o muerto al zar de la droga luego de su fuga de La Catedral.

“Popeye no me dijo aún dónde está Pablo. Si, si, cuando me diga le aviso”, le decía Wendy al oficial, dispuesta a entregar al hombre más buscado de Colombia. Se había transformado en informante del Bloque.

Todo ese tiempo había querido vengarse y John Jairo sólo había sido el señuelo que eligió para terminar con el hombre que la había hecho abortar y la había despreciado.

Con la cinta en su poder, el narcotraficante mandó a llamar a su lugarteniente. El sicario recordaba con claridad ese día: “La reunión fue tensionante. Estaba Pipina, la mano derecha de Pablo. Y yo sabía que cuando el patrón mandaba a matar a uno de la organización se lo encargaba a su mejor amigo. El ambiente se sentía pesado, pero yo me preguntaba ‘¿qué hice?’. Entonces, el patroncito me pone la grabación. Y escucho la voz de Wendy…”.

–¿Qué hacemos ahí, Pope? Se acuerda que le advertí– le dijo Escobar mirándolo a los ojos.

–Pues usted tiene toda la razón, patrón. Esto es gravísimo. Yo sé qué tengo que hacer.

Entendí que tenía que matarla. Él me trataba con cariño, pero era el patrón de patrones. Las órdenes no se discutían. Yo la quería con toda mi alma, pero me sentí usado. Ella me enamoró para vengarse de Pablo. Me estaba utilizando para llegar a él. Cuando Pablo me muestra las pruebas y me dice “¿Qué hacemos?”, yo era un hombre de causa. Y sabía que me mataban a ella o a mí. Y preferí que fuera ella" dijo Popeye sin conmoverse a Infobae.

Y luego, con un frialdad que estremece, relató cómo asesinó a Wendy Chavarriaga Gil: “Concerté una cita con ella en uno de los restaurantes de moda. Y mandé dos de mis hombres, porque yo estaba enamorado y no quería ser quien la matara. Me paré a media cuadra. No existían los celulares y llamé por teléfono al restaurante. Mis muchachos tenían la orden de actuar cuando el camarero preguntara en voz alta por la señorita Wendy. Oí sus tacones aproximándose al bar, y luego los tiros y su grito… Quería oírla morir, porque yo me sentí pequeño, usado, idiota”.

–¿Se acercó a ella? – le preguntaron en la revista Semana de Colombia.

–Sí. La vi en el charco de sangre y sentí un cosa brutal de rabia, amor, tristeza y odio. Como si me saliera de dentro un espíritu maligno. Nunca he vuelto a sentir nada igual. Usted no sabe lo que es matar a una persona a la cual se adora. Pero Wendy había traicionado a mi Dios que era Pablo Escobar Gaviria.

Más tarde, llegó el amor irreflenable de Escobar por una famosísima presentadora de tevé. Virginia Vallejo tenía a los hombres más poderosos de Colombia a sus pies. Era la periodista más famosa, la mujer más deseada, la diva que todos querían conquistar. Culta, de una familia de alta sociedad, educada en el Anglo Colombian School -hablaba inglés y francés a la perfección-, sabía tanto de política como de moda, y le gustaba sentir la adrenalina del peligro corriendo por su cuerpo. A nada le temía. Era vanidosa, altiva, audaz. Un cocktail irresistible para el jefe narco.

Se habían conocido en una fiesta en la Hacienda Napoles. Y fue pasión desde el primer instante. Virginia y Escobar estaban locos de amor. El había quedado hipnotizado por su belleza, sus piernas largas, sus ojos almendra, sus pestañas eternas. Y su inteligencia: quería que ella fuera su biógrafa. Vallejo se derretía frente al narco: se había olvidado de los bigotes rancheros, las camisetas a rayas, las medias amarillas, su gusto por desayunar frijoles con arepa, sus modales a veces rudos y los rumores que lo señalaban como el rey de la coca. “La coca no era algo tan grave como lo fue después”, se justificó Virginia frente a un periodista en Miami. Por él había “sacrificado” su vida de niña bien y sus exquisitas amistades de la alta sociedad.

Escobar sabía que tenían que ser discretos, porque los dos eran muy famosos en Colombia. Pero nada le importaba. Salía sin sus custodios y disfrutaba de las corridas de toros de la plaza de La Macarena. La llevaba a bailar rumba a Kevin, la discoteca de moda en Medellín. Le regalaba cuarenta o sesenta mil dólares y la enviaba a París o Nueva York, con la única condición y promesa de que gastara ese dinero en una sola semana.

El increíble reloj Cartier de diamantes que le regaló Escobar fue el objeto que más brilló frente a las cámaras del Noticiero 24 horas, donde ella trabajaba. Pablo le daba todo y más. Un día sintió que las joyas ya no alcanzaban y, conociendo la extrema coquetería de su amante, le regaló algo que ninguna mujer podía soñar en Colombia: una cirugía estética. Eligió al mejor cirujano del mundo, al brasileño Ivo Pitanguy. Virginia regresó de Brasil con los pechos redondos y firmes y una nariz respingada de muñeca. Estaba feliz.

La vida de lujos y pasión de los amantes cambió para siempre el 30 de abril de 1984, cuando Pablo Escobar Gaviria mandó a asesinar al ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla. Se transformó así en enemigo público, en un monstruo. El Estado lo perseguía: lo querían preso o muerto. El jefe del Cartel estaba obligado a huir y a vivir en las sombras. Virginia ya no podía verlo en la hacienda o las mansiones, ni los fines de semana en los hoteles cinco estrellas de Panamá. Empezaron las visitas clandestinas, el estrés, las agresiones verbales y también físicas. Y todo terminó.

Popeye hablaba con respeto de esa relación clandestina: “Fue un gran amor. Una de las mujeres más importantes en la vida del Patrón. No fue una amante, fue su mujer. Estaba loco por ella”.

El sicario recordaba con nostalgia sus noches con el jefe. Cerca de las tres de la madrugada, Pablo Escobar Gaviria se despertaba sintiendo un antojo irrefrenable: quería comer arroz con huevos. Popeye iba presuroso a la cocina, prendía el fogón y echaba los cuatro huevos en aceite. Cuando comenzaban a freír, agregaba el arroz y los revolvía. Escobar lo disfrutaba con un vaso de leche caliente y dos arepas. Al terminar pedía un café, también con leche, muy espumoso: “Batilo en licuadora”, ordenaba. A esa hora hablaban de mujeres.

“La única perversión que le conocí, si así se le puede llamar, fue su fascinación por la pérdida de la virginidad de una jovencita heterosexual con una lesbiana experimentada”, se atrevió a la infidencia John Jairo frente a un periodista de la tevé colombiana.

Le gustaban las misses, pero
Le gustaban las misses, pero también las chicas de los barrios más pobres. “Todas pierden la brújula cuando ven un fajo de billetes”, decía

“Tenía una celestina que le conseguía mujeres dispuestas a experimentar por primera vez los besos y las caricias de otra mujer, hasta lograr orgasmos múltiples”, relató con una sonrisa desagradable el sicario. Y contó que Escobar tenía un maletín con juguetes sexuales para sus noches de lujuria: “Lo llamábamos ‘kit de carretera’ yo se lo llevaba para noches especiales”.

“Cuando al patrón le ofrecían un show lésbico tradicional él lo rechazaba, lo suyo era presenciar esa experiencia intensa e irrepetible para una mujer. Me imagino que le gustaban los tríos… Digo ‘me imagino’ porque lo que les cuento lo supe de su boca, pues esos encuentros pasionales eran privados. Yo nunca participé de una orgía con él”, decía con seriedad.

Para relajarse el zar de la droga le daba dos o tres pitadas a un cigarrillo de marihuana. Nunca probó la cocaína: ese era su negocio, no su vicio. Y tomaba solo alguna cervecita: jamás se emborrachó: "Cuando estábamos presos en La Catedral, las mujeres de la mafia llegaban y él compartía un rato con sus amigos o con nosotros, pero luego escogía a la mejor y se la llevaba para el cuarto".

El sicario no se llevó (casi) ningún secreto a la tumba. Escribió dos libros contando detalles de su vida con el capo narco: “Sobreviviendo a Pablo Escobar” y “Mi vida como sicario de Pablo Escobar”.

Frente a Infobae aseguró que seguía amando a su jefe: “Me siento muy orgulloso de haber trabajado para él. No me siento orgulloso ya de los crímenes, pero fue una guerra donde Pablo gastó 500 millones de dólares y donde a nosotros también nos mataban amigos y familia. Yo enterré a mi Patrón”.

Recordó también frente a este medio el día que visitó la tumba del capo del cartel de Medellín. “Yo he ido a la tumba del Patrón, la lápida era sencilla. El quería que dijera 'aquí yace Pablo Escobar Gaviria: Fui todo lo que quise ser, un bandido’. Pero allí no dice eso”

Dijo, además, que por cada asesinato recibían entre 200 y 300 mil dólares, que repartía entre sus hombres, y que Pablo nunca quedó debiendo un centavo por el crimen ordenado. Lo dijo con estremecedor orgullo y respeto.

Jhon Jairo Velásquez Vásquez siguió la telenovela El Patrón del mal, y aseguró que fue la única serie donde el actor Andrés Parra “era igual al jefe, hablaba con la misma voz. Pero dijo que la trama no representaba el verdadero carácter del capo narco porque la producción contó con el dinero delas familias de dos víctimas del Cartel.

Ellos quisieron ridiculizar a Pablo para derribar el mito. Lo muestran tirado llorando cuando fue la bomba en el edificio Mónaco, porque supuestamente a su hijita Manuela se la habían llevado al hostpial, y eso no es verdad. El Patrón era un asesino completo, un guerrero completo, no lloraba. El único día que lo vi llorar fue cuando mataron a su cuñado, Mario Henao. Estábamos en la Hacienda Napolés cuando nos informan que vienen los helicópteros de un operativo, y Mario dice que va a bañarse porque nos va a tocar correr muchos días. Cuando salimos, están los helicópteros ametrallando y lo cogen las balas en las duchas. Cuando el Patrón pregunta por Mario, se le informa que ha muerto. Y Pablo Escobar queda con la mirada en el horizonte y empiezan a salir las lágrimas. ¡Era un espectáculo! Fue la única vez que lo vi llorar”, le dijo a Infobae durante la entrevista vía Skype.

El jefe de sicarios de Escobar no temía a la muerte. Lo decía de esta manera: “Hay un disco en Antoioquia que dice que es lo mismo morir tarde que temprano. Yo quisiera disfrutar más, pero ya con lo que he disfrutado mucho y estoy contento”.

También creía que había “un tiempo para matar, un tiempo para arrepentirse, un tiempo para pagar y un tiempo para volver a la sociedad". Aseguraba que en sus años de libertad había buscado reinsertarse en esa sociedad que jamás le iba a perdonar sus atroces crímenes. “Los hombres nunca perdonan, Dios siempre perdona”, justificaba el horror.

Se había hecho dos cirugías estéticas porque no se gustaba su imagen cuando se miraba al espejo: “Yo era más feo que ahora. Tenía la mordida en contrario y por eso me decían Popeye. Un día llegué al Memorial Hospital y averigüé cuánto salía una cirugía. Salí a los tres días, pero la ambulancia no pudo llevarme a la casa porque era una de las caletas donde estaba escondido Pablo Escobar. Luego me operé la nariz”.

Popeye decía no saber qué había ocurrido con la fortuna de Escobar. “Tenía propiedades, oro, obras de arte, pero no sé que pasó con eso”. Reveló que él pudo vivir sin sobresaltos “como para llenar mi nevera con un queso rico”, con la plata de “una caleta muy buena y escondida” que guardaba el dinero que le había quedado del Cartel de Medellín.

“No hay bandido mejor preparado en la República de Colombia que yo”, se jactaba. En la prisión su numero fue 007. John Jario Velásquez Vásquez tenía un brutal conclusión sobre la vida de los sicarios: “Los bandidos tenemos dos lugares donde nos encontramos, la cárcel y la morgue. Ahí llegamos todos”.

Su profecía se cumplió.

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