La idea se apareció como una revelación cuando le comentaron que la dependencia oficial de uno de sus peores enemigos -¿acaso al que más odiaba, el que más lo obsesionaba?- funcionaba en un noveno piso. Se trataba del General Miguel Alfredo Maza Márquez, director del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS). El DAS era la dirección encargada de la inteligencia y contrainteligencia de Colombia que funcionó hasta 2011. Pero además fue el órgano policial que tenía como principal misión capturarlo... o terminar con su vida.
La imaginación de Pablo Emilio Escobar Gaviria voló ese día. Fue luego de que su rival descubriera que el Cartel de Medellín había plantado en una bodega cercana al edificio del DAS ¡3.000 kilos de dinamita! El jefe de inteligencia colombiano supo que el blanco sería su fortaleza emplazada en Bogotá. Respiró a medias y creyó que todo terminaría allí. El hallazgo sería un duro golpe a la logística del grupo narcoterrorista y por un tiempo podrían estar tranquilos, pensó Maza.
Se equivocaba. Semanas más tarde, cuando el país apenas se reponía por el escabroso ataque contra el avión de Avianca que había dejado un saldo de 107 muertos, otra explosión sacudía las entrañas de la capital colombiana. Esta vez, los sicarios de Escobar lograron hacer estallar un vehículo de gran porte con 500 kilos de TNT contra el DAS. Los números estremecen: 63 muertos, 800 heridos. Pero algo falló y el patrón de Medellín habrá bramado: entre sus víctimas no figuraba su enemigo.
La onda expansiva alcanzó un radio de casi diez manzanas, destruyendo todo. El narcotraficante había sembrado el terror en el corazón industrial y financiero del país. De acuerdo a lo reportado por el diario El Tiempo unas 300 compañías se vieron afectadas por los destrozos. Edificios enteros se desplomaron. El caos imperaba en Bogotá. Pero hubo más, mucho más. 215 oficinas de juzgados, 70 fiscalías y 15 bancos en Paloquemao fueron arrasados.
Eran tiempos en que a Escobar sólo le preocupaba una cosa: no ser extraditado a los Estados Unidos. Emergió así el grupo de Los Extraditables, narcoterroristas que ejercían presión sobre el gobierno colombiano para evitar ser juzgados en territorio norteamericano. Su jefe: Pablo Escobar. Su lema: “Preferimos una tumba en Colombia que una cárcel en los Estados Unidos”. Ese 6 de diciembre por la tarde -el atentado se ejecutó a las 7:32 am- emitieron un comunicado que enviaron a los medios de comunicación en Medellín. En él se adjudicaban el hecho y amenazaban: “La guerra no parará". Su exigencia estaba dirigida al Senado para que aprobara definitivamente la inclusión de la extradición en el referéndum anunciado para el 21 de enero de 1990 y que estaba dedicado principalmente al proceso de paz con la guerrilla.
Para destruir el edificio y matar al general odiado, Escobar había dejado en manos de uno de sus sicarios más sangrientos la planificación. Tendría todos los recursos necesarios para su ejecución. El hombre encargado era Jhon Jairo Arias Tascón, Pinina. Con la información de que el blanco militar tenía su oficina en uno de los últimos pisos de la estructura edilicia sabía que tenía que pensar algo original para terminar con su enemigo. Lo suficiente como para sorprender a los espías de Maza Márquez y acabar con su vida. Había además un ingrediente más: la habitación que alojaba al director del DAS estaba blindada. Era un verdadero búnker impenetrable.
¿Cómo llegar hasta él? Fue en ese momento cuando alguien propuso utilizar una avioneta repleta de dinamita que se incrustara contra el edificio justo en el piso nueve donde estaría su director. Fue entonces que Escobar pensó lo impensable. Era una misión suicida y como tal debían encontrar al piloto dispuesto a dar su vida. ¿Alguien se inmolaría por la causa? ¿Qué causa? Si los narcoterroristas sólo responden a su ambición, el miedo y el dinero. Fue entonces que supieron que debía ser alguien con nada que perder. “Pacientes terminales”, pensó el patrón. La idea parecía "genial”. Le ofrecerían una suma tan tentadora que con ella su familia no pasaría más penurias ni necesidades. Podría morir en paz y hacer “algo útil” con su muerte. Ese sería, básicamente, el argumento para convencerlo.
Finalmente, encontraron el alma dispuesta para el sacrificio. Sin embargo, un detalle frenó el insólito plan. El voluntario no era piloto y no había tiempo para capacitarlo en aviación. El proyecto debió cambiar. Tenían que volar el edificio entero. Convertirlo en ruinas. Un bus camuflado con símbolos de la empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá fue acondicionado con 500 kilos de dinamita. El explosivo había sido trasladado desde Ecuador, pasando por Nariño, el Valle y el Eje Cafetero. Al llegar a Cundinamarca, en una población cercana a la capital colombiana, el vehículo fue preparado y reforzado en su chasis para soportar el peso de la carga.
Finalmente, aquella mañana del 6 de diciembre partió para colisionar contra el DAS. Un misterioso y anónimo conductor condujo el bus hasta chocarlo contra la estructura momento en el que explotó. Nunca se supo quién era aquel chofer suicida. Su cuerpo desapareció producto del estallido. ¿Era el paciente terminal que no pudo volar la avioneta? La identidad del kamikaze de Escobar parece guardada bajo mil llaves.
Pese a los millones de dólares que Escobar había invertido en el plan, nada funcionó. Maza Márquez había salido del edificio minutos antes y no estaba en su oficina al momento del ataque. El general odiado aún vivía. Su imagen creció desmesuradamente y muchos lo tildaron como un héroe que enfrentaba a los cárteles de la droga.
Sin embargo, años después, pasó de héroe a villano. Fue quien aquel mismo año, de acuerdo a la justicia colombiana, entregó a la muerte al candidato presidencial Luis Carlos Galán, asesinado por sicarios de Medellín en un acto político el 18 de agosto de 1989. Un oficial de su extrema confianza, Jacobo Alfonso Torregrosa Melo, facilitó el camino de Jaime Rueda, el homicida que mató al postulante. En noviembre de 2016 Maza Márquez fue encontrado culpable y sentenciado a 30 años de prisión por la Corte Suprema. Así, el general al que todos veían como el máximo enemigo de Escobar terminó siendo un factor decisivo en uno de los crímenes más resonados del capo narco. Desde la cárcel sigue clamando por su inocencia.
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