Era el 3 de septiembre de 1993 y la mesa estaba servida: una torta y seis botellas de Dom Perignon. A Tata, Victoria Eugenia Henao, la sorprendió. No esperaba ya poder festejar su cumpleaños. Estaban escondidos en uno de los tantos refugios que Pablo Emilio Escobar Gaviria tenía en Medellín, la casa azul, y las privaciones eran el contraste perfecto con los días de gloria del cártel. Pero su marido, el hombre más peligroso del mundo, se las había ingeniado para contentar a su esposa en medio de tanta angustia.
A pesar del esfuerzo de logística que demandó tal puesta en escena, el rostro de Escobar no cambiaba. Quería ver feliz a su Tata, pero todo era angustia y desesperación en esa casa semihabitada por el matrimonio, sus dos hijos –Juan Pablo y Manuela- y los pocos custodios que aún daban la vida por El Patrón.
El imperio que había forjado a fuerza de tráfico, cocaína, balas y bombas quedaba atrás. Encerrado, Escobar enviaba cartas a sus contactos para intentar poner a salvo a su familia. Quería llegar a un acuerdo al menos para que ellos lo sobrevivieran. Sabía que si todos permanecían allí, en la casa azul, un escuadrón de la muerte de los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar) o del Gobierno colombiano, los mataría a todos.
En eso pensaba Escobar cuando el 5 de septiembre se sentó frente al televisor junto con el resto de sus custodios y familiares. "Dos días después (del cumpleaños) habríamos de tener el último rato de alegría de esta última etapa de nuestras vidas", recuerda Henao en su libro Mi vida y mi cárcel con Pablo Escobar.
Hablaba nada menos de un partido de fútbol. Uno histórico: aquel en que la Selección Colombia se impuso sobre la Argentina por 5 a 0. Esa alegría de la que habla Henao "sucedió por cuenta del fútbol, un deporte que muy poco me ha atraído, aunque debo confesar mi simpatía por el Deportivo Independiente Medellín".
"Fue un día inolvidable porque fue quizá la última vez que vi alegre a Pablo. Esa tarde del 5 de septiembre de 1993, la Selección Colombia goleó de visitante 0-5 a la Argentina en la etapa final de su clasificación al mundial de los Estados Unidos que se jugaría el año siguiente. Fue un pequeño momento de felicidad en el que celebramos y gritamos a rabiar los goles del (Faustino) Tino Asprilla, de Freddy Rincón y del (Adolfo) Tren Valencia", escribió la viuda de Escobar.
Henao rememora ese momento que permitió que por unos instantes -90 minutos para ser precisos- el jefe del Cártel de Medellín pudiera evadirse de sus traumas.
"Esos noventa minutos hicieron que Pablo olvidara la dramática situación que vivíamos. Fue efímero, pero valió la pena. La celebración y repercusiones del triunfo colombiano durarían varios días y la pequeña sala de televisión de la casa azul sería el sitio de encuentro de ese momento tan especial", dijo Henao.
Ese día sería uno de los últimos que la familia pasaría unida. Trece días después, Escobar recibiría una carta que "sellaría el futuro" del núcleo íntimo del capo narco. "Fue el sábado 18 de septiembre, cuando Pablo leyó con atención una carta y de repente se puso de pie, se acercó y me dijo que fuéramos a hablar a solas a una de las habitaciones del segundo piso".
En aquel momento, Escobar le "ordenaría" a Tata que debían abandonarlo. Que había conseguido la manera de que se fueran del país y que comenzaran una nueva vida alejado de él. Henao protestó, le decía que prefería morir allí junto a él y sus hijos que dejarlo en soledad. Pero el capo no dio lugar a más conversación y le dijo que era la única oportunidad que tenían Juan Pablo y Manuela de vivir. Y que ella debía protegerlos.
Finalmente, ambos se separaron. La despedida fue dramática. Escobar se vio conmocionado. Lloró frente a sus hijos como nunca lo habían visto. La alegría por el triunfo de la Selección Colombia ya había terminado. La realidad golpeaba de nuevo en su vida.
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