A diferencia de su madre y hermanos, Abel de Jesús Escobar Echeverry, el padre del capo Pablo Escobar, solo fue un pie de nota en la biografía del narcotraficante que sumió a Colombia en una era de terror. El campesino siempre se mantuvo al margen de los negocios ilícitos de su segundo hijo, nunca dejó el campo, y los únicos dos episodios que protagonizó fueron un secuestro por el que declararon al cabecilla del Cártel de Medellín un héroe, y una misteriosa herencia millonaria.
Solitario y algo hermético, Abel sobrevivía labrando la tierra para tener qué comer. Cuando una tarde, a lo lejos, vio pasar entre los caminos de la montaña a la profe que habían trasladado hasta el municipio de Rionegro, en Antioquia. Y se enamoró. Hermilda Gaviria Berrío venía de una familia acomodada, de padres comerciantes. Era una mujer ambiciosa, educada y capaz para su tiempo. No tardó mucho en caer en los brazos del trabajador labriego.
Al casarse, Hermilda dejó las clases, como lo dictaba la época. Y el peso del sostenimiento de la casa le quedó a Abel, pero la agricultura no le dio lo suficiente cuando llegaron sus primeros hijos, Roberto y Pablo Emilio. Decidido a encontrar trabajo pidió ayuda al político e intelectual antioqueño Joaquín Vallejo Arbeláez. La familia entonces se mudó a su finca, donde el padre sería el mayordomo.
Pero la precariedad continuaba. Y contra la voluntad de Abel, Hermilda pidió reincorporarse como docente. Siempre le tocó en colegios de zonas rurales alejadas, a donde llegaba la pareja, ya con siete hijos. Así estuvieron en varios municipios hasta que la trasladaron a Envigado, en 1961. Se ubicaron en el barrio La Paz, donde el padre montó una tienda en uno de los tres cuartos de la casa, que tuvo que cerrar a los pocos meses por falta de clientes.
Como lo cuenta Juan Pablo Escobar en su libro Pablo Escobar, mi padre, Abel intentó sin éxito buscar trabajo como pintor, granjero o jardinero. Terminó siendo el celador del barrio. Así que cuando los hijos tuvieron modo de vivir por sí mismos se volvió al campo para nunca más regresar. Entonces, mientras su familia disfrutaba de las dichas del "oro blanco", él se mantuvo alejado de las rentas ilícitas del más astuto de sus hijos.
Pero hasta al campo lo fue a buscar la fama cultivada de los millones que hizo Pablo Escobar con el tráfico de cocaína, y si no fuera por él, Abel no hubiera sido recordado en la historia del país, aunque siempre intentó pasar desapercibido.
El secuestro
En septiembre de 1984 ya había empezado la década oscura de la violencia sistemática de los cárteles de la droga en Colombia. Una tarde de ese mes, Abel regresaba del mercado en una camioneta Toyota cuando fue interceptado por seis hombres armados con fusiles y ametralladoras cerca de su finca, Villa Hermilda, en el municipio de La Ceja. Haciéndose pasar por "agentes especiales" en busca de "averiguaciones sobre Pablo", lo amarraron y se lo llevaron con rumbo desconocido.
Cuenta la historia que en el camino los secuestrados detenían a cuanto auto pasara para pinchar sus chantas y robar sus llaves, y así evitar ser seguidos. Primero dijeron que se trataba de un ajuste de cuentas de un grupo de derecha ligado a la asociación Tradición, Familia y Propiedad (TFP), luego que era la DEA buscando capturar al capo. Lo cierto es que Pablo regresó de su escondite en Nicaragua para ponerse al frente del asunto.
Finalmente, los secuestradores llamaron a su hermano Roberto Escobar para pedir 50 millones de dólares por la vida de Abel. Se supo entonces que era una banda delincuencial que quería aprovecharse de "un vecino rico al que sus hijos visitaban en carros muy lujosos". Los narcotraficantes no pensaban soltar un solo peso, así que idearon un plan de rescate.
Lo primero que hicieron fue publicar dos clasificados en los periódicos principales de Medellín, El Colombiano y El Mundo, en el que pedían información a cambio de una millonaria recompensa. Pero su intención real era que la banda supiera que los estaban buscando. Luego pusieron cámaras de seguridad en cada droguería que había, sabían que tarde o temprano irían a buscar las medicinas para el corazón que necesitaba Abel para vivir.
Y así fue, los propietarios de un local, tal como les habían encargado, dieron aviso a Pablo cuando unos hombres compraron el medicamento en cuestión, a cambio de 1.649 dólares ofrecidos por el dato. Así ubicaron a dos secuestradores. Mientras eso pasaba, Roberto negociaba el monto del rescate para ganar tiempo. Acordaron 200 millones de pesos (65.982 dólares). Y cuando entregaron el dinero, el bolso tenía un rastreador.
A los 18 días del secuestro, unos 50 hombres de Pablo llegaron al lugar, mataron a tres de los delincuentes de la banda local Los Trucos, que custodiaban a Abel, y lo recuperaron sano y salvo. Lo más curioso de la historia es que, en medio de la búsqueda, el grupo de sicarios se topó con la finca La Felisa, del corregimiento El Rubí en Yolombó, y rescataron al niño Wilson Patiño Toro, de 16 años, al que días antes habían retenido forzosamente. El hecho hasta tuvo un despliegue noticioso en el que catalogaban a Escobar como un héroe.
La herencia millonaria
Después de aquel secuestro, que recién hace pocos años fue confirmado por otra hija de la víctima, Luz María, no se supo casi nada más de Abel. Ni siquiera se le vio en el sepelio del narcotraficante, que murió a los 44 años en un tiroteo con la Policía, que lo acorraló en el tejado de una casa donde se escondía en Medellín, el 2 de diciembre de 1993.
Hermilda sí salió a la defensa de su hijo, a quien nunca creyó criminal por las obras sociales que hizo, pese a ser señalado por más de 5.000 asesinatos. Pero Abel no, nunca dio declaraciones. Su nombre pasó al olvido hasta el 21 de octubre de 2001, cuando una afección en los pulmones se lo llevó a los 75 años. La noticia hubiera pasado por un simple obituario de no ser por una misteriosa herencia millonaria que el padre dejó a sus hijos, nietos y esposa.
La revista Semana conoció el testamento en el que Abel de Jesús Escobar Echeverry dejaba más de 376.512 dólares de la época a su familia en bienes avalados por catastro, que a veces son hasta de un 50% menos que su valor comercial. Propiedades que jamás estuvieron bajo extinción de dominio, porque las autoridades siempre sostuvieron que el agricultor nunca tuvo que ver con los negocios ilegales de su hijo.
El documento reveló también que Abel tenía pasivos superiores a 99.014 dólares, aunque su fortuna era mucho mayor; de hecho, bastante para ser un hombre del campo. Juan Pablo Escobar, hijo de Pablo Escobar, confirma en su libro que su abuelo tenía varias fincas, terrenos en distintas zonas de Antioquia, un apartamento penthouse en El Poblado -el barrio más exclusivo de Medellín- y autos de lujo.
"Lamentamos profundamente su muerte porque él siempre mantuvo una postura equilibrada alrededor de la convulsión que envolvió a la familia desde comienzos de la década de los setenta, cuando mi padre optó por la ilegalidad", afirmó Juan Pablo en Pablo Escobar, mi padre. En el libro también argumenta que ni él ni su hermana recibieron la parte de esa herencia que les correspondía. El hecho terminó por separar definitivamente a los Escobar Gaviria, quienes hasta el sol de hoy no tienen contacto.
Pese a ello, Abel seguirá siendo recordado como lo describió Juan Pablo Escobar: "La discreción caracterizó al abuelo Abel, al igual que su radical decisión de no abandonar su condición de hombre del campo. Aun en las peores épocas, cuando corríamos de caleta en caleta huyendo de las autoridades, él se las arreglaba para hacer llegar cada mes un bulto de papa, que cultivaba en su finca. Esa fue siempre su silenciosa muestra de amor hacia nosotros".
Otra hermana del capo narco, Luz María, aseguró que Abel siempre mantuvo la esperanza de que a su hijo Pablo no lo hubieran matado. Hasta su muerte, en 2001, "seguía pensando que se le iba a aparecer como tantas otras veces que habían dicho que lo habían capturado y llegaba luego a tocar la puerta".
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