En el último mes, la historia del avance femenino en los puestos de conducción política está sumando en América Latina un nuevo hito: el de la paridad de género a la hora de conformar los gabinetes presidenciales.
Desde las luchas por el reconocimiento del derecho al voto femenino a mediados del siglo XX hasta la actualidad, el continente ya había realizado grandes avances en la inserción de las mujeres en la política, con un punto alto en 2014, cuando por espacio de poco más de dos meses llegó a tener simultáneamente cuatro presidentas mujeres. Sin embargo, aun en los casos de mandatarias mujeres, cuando se amplía la foto el cuadro es desolador: los gabinetes ministeriales suelen abrumadoramente masculinos.
Esta semana, el presidente electo de Colombia Iván Duque anunció que el 50% de los ministros que acompañarán desde el próximo 7 de agosto serán mujeres, una decisión inédita para el país pero que ya había sido adelantada durante la campaña: "Colombia es un país donde las mujeres tienen un gran liderazgo", había dicho Duque.
Y cumplió. Ocho de los dieciséis ministerios estarán ocupados por mujeres, además del lugar que ocuparán Marta Lucía Ramírez como vicepresidencia y Karen Abudinen como Alta Consejera para las Regiones.
El anuncio del presidente electo en Colombia llegó apenas después de que su par mexicano, Andrés Manuel López Obrador, hiciera un anuncio similar. En el caso del país norteamericano, el gabinete estará integrado por ocho mujeres y nueve hombres, mientras que los resultados de las elecciones también configuraron un parlamento igualitario: casi la mitad de las 500 diputaciones (48,6%) y de los 128 escaños (49,2%) serán ocupados por mujeres.
A diferencia de lo que ocurre en el resto de la región, donde la decisión aún suena disruptiva, en el gobierno de Duque las mujeres ocuparán ministerios con fuerte peso político: Interior, Justicia, Energía y Trabajo, además de Comunicaciones, Transporte, Cultura y Educación.
"Esto es muy importante en términos simbólicos y representa un cambio cultural. Será muy difícil para los futuros gobiernos retroceder y no mantener la paridad de género", dijo a Reuters sobre el tema la directora de la Red Nacional de Mujeres, Beatriz Quintero.
En Colombia, como en la mayoría de los países del continente, el llamado "techo de cristal" es el impedimento simbólico con el que se topan las mujeres a la hora de participar de los más altos niveles de la vida política y el mundo empresarial. Se trata de la reproducción de la discriminación de género en los más altos niveles.
Es en este contexto que promesas como la de Iván Duque de ser acompañado por un gabinete paritario, o legislaciones para la incorporación de un "cupo" que garantice la representación femenina en los parlamentos, se han hecho cada vez más presentes en las agendas de los movimientos de mujeres, y muchos políticos -enhorabuena- han decidido tomar el guante.
Si bien no existe una correlación directa entre mujeres en puestos de liderazgo y la promoción de derechos de las mujeres, la mayor presencia femenina sí puede marcar la diferencia. Sobre todo en un contexto global marcado por un fuerte protagonismo femenino que abarca los movimientos contra la violencia sexista, por el fin de la brecha salarial y por reivindicaciones como el derecho al aborto.
América Latina había atravesado un ciclo de fuertes liderazgos femeninos, con Cristina Kirchner en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil, Michelle Bachellet en Chile y Laura Chinchilla en Costa Rica que, sin embargo, no se caracterizó por lograr avances significativos en cuanto a la incorporación de una agenda de género durante sus mandatos y la conquista de nuevos derechos.
Pese a todo, y de acuerdo con los expertos, la presencia de mujeres puede aumentar el perfil de todos estos temas, que en otro contexto podrían ser pasados por alto. Además, según las Naciones Unidas, un mayor número de mujeres en puestos de liderazgo contribuye al crecimiento económico.
Globalmente, las mujeres representaron en 2017 el 23,4% por ciento de todos los escaños parlamentarios, con las mayores representaciones femeninas en los países nórdicos y las menores en los países de Medio Oriente y Asia, según datos de la Unión Interparlamentaria (UIP), la organización internacional de los parlamentos.
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