El desplazamiento forzado por la guerrilla del ELN fue el renacer de María Dora Sánchez Zabala. Con el despojo de su tierra abandonó 27 años de violencia vivida, aunque atrás también quedaron los abuelos que la criaron. Las lágrimas del duro camino le impidieron verlo así, hasta que estuvo arriba de las pasarelas. No ella exactamente, pero si el alma que dejó en cada uno de los diseños de su empresa 'Grass Accesorios' que han protagonizado ferias y desfiles en todo el país.
Dora conoció la guerra con apenas 5 años en el corregimiento de Santa Rita de Ituango, del departamento de Antioquia, donde la dejó su mamá para siempre, al cuidado de su abuela Sara. Era 1955, cuando los liberales y conservadores se disputaban el poder en los últimos años del periodo histórico conocido como La Violencia. Las noches se pasaban tirados en el suelo con los colchones de trincheras, por si alguna bala del fuego cruzado de afuera se desviaba y entraba a la casa.
"Era aterrador, siempre pensaba que nos iban a matar". Pese a su corta edad, eso lo recuerda con exactitud. También los amaneceres en los que, desde la ventana, miraba de lejos los cadáveres de las víctimas en el centro del casco urbano del pueblo, donde estaba ubicada su casa. En esa época las prácticas eran iguales a las del conflicto que le sucedió. Los acusados de ayudar al bando contrario eran amenazados a través de panfletos, y finalmente asesinados de formas crueles y despiadadas.
Una vez, con 7 años, Dora se escapó de su casa para jugar con un grupo de cinco amigas. Montando a caballo salieron a pasear por los cañaduzales. Un ruido las hizo parar al otro lado de un gran salto de agua que veían desde el lugar; tres hombres fueron lanzados por el risco. Y sin entender muy bien lo que había pasado, bajaron para curiosear. "El impacto fue muy grande, esa imagen se me quedó para toda la vida. Nuca la he podido olvidar", alega.
Los ubicaron en la punta de la cascada y de un tiro cada uno fue cayendo. Ese fue el panorama de toda la infancia de Dora, aunque a su familia nunca le pasó nada, porque su abuela era la médica del pueblo. La señora Sara nunca estudió medicina, pero fue la única que aprendió por herencia a curar a los enfermos. Y eso, en un pueblo remoto de Colombia y en época de guerra, era más valioso que el mismo dinero. Ella era lo único que las dos insurgencias compartían sin molestias.
"Atendía partos, recetaba y ambos bandos la obligaban a curar a sus integrantes heridos"; aunque la zona era de mayoría 'Chulavitas' (grupos armados de origen conservador). Por seguridad, su abuela siempre la llevó con ella al monte. Así conoció los campamentos improvisados con chozas de techo de palma que los criminales movían en sus desplazamientos constantes. Pero el problema llegó cuando, de la base de esa violencia, surgió el conflicto recientemente finalizado.
Los liberales se disociaron en varios grupos de izquierda, como las FARC y el ELN que tenían presencia en Ituango. Y más adelante, los conservadores en las Autodefensas Unidas de Colombia; como ellos, también apoyadas por terratenientes. Nuevos frentes llegaron al pueblo de Dora y ya su abuela Sara no les era útil. Entonces comenzó el suplicio. El más grande de todos fue la muerte de sus dos primos de crianza.
La guerrilla del ELN los quería recluir para sus filas y su tío lo impidió, pero tampoco se fueron del pueblo luego de las amenazas recibidas. Una mañana bien temprano, por las vías donde aterrizaban las avionetas, Juan Carlos, de 13 años, y David, de 14, fueron asesinados en represalia antes de poder ordeñar las vacas en su finca. De ahí para adelante las cosas se pusieron peor.
Dora tenía 32 años y un hijo de 7 cuando su abuela la convenció de marcharse del pueblo definitivamente. A su casa también llegaron para obligarla a salir, ya no sabe si eran guerrilleros o paramilitares, todos vestían igual y todos "asesinaban por igual". En enero de 1987 salió solo con una maleta al hombro. "Dejar a mis abuelos, que amaba con el alma, fue lo más difícil. Cuando nos despedimos tuve la esperanza de reencontrarme con ellos algún día, pero fue imposible", recuerda todavía con nostalgia.
Al poco tiempo de ser desplazada por el ELN, la guerrilla quemó a Santa Rita de Ituango por completo, sacando corriendo a sus habitantes y convirtiéndolo en un pueblo fantasma. De la desdicha sus abuelos no resistieron mucho tiempo más; murieron en Medellín sin que ella pudiera volverlos a ver. Así empezó la lucha de Dora por sobrevivir.
"Llegamos a Socorro, Santander a donde la mamá de mi esposo Alfonso Grass; con las dos manos atrás. Nos tocó comenzar de nuevo". Y no les fue bien. Ellos sabían sembrar los abarrotes que vendían en su propia tienda, o atendían la farmacia de su abuelo. Pero allí no tenían nada. Así que en un pequeño camión embarcaron las pocas cosas que les quedaban y cogieron rumbo a Barranquilla, ya con tres hijos.
Dora sobrevivía con lo que fuera, montaron una tienda de artículos de bromas, vendía almuerzos, dictaba clases de cocina en su casa. Hasta que, en un viaje a las playas de El rodadero, en Santa Marta, descubrió su talento. Unas vendedoras ambulantes le enseñaron el método para elaborar accesorios, y ella misma empezó a pulir la técnica. "Yo soy como las cucarachas, me meto en todos los huecos", se ríe. "Me inscribía en cuanta convocatoria había y así me di a conocer".
Su primer gran negocio fue para un gerente de una importante cadena de accesorios a nivel nacional que le encargó 200 collares. Los vendió a dos dólares cada uno. Con lo ganado no recuperó la inversión; así estuvo durante siete años. Pero después, en un solo día, vendió 8.700 dólares en una feria de Bogotá. Y el emprendimiento que empezó en un cuarto de su casa, se convirtió en un gran taller de artesanías.
En 2013 registró oficialmente su empresa a la que llamó 'Grass Accesorios'. Grass por ser el apellido de sus hijos, "porque es sonoro y corto". Su símbolo es una mariposa, para celebrar que fue capaz de alzar vuelo. Y las alas la llevaron hasta las pasarelas.
Los diseños de Dora Sánchez han estado en las ferias de artesanías y en los desfiles de moda más importantes del país. Sus collares los han lucido las reinas en el Concurso Nacional de Belleza, al que le provee los accesorios. Ha trabajado con diseñadores reconocidos como Francesca Miranda. Y les ha desfilado a marcas importantes de la industria como Schwarzkopf.
Pasó de creaciones en croché tejido y canutillos, a productos con piedras semipreciosas y bronce martillado con baños de oro y plata. Siempre innovadores y exclusivos. "Pero no crea que fue fácil. Por muchos años no teníamos nada de plata, ni para comer. Había días que solo teníamos dos comidas. Pero perseveré y lo logré", expresa con orgullo.
Hoy, a sus 63 años, aun no cree todo lo que ha conseguido. Este no era su sueño, porque en medio de la guerra no se permitía soñar. Ahora sí lo hace, y su próxima meta es exportar, para que las pasarelas continúen, pero en el exterior.
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