Hay un lugar en el mundo que revierte el fenómeno del prisma, ese de la luz blanca que atraviesa un cristal y se dispersa en siete colores. Ocurre al revés en las calles de Barranquilla. Colores de todas las latitudes confluyen y forman una comparsa. Sale como un rayo luminoso a penetrar la tradición con sabrosura contemporánea, pero solo un poquito, La Puntica No Má'.
La conforman 200 personas que vibran en distintas tonalidades y nacionalidades. Se abren paso a ritmo de cumbia psicodélica y la voz de Li Saumet, vocalista de Bomba Estéreo.
"¡Alza la mano si te gusta la puntica, alza la mano si te gusta bailar!", canta y prende la fiesta desde lo alto de un camión, al frente del arcoíris humano. Detrás de ella viene una estela destellante de escarcha, plumas y mucha piel. La actriz y cantante argentina Brenda Asnicar, la paisa Naty Botero, el champetero Charles King, el fotógrafo Ruven Afanador y muchos otros artistas llegados de distintos lados.
La Puntica No Ma' está en el bloque que cierra la Batalla de Flores, el mayor desfile del Carnaval en la principal capital del norte de Colombia. Cumple 19 años siendo uno de los grupos más provocadores y vanguardistas dentro de una fiesta popular declarada, por la Unesco, como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.
Una cabeza flotante de pulpo violeta, un mango biche, una luna perlada, una mariposa tecnicolor, una hada tornasolada, un toro rosado, una ratona morada, un carnero dorado, un capitán de candela, un Saturno plateado, una joven cuyos cabellos penden de burbujas, un fantasma naranja, una Yemayá aguamarina, una marimonda con cara de mallas, un agente antidisturbios blanco, un látigo de cuero negro, unas gafas de bus intermunicipal, un tigre de plumas verdes. Todos bailan, brincan y sudan por una avenida asoleada, a la sombra de un letrero que declara: "Un solo palpitar".
Al final viene un hombre de 38 años, bigote y bikini rojo, cejas verdes, cadera torneada y piernas peludas. El público de la Vía 40 lo recibe con burlas, chiflidos, pesadeces. Él responde con una ondulación de cintura y besos detrás de su abanico. Ellos ceden, sueltan carcajadas. Algunos se saltan las barreras metálicas para tomarse fotos con él. "Esta ciudad es bastante machista, bastante patriarcal. La Puntica es una oportunidad para hacer y deshacer, todo lo que se puede y lo que no se puede en todo el tiempo que la gente vive aquí". Carlos María vive en Londres. Allá trabaja proyectos de danza con comunidades. Pero es barranquillero. Y ningún performance es tan importante para él como el que toma lugar cada año, por cuatro días, en las calles de su tierra.
Detrás de la sinuosidad, detrás de agacharse y menearle las nalgas al que le grita "¡Es cagá!", hay un desafío. "Este es un espacio en que todo se vale, en que la gente experimenta y se permite todo, y en el espacio público. Una declaración pública de que aquí podemos hacer lo que queremos. Imagínate todo el poder que se tiene".
El prisma
La puesta en escena de La Puntica empieza mucho antes del desfile. La noche anterior tuvo lugar la "coronación" de su capitana, mediante un performance como ningún otro en el folclor carnavalero. Los punteros se reunieron a verlo en un patio de palmeras sacudidas por la brisa.
Una morena de trenzas arremolinadas en la cabeza camina descalza con velas en las manos, sobre piedras, en torno a un tambor. Una policromía de lentejuelas se extiende por su cuerpo. Parece embarazada de una galaxia de colores. Se alista para dar a luz a un barbón de calzoncillos, capa y antifaz, pintado enteramente de blanco.
Ariadna Padrón es una periodista de 32 años que trabaja en Artesanías de Colombia. Vino a liderar la comparsa, que este año lleva el slogan 'Dame tu cosita'. "Este año todos quieren sentir la cosita". La mayoría de punteros son como ella, como Li, como Carlos. Creativos y artistas locales que han salido de la ciudad. Han extendido la popularidad de la comparsa por el mundo, porque allí a donde van, siempre traen a alguien que se suma. Amigos, novios, conocidos, han provocado que hoy reciban una cantidad "absurda" de solicitudes, sin más publicidad que sus propias redes sociales.
"Le hacemos mucha alusión a los chacras y al universo, y queremos eso. Que vibremos en cada color, que vibremos en azul, en morado, en verde, en tornasol, en amarillo, naranja. Eso es lo que queremos". Desde su nacimiento, la comparsa nunca ha tenido coreografías ni pases de baile. Cada quien se goza el desfile como más le guste. A una señal de Ariadna, los colores se unirán y listo. Ella irá de blanco y gafas tornasoladas.
La idea es que cada personaje de La Puntica provenga de un proceso de creación personal. Tradición en clave de evolución. Cada participante escoge un color. Luego se inspira en elementos como su signo zodiacal, su animal en el horóscopo chino o su personaje fantástico favorito, para llegar a otra cosa, algo nuevo. No importa si eres heterosexual, homosexual, viejo, joven, flaco, gordo. No hay tapujos. Solo los colores los diferencian. El Carnaval es el prisma que los une.
Bien lo sabe Li Saumet. La samaria reconocida por éxitos como 'Fuego', 'Fiesta' y 'Somos dos', no es una artista invitada. Es una puntera más, que vuelve cada año a reencontrarse con sus amigos. "Nos vamos a meter en la película del baile, de nuestros personajes, nos vamos a olvidar de todo y nos vamos a volver uno solo", le dirá a su tropa minutos antes de que se lance la Batalla de Flores.
¿Por qué "puntica"?
10 de la mañana del sábado. Los punteros se alistan en una licorera en una esquina. Hacen filas para maquillarse, para untarse colores en la piel. Jóvenes soplan polvo brillante sobre los muslos, los pechos, las caras de otros. La cantante de Bomba Estéreo va de un lado a otro gritando con un megáfono. Su hijo juega con un tambor.
Es como haber caído en un caleidoscopio vivo, serpenteante, que empieza a desbordarse a los andenes de la calle. Suenan guitarras y cantos africanos, suena Pedro Ramayá, los Corraleros de Majagual. Espejos en el piso, mesas atiborradas de tarros de pintura y pinceles, luces de discoteca, calor, desnudes, litros y litros de jugo de corozo. Las caderas serpentean, los pies se mueven.
Todos corren de un lado a otro. Se tocan, se ayudan. Moldean personajes en la arcilla de sus cuerpos. Faltan un par de horas para que arranquen los buses que los llevarán al 'Cumbiódromo'. Nadie se detiene por más de un minuto. ¿Cómo responder a la pregunta que me trajo hasta aquí, en medio de tal caos? Tal vez por colores.
Verde. Flavia Rosales, pintora barranquillera, una de las fundadoras y su líder natural: "Nosotros pertenecíamos a la gran comparsa que es la madre de nosotros, 'Disfrázate Cómo Quieras'. En un momento dado los artistas de esa comparsa nos unimos para crear una de artistas. Daniel Angulo fue el creador. Le puso así porque es como la puntica de 'Disfrázate', una disidencia. Pero al mismo tiempo con picaresca. Como todo en Carnaval, tiene un doble sentido el nombre. La Puntica tiene un alma de libertad absoluta, en el sentido de que aquí no juzgamos. Es completamente humana. Aquí tú puedes ser y sacar tu ser interior".
Amarillo. Giselle Massard, directora de la emisora de la Universidad del Norte: "Llevo 16 años viviendo el Carnaval, saliendo en Disfrázate Como Quieras, y por primera vez salgo en La Puntica. Quería vivir la experiencia puntera. Al final es un mismo génesis. Tiene una energía muy contemporánea. Lo de construir el disfraz es lo fundamental, el goce construyendo. Ha sido muy colectivo. Es el tema de la juventud. Nunca pensé que la escarcha me iba a dar tanta alegría. Hay una cosa con el cuerpo, algo de untarme, tocarme, llenarme de escarcha. Soy mi signo zodiacal, Aries. He estado experimentando, un mes y medio creando esto, decidiendo qué cosas de mi signo quería reforzar. He trabajado el tema de liderazgo, confianza. Cuando estemos en el desfile todas esas fuerzas que he meditado seguramente van a llegar".
Blanco. Catalina Ruíz-Navarro, columnista y editora de medios feministas: "La puntica es un performance, una propuesta cultural que ha comenzado desde un grupo de barranquilleros comprometidos y enamorados del Carnaval, y de muchas personas extranjeras que están explorando una estética; tiene que ver tanto con lo físico, con lo material, como con el hedonismo, la celebración de la felicidad. Tiene que ver con tomar las tradiciones barranquilleras y reinventarlas desde un mundo que ha cambiado. Mi compromiso al irme vivir fuera del país es venir todos los años. Que esto exista y viva tiene que ver con resistencia, para que el Carnaval siga y se mantenga, y no se vuelva mañana solo como un dossier de grupos folclóricos".
Por casualidad, los colores que entrevisté forman la bandera de Barranquilla. (Casi, si tomamos el tornasol por el blanco de la estrella). Los colores, que no son más que formas de la luz. ¿El rojo? Bueno, el de la tanga de Carlos. No hay más que decir de él.
"Para mí sí es muy importante que dentro del Carnaval uno pueda hacer un statement. Yo soy barranquillero, mi familia vive aquí. Para mí es súper importante intentar cambiar ciertas cosas que para mí no funcionan. Y en el Carnaval es el único espacio que verdaderamente se puede, sin tanta resistencia", dijo antes del desfile. Luego se robó el show en ese corredor industrial de 4 kilómetros, rodeado de viejas bodegas y palcos multitudinarios. Dominado por cumbiambas y danzas que recrean cortejos ancestrales. Hay que tener los pantalones bien puestos para saber quitárselos en frente de miles de personas; en la tierra de tus padres, en tu pueblo natal.
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