Hace más de 300 millones de años, un insecto de proporciones extraordinarias reinaba en los cielos del mundo primitivo. La meganeura tenía una extensión de alas que superaba los 70 centímetros, y fue el insecto volador más grande que habitó la Tierra.
Meganeura, una especie extinta y anterior a los dinosaurios en casi 100 millones de años, sobrevolaba los bosques pantanosos del período Carbonífero. Sus grandes ojos compuestos, adaptados para una visión precisa, le permitían detectar pequeños anfibios e insectos entre la vegetación.
Con alas largas y provistas de una compleja red de venas, estaba diseñada para vuelos rápidos y precisos, lo que la convertía en una eficiente depredadora.
Los primeros rastros de meganeura fueron encontrados en 1880 en Commentry, Francia, donde el paleontólogo Charles Brongniart identificó a este titán alado. Más tarde, otros fósiles aparecieron en Inglaterra y Estados Unidos, que revelaron detalles sobre su anatomía y hábitat.
Ojos hipertrofiados, dientes agudos y red compleja de venas
Según explicó la bióloga Alejandra Pagani, responsable del Área Científica del Museo Egidio Feruglio (MEF) e investigadora del CONICET, a Infobae “lo que más llama la atención de meganeura es su tamaño, así como muchos otros grupos de insectos o de invertebrados que alcanzaron tamaños gigantes por el Carbonífero”.
¿Por qué esta especie llamó la atención de los científicos? Porque se trata de uno de los insectos más grandes que hayan existido, que destacaba por sus impresionantes dimensiones y la estructura de sus alas, adaptadas para dominar los cielos hace millones de años. “Meganeura tenía una envergadura de cerca de 70 centímetros con las alas abiertas. Y hay otra especie, Meganeuropsis permiana, que llega a los 71. Ningún insecto actual llega a esa envergadura”, detalló Pagani.
Y agregó: “Las alas eran largas, estrechas, con nervaduras complejas que les otorgaban rigidez y flexibilidad. Esto le permitía maniobrar de manera muy precisa en el vuelo, algo crucial para cazar a sus presas en pleno aire”, profundizó Pagani. De hecho, la denominación meganeura proviene del griego, que significa “grandes nervios o venas”, en referencia a esta red de venas en sus alas.
Además, la anatomía del tórax tenía características peculiares. “Todo lo que era la parte del tórax, donde van las alas, tenía una forma asimétrica y se estima que eso le ayudaba a cazar mientras volaba”, añadió.
Los ojos de Meganeura son otras de sus características más sorprendentes, que Pagani definió como “bastante complejos, que les permitían una visión muy particular”. ¿Cómo eran? Grandes y sobresalientes, estaban adaptados para mejorar su capacidad de visión en vuelo, un detalle clave para un depredador aéreo.
“Una característica posiblemente asociada a su comportamiento era que tenía ojos compuestos muy grandes, con diversos lentes, hipertrofiados dorsalmente ―más grandes que lo habitual―, o sea, estaban sobreelevados de manera dorsal. Eso le permitía volar más rápido que las libélulas actuales y su visión debería haber sido muy buena, lo que le daría a este animal una visión a larga distancia, que podía ver por arriba de sí mismo a medida que volaba”, explicó Pagani.
Además los ojos de meganeura son otras de sus características más sorprendentes, que Pagani definió como “bastante complejos, que les permitían una visión muy particular”. ¿Cómo eran? Grandes y sobresalientes, estaban adaptados para mejorar su capacidad de visión en vuelo, un detalle clave para un depredador aéreo.
La curiosa semejanza con las libélulas modernas
Meganeura es frecuentemente comparada con las libélulas modernas debido a su apariencia general, con un cuerpo alargado, alas amplias y adaptadas para el vuelo, y ojos compuestos prominentes. Sin embargo, a pesar de estas similitudes superficiales, no pertenece al grupo de las libélulas actuales, conocidas científicamente como Odonata, sino a un linaje ancestral clasificado como Protodonata.
Este detalle taxonómico evidencia que, aunque compartan un aspecto similar, las diferencias entre ambos grupos son profundas y representan estadios evolutivos separados por millones de años.
Las denominaciones científicas subrayan estas distinciones. Meganeura monyi, la especie tipo del género, es una muestra de las características que definieron al grupo Protodonata, con alas amplias y una envergadura de hasta 70 centímetros.
Las libélulas modernas, por otro lado, incluyen familias como Libellulidae, con miembros significativamente más pequeños y adaptados a ambientes distintos a los pantanos húmedos del Carbonífero. Estas diferencias en nomenclatura reflejan no solo sus divergencias evolutivas, sino también las adaptaciones que cada grupo desarrolló en respuesta a sus entornos específicos.
Cómo eran la dieta y el hábitat del insecto volador más grande de la historia
Sobre su dieta, la investigadora explicó que era carnívora y se basaba en organismos pequeños, aprovechando su capacidad de vuelo para cazar. De acuerdo a la información que se lee en la exhibición en el MEF, esta especie también se alimentaba de otros insectos. “En ese momento no comía roedores porque no había, los mamíferos todavía no existían y, probablemente, comerían algún que otro reptil chiquito o anfibios que estaban recién en la conquista de este medio terrestre. Es decir, comía organismos muy pequeños”, detalló.
Por aquel entonces, el planeta estaba cubierto por vastos bosques pantanosos que ofrecían un entorno único para criaturas como Meganeura. Estos paisajes, formados por helechos gigantes, licopodios y equisetos, eran una constante en un mundo cálido y húmedo, sin estaciones marcadas. Sobre esto, profundizó Pagani: “la época en la que vivió Meganeura, en el Carbonífero, proliferaron grandes bosques y pantanos húmedos. Las temperaturas probablemente eran bastante más altas”. Estas condiciones permitieron no solo la proliferación de flora exuberante, sino también la aparición de organismos de tamaños extraordinarios.
Uno de los factores más destacados de este periodo fue la elevada concentración de oxígeno en la atmósfera, que alcanzaba niveles superiores al 30 %, significativamente más altos que el 21 % actual. Este exceso de oxígeno fue determinante para el gigantismo que caracterizó a muchos organismos del Carbonífero, incluidos los insectos.
Pagani señaló que “en ese momento había como un exceso de oxígeno en la atmósfera. Probablemente hasta más del 30 %, un 50 % más alto que el nivel actual”. Esta abundancia facilitó la eficiencia del sistema respiratorio de este insecto volador gigante, lo que permitió que alcanzara proporciones inimaginables en comparación con los insectos modernos.
Además de la vegetación exuberante y los altos niveles de oxígeno, el Carbonífero ofrecía un ecosistema rico en presas, ideal para un depredador aéreo como Meganeura. “Con semejante envergadura de alas, sería muy raro que viviera en ambientes muy boscosos o que fueran bosques cerrados, sino que, se supone, vivía en hábitats un poco más abiertos para poder moverse con comodidad”, explicó la científica.
El gigantismo de los insectos durante el Carbonífero, como Meganeura, generó un intenso debate en la comunidad científica. Una de las teorías más aceptadas sostiene que los altos niveles de oxígeno en la atmósfera, que superaban el 30 %—un 50 % más que en la actualidad—, permitieron que los sistemas respiratorios traqueales de los insectos fueran más eficientes, facilitando su crecimiento a tamaños extraordinarios. Sin embargo, estudios más recientes cuestionan esta explicación exclusiva, proponiendo que los insectos también podrían haber desarrollado adaptaciones fisiológicas que no dependían exclusivamente del oxígeno ambiental.
Otro factor en discusión es el impacto de la ausencia de depredadores aéreos en ese periodo. Sin aves ni vertebrados cazadores, los cielos eran un entorno seguro para criaturas como Meganeura, lo que podría haber favorecido el desarrollo de grandes dimensiones. Además, las condiciones cálidas y los bosques pantanosos del Carbonífero ofrecían un hábitat ideal para su prosperidad. Aunque estas hipótesis son ampliamente respaldadas, dejan abierta la discusión en la paleontología.
Descubrimiento y fósiles de Meganeura
Los primeros restos fósiles de Meganeura fueron descubiertos en 1880 en Commentry, Francia, un yacimiento rico en estratos del período Carbonífero. Estas capas de roca preservaron con notable detalle las características de esta criatura alada, lo que proporciona un vistazo al pasado remoto de los insectos gigantes. En 1885, el paleontólogo francés Charles Brongniart estudió estos fósiles y fue quien describió por primera vez al género, bautizándolo como Meganeura, que significa “grandes nervaduras” en referencia a la compleja red de venas que caracterizaba sus alas.
A lo largo del tiempo, se encontraron otros fósiles notables que amplían el conocimiento sobre estas criaturas. En 1979, un espécimen significativo fue hallado en Bolsover, Derbyshire, Inglaterra, lo que confirmó que estos insectos habitaron lo que hoy se conoce como Europa. El holotipo original se conserva en el Museo de Historia Natural de París, donde continúa siendo objeto de estudios científicos y una pieza central en la paleontología de insectos prehistóricos.
Además, en 1940, un descubrimiento en Oklahoma, Estados Unidos, reveló la mayor ala de insecto conocida hasta la fecha, perteneciente a una especie relacionada, Meganeura americana. Este fósil está preservado en el Museo de Historia Natural de Harvard, dan cuenta de la relevancia de estos hallazgos en distintos continentes.