El tilacino o tigre de Tasmania (Thylacinus cynocephalus), el único marsupial depredador de Australia, fue declarado oficialmente extinto en la década del ‘80 del siglo pasado. La idea de científicos de resucitar a esta especie no es nueva. Ya en 2023, investigadores suecos habían logrado secuenciar moléculas de ARN de un ejemplar. Pero ahora surgió una curiosa novedad: fue hallado en un balde, escondido en un armario de un Museo de Melbourne restos de uno de estos animales con material genético de gran calidad que alienta aún más las posibilidades de resurrección.
El último ejemplar conocido de tilacino murió en cautiverio el 7 de septiembre de 1936 en el zoológico de la ciudad de Hobart, capital de la región australiana de Tasmania, y, posteriormente, sus restos fueron entregados al Museo y Galería de Arte de Tasmania (TMAG, por sus siglas en inglés). Se trataba de una hembra de edad avanzada que había sido capturada por un cazador en el Valle Florentino de la isla de Tasmania y vendida a ese centro de conservación en mayo de 1936. Sobrevivió apenas cuatro meses.
Este marsupial tenía franjas que cruzaban su lomo que recordaban a las de un tigre, pero no era de esa especie. Llegó a habitar en Australia continental y en la isla de Nueva Guinea, pero desapareció de esos lugares hace unos 3.000 años, presuntamente por el cambio climático.
La isla de Tasmania, en el sur de Australia, fue el único sitio en el que sobrevivió, pero su extinción se aceleró con la llegada de los europeos a Oceanía en el siglo XVIII. Como se trataba de una especie depredadora que atacaba al ganado, los colonos pusieron en marcha una intensa campaña de caza desde 1830. En 1888, las autoridades australianas la declararon una plaga y ofrecieron recompensas, por lo que la disminución de ejemplares se aceleró, hasta el fin de esa disposición, en 1909. La persecución, sumada a la pérdida de su hábitat, fue una sentencia de muerte.
Ahora, en el fondo de un armario olvidado en el Museo Victoria, de Melbourne, se produjo un hallazgo inusual que capturó la atención del mundo científico: una cabeza sorprendentemente bien conservada de un tilacino. El espécimen, que llevaba más de un siglo sumergido en etanol, estaba deteriorado y desprovisto de su piel, pero contenía algo más valioso que su apariencia: largas secuencias preservadas de ADN y extensas moléculas de ARN bien preservadas. Este descubrimiento abrió una puerta inesperada para la ciencia, ya que brinda una oportunidad única para la reconstrucción genética de una especie extinta.
El ARN es una molécula más inestable y tiende a degradarse rápidamente, lo que hace que su hallazgo en el espécimen sea un hecho extraordinario. Este material genético proporciona una secuencia de los genes del anima y también ofrece una “lectura” de los genes que estaban activos en los diferentes tejidos del tilacino. Esto ha permitido a los investigadores obtener información detallada sobre características como el olfato, la visión y el funcionamiento cerebral del animal.
“Era literalmente una cabeza dentro de un balde de etanol en el fondo de un armario que acababan de tirar allí con toda la piel removida y que había estado allí durante unos 110 años”, dijo a la prensa el profesor Andrew Pask, director del laboratorio de investigación de restauración genética integrada del tilacino (acrónimo Tigrr) en la Universidad de Melbourne. “Estaba bastante podrido, era un espectáculo absolutamente espantoso. La gente lo había cortado en grandes trozos”, describió.
El tilacino como único depredador marsupial de Australia desempeñó un papel fundamental en el equilibrio de su ecosistema. Curiosamente, algunos reportes indicaron avistamientos de esta especie en los últimos años, pero como no han podido ser confirmados, sigue siendo considerado extinto.
El proyecto para devolver al tilacino a la vida ha avanzado hasta superar, incluso, las expectativas iniciales de los investigadores. El esfuerzo está liderado por un equipo internacional de científicos australianos y estadounidenses y se centra en el laboratorio Tigrr, en la Universidad de Melbourne. Uno de los mayores logros ha sido la creación de un genoma de alta calidad, con solo 45 lagunas en un mapa genético que abarca aproximadamente 3.000 millones de fragmentos de información. Este avance, que ha sido descrito como un “salto científico increíble”, marca un paso importante hacia la posibilidad de “desextinguir” la especie.
La información derivada del ARN fue crucial para anotar el genoma del tilacino, lo que significa que se ha podido confirmar que las secuencias genéticas corresponden efectivamente a la especie original y no a una posible combinación híbrida. Este avance representa el primer genoma anotado de un animal extinto, un hito que podría tener implicaciones no solo para la resurrección del tilacino, sino también para la conservación de otras especies en peligro.
Más allá de este caso, el proyecto está logrando importantes avances en el campo de la reproducción artificial, incluyendo la tecnología para inducir la ovulación en marsupiales y la fertilización de embriones que han sido cultivados en úteros artificiales hasta más de la mitad de un ciclo de gestación. Aunque el equipo espera tener un “ser parecido a un tilacino” en los próximos tres a cinco años, los investigadores admiten que aún existen desafíos fundamentales para recrear una réplica auténtica del animal extinto.
El proyecto para resucitar al tilacino ha suscitado una variedad de opiniones en la comunidad científica. Si bien algunos ven el avance como una oportunidad para desarrollar nuevas herramientas que ayuden en la conservación de especies en peligro, otros cuestionan la asignación de recursos para resucitar especies extintas en lugar de proteger aquellas que todavía están vivas.
Euan Ritchie, profesor de ecología y conservación de la vida silvestre en la Universidad de Deakin, señaló que, aunque el proyecto podría generar innovaciones útiles para la preservación de la biodiversidad, también plantea interrogantes importantes sobre cómo se comportarían los tilacinos en un ecosistema actual que ha cambiado drásticamente desde su extinción, según reportó The Guardian.
El retorno de una especie extinta podría tener efectos inesperados en los ecosistemas actuales, donde los nichos ecológicos ocupados por los tilacinos ya han sido reemplazados o modificados. Además, no existen otros animales vivos con un comportamiento similar al tilacino, lo que complica la predicción de su impacto y de cómo podría impactar con otras especies. Este aspecto ecológico es uno de los mayores desafíos, quizás más complejo incluso que la parte genética del proyecto.
A pesar de los avances logrados, la resurrección de un tilacino genuino será extremadamente difícil. Los científicos pueden replicar algunas características físicas, como el cráneo, las patas y las rayas distintivas del tilacino, pero aún no tienen la certeza de poder recrear todos los aspectos biológicos y comportamentales de la especie. Andrew Pask, director del laboratorio Tigrr, admite que el primer “ser parecido a un tilacino” podría nacer en tres a cinco años, pero subraya que no se trataría de un tilacino auténtico, sino de una aproximación con diferencias inevitables respecto al original.
Otro desafío crucial es cómo preparar el entorno natural para la reintroducción de la especie. La ausencia del tilacino durante casi un siglo ha dejado un vacío en el ecosistema, y su retorno podría provocar reacciones imprevisibles en la flora y fauna existentes. Además, la adaptación de los tilacinos creados al entorno salvaje plantea interrogantes sobre su supervivencia y su capacidad para integrarse de forma sostenible en la naturaleza.
El esfuerzo de resucitación del tilacino está siendo liderado en gran medida por la empresa Colossal, una compañía de biotecnología con sede en Texas que se especializa en la “desextinción y preservación de especies”. Fundada por el empresario tecnológico Ben Lamm, tiene otros proyectos ambiciosos, como la resurrección del mamut lanudo y el dodo a través de la ingeniería genética.
Con una inversión de 235 millones de dólares y más de 150 empleados, la compañía financia investigaciones en múltiples laboratorios, incluido el laboratorio Tigrr en la Universidad de Melbourne.