La gran Esfinge de Giza es una de las esculturas más reconocibles del antiguo Egipto, y los misterios de su construcción hace unos 4.500 años han fascinado a los arqueólogos durante mucho tiempo.
Durante siglos, han explorado sus misterios: ¿cómo era originalmente? ¿Qué intentó representar? ¿Cuál era su nombre original? Pero se ha prestado menos atención a una pregunta fundamental y controvertida: ¿cuál fue el terreno con el que se toparon los antiguos egipcios cuando comenzaron a construir esta estructura reconocible al instante? ¿Este entorno natural tuvo algo que ver en su formación?
Para abordar estas preguntas un equipo de científicos de la Universidad de Nueva York replicó las condiciones que existían hace 4.500 años, cuando se construyó la Esfinge, para mostrar cómo el viento se movía contra las formaciones rocosas, posiblemente dando forma por primera vez a una de las estatuas más reconocibles del mundo.
Nuestros hallazgos ofrecen una posible “historia del origen” de cómo las formaciones tipo Esfinge pueden surgir a partir de la erosión. El estudio acaba de ser publicado en la revista Physical Review Fluids. Nuestros experimentos de laboratorio demostraron que formas sorprendentemente parecidas a las de una esfinge pueden, de hecho, provenir de materiales erosionados por flujos rápidos.
La especulación sobre la mano de la naturaleza al tallar la Esfinge no es nueva. Ya en la década de 1950, se sugirió que el cuerpo de la estatua pudo haber sido erosionado por aguas antiguas. Si bien hay pruebas suficientes para descartar la posibilidad de que las lluvias o las inundaciones sean las responsables, otros expertos han sugerido que el viento, aunque menos potente, pudo haber erosionado la forma general de la mezcla adecuada de rocas. Esta idea se remonta a principios de los años 1980, con un escenario sugerido por un ex geólogo de la NASA llamado Farouk El-Baz.
Volver al pasado
El trabajo se centró en replicar yardangs, un tipo de formaciones rocosas inusuales que se encuentran en los desiertos como resultado del polvo y la arena arrastrados por el viento, y así explorar cómo la Gran Esfinge podría haberse originado como una de estas protuberancias emergentes que posteriormente los humanos detallaron en la forma de la estatua ampliamente reconocida.
Para hacerlo, con mis colegas del Laboratorio de Matemáticas Aplicadas de la Universidad de Nueva York tomamos montículos de arcilla blanda con material más duro y menos erosionable incrustado en su interior, imitando el terreno en el noreste de Egipto, donde se encuentra la Gran Esfinge.
Luego lavamos estas formaciones con una corriente de agua que fluía rápidamente para replicar el viento que las esculpió y remodeló, hasta alcanzar finalmente una formación similar a una Esfinge. El material más duro o resistente se convirtió en la cabeza del león y se desarrollaron muchas otras características, como un cuello socavado, patas colocadas al frente en el suelo y una espalda arqueada.
Nuestros resultados proporcionan una teoría simple del origen de cómo las formaciones tipo Esfinge pueden surgir a partir de la erosión. De hecho, hoy en día existen yardangs que parecen animales sentados o tumbados, lo que respalda nuestras conclusiones. El trabajo también puede ser útil para los geólogos, ya que revela factores que afectan a las formaciones rocosas, es decir, que no son homogéneas ni uniformes en su composición. Las formas inesperadas provienen de cómo se desvían los flujos hacia las partes más duras o menos erosionables.
Los otros autores del artículo son Samuel Boury, investigador postdoctoral en el momento del estudio, y Scott Weady, estudiante de doctorado de la Universidad de Nueva York.
* Leif Ristroph, profesor asociado del Instituto Courant de Ciencias Matemáticas de la Universidad de Nueva York y autor principal del estudio