Generalmente, se cree que los caballos vinieron a Sudamérica con la colonización europea, y que las comunidades originarias terminaron adoptando el manejo de esos animales.
Sin embargo, diferentes restos, como el diente de un caballo que encontró el naturalista inglés Charles Darwin en la actual provincia de Entre Ríos hasta nuevos hallazgos que se hicieron en Santa Cruz, permiten construir otra historia.
Hay evidencias que indican que los ancestros de los caballos actuales se habían desarrollado en América del Norte. Se dispersaron hacia Asia y Europa. También llegaron a Sudamérica hace más de 2,5 millones de años. Pero no sobrevivieron a una mega-extinción que ocurrió en el continente hace más de 12.000 años.
Hasta que, en el siglo XVI, los europeos volvieron a reintroducir a los caballos en Sudamérica. Los animales estaban domesticados y tenían características distintas a los originarios de América.
Fue en 1536 cuando Pedro de Mendoza desembarcó en Buenos Aires, con una tripulación, 100 caballos y algunas vacas, según los registros históricos. Por la resistencia de la comunidad indígena, la falta de alimentos y la aparición de enfermedades, ese grupo de europeos tuvo que abandonar el lugar. Y los animales quedaron abandonados.
Más adelante, en 1580, ocurrió la llamada “segunda fundación de Buenos Aires”: los europeos que llegaron a la zona encontraron abundante cantidad de caballos asilvestrados o cimarrones (que en algún momento habían sido domesticados). Desde Buenos Aires o desde Chile, los animales se habrían desplazado hacia el sur.
Ahora, un equipo de científicos que trabajan en instituciones de la Argentina, Estados Unidos, Sudáfrica, Chile, Noruega, Alemania y Francia han descubierto y analizado los restos de 9 individuos de caballos en un sitio de la provincia de Santa Cruz.
El hallazgo, que fue publicado en la revista Science Advances, da cuenta de la enorme flexibilidad que tuvo la comunidad de los Aónikenk o tehuelches para adoptar rápidamente el manejo de los caballos mucho antes de lo que se pensaba. Fue antes de que se establecieran los asentamientos permanentes de los europeos en Patagonia.
El equipo de investigadores estuvo formado por William Timothy Treal Taylor, del Departamento de Antropología del Museo de Historia Natural de la Universidad de Colorado, en Estados Unidos, junto con los científicos argentinos Juan Bautista Belardi y Flavia Carballo Marina, de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral, Ramiro Barberena y Luis Alberto Borrero, del Conicet y la Universidad de Buenos Aires (UBA), entre otros colegas.
“Los restos que se encontraron en el sitio de Chorrillo Grande 1, en la actual provincia de Santa Cruz, nos permiten conocer más sobre cómo fue la dinámica de la interacción de la comunidad Aónikenk con los caballos”, explicó a Infobae el doctor Barberena, uno de los coautores del trabajo e investigador en arqueología del Instituto Interdisciplinario de Ciencias Básicas, que depende de la Universidad Nacional de Cuyo y el Conicet en Argentina y de la Universidad Católica de Temuco, en Chile.
A través de la colaboración internacional se hicieron estudios de los restos de los caballos y de materiales que estaban con ellos con técnicas biomoleculares y de arqueozoología.
“Hicieron una investigación muy relevante sobre un fenómeno poco estudiado. El nuevo estudio permite comprender los cambios en la forma de vida de una sociedad de cazadores-recolectores”, sostuvo al ser consultado por Infobae Eduardo Moreno, antropólogo y doctor en ciencias naturales del Instituto de Diversidad y Evolución Austral (IDEAUS), del Conicet, quien no participó en la investigación.
Los grupos de caballos abandonados en el siglo XVI en Buenos Aires o también otro grupo que entró por Chile podrían haberse desplazado y llegado a Patagonia, planteó Moreno. “Quizá la adopción del caballo y los cambios hacia una cultura ecuestre sea la transformación más importante que experimentaron las comunidades originarias”, agregó.
Los caballos fueron usados para cazar guanacos y ñandúes, en prácticas funerarias, para construir toldos como viviendas o instrumentos musicales de cuerda.
Los científicos también identificaron el sexo de los ejemplares en base al estudio de ADN, y sugieren que la comunidad originaria consumía tanto caballos machos como yeguas. Los residuos cerámicos estudiados también muestran el uso de productos de guanaco.
Otro tipo de estudios, los análisis isotópicos secuenciales, permitieron estudiar la dentición de los caballos y revelaron que los animales habían realizado movimientos entre las cuencas del Río Coig y del Río Gallegos.
El análisis de los restos de caballos -resaltó en el diálogo con Infobae el doctor Belardi, que es investigador del Conicet- “nos brinda pruebas de que hubo una integración temprana y rápida de los caballos en las sociedades indígenas antes de los asentamientos europeos permanentes en la región de la Patagonia”.
Subrayó que “la arqueología viene a sumar una línea de evidencia independiente pero complementaria a la histórica”.
La datación por radiocarbono de los huesos de los caballos reveló varios fechados con alta fiabilidad hacia 1800 o antes, con al menos un espécimen de 1700. Son fechas anteriores a la primera observación histórica de caballos en la región.
“Estos resultados refuerzan otros análisis recientes que sugieren que la dispersión de caballos domesticados tuvo lugar más rápidamente y a una escala mucho mayor en gran parte de la América de lo que se había relatado anteriormente en los registros históricos europeos”, escribieron los científicos.
Taylor junto con Belardi y más colegas habían publicado en marzo pasado un trabajo en la revista Science con otros hallazgos que tienen similitudes entre la interacción con los caballos en América del Norte con la Patagonia.
Allí, contaron que los caballos se extendieron rápidamente desde el sur hasta el norte de las Montañas Rocosas del Norte y las llanuras centrales en la primera mitad del siglo XVII, probablemente a través de las redes de intercambio indígenas. Estaban profundamente integrados en las sociedades indígenas antes de la llegada de los europeos en el siglo XVIII, como se refleja en el manejo de los rebaños y las prácticas ceremoniales.
Los esqueletos completos que se identificaron en América del Norte sirvieron como pruebas de que se montaba a caballo. En cambio, los huesos fragmentados de Patagonia no permiten determinar cuándo se montó a caballo por primera vez, sólo que se los comían.