En febrero 2016 hubo otra emergencia de salud pública de importancia internacional como también lo fue el COVID-19: se trató de un brote por el virus de Zika en América. Al igual que el dengue, el Zika se transmite principalmente a través de mosquitos del género Aedes. Cuando afecta durante el embarazo, puede causar microcefalia y otras malformaciones congénitas, así como partos prematuros y abortos espontáneos.
Ante esas infecciones, hubo científicos que consideraron que, para dar una respuesta ante los brotes, había que hacer ensayos en los que deliberadamente se inyecten los patógenos en personas sanas. Sí, aunque intuitivamente puede parecer que ese tipo de investigación con voluntarios sanos no es moralmente correcta, hay consenso entre expertos en bioética. Es éticamente aceptable en ciertas condiciones, según aclaró la OMS.
En el caso del COVID, un equipo de diferentes instituciones y una empresa del Reino Unido sostuvieron que ese tipo de experimentación, que se llama “estudio controlados de infección humana” o “de exposición a infecciones”, estaba justificado éticamente ya que iba a permitir entender cómo el coronavirus ingresaba en el organismo y qué pasaba después.
En cambio, para la cuestión del Zika, los investigadores con patrocinio del Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas y Alergia de los Estados Unidos inyectaron el virus del Zika en personas para evaluar si una vacuna puede ser eficaz contra la infección. Los resultados se presentaron días atrás en la reunión anual de la Sociedad Americana de Medicina Tropical e Higiene en Chicago.
Anna Durbin, especialista en enfermedades infecciosas de la Escuela de Salud Pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore (Maryland), y coautora del estudio, explicó que necesitaron recurrir a ese tipo de investigación y no a los ensayos clínicos tradicionales porque la epidemia por Zika estaba en retroceso y no había un número suficiente de pacientes.
Durante la emergencia por Zika habían iniciado estudios con varias docenas de candidatos de vacunas pero fueron suspendidos por la reducción de la incidencia de la enfermedad apenas un año después.
En 2022 el grupo de Durbin reclutó a 28 mujeres sanas, de entre 18 y 40 años, que no estaban embarazadas ni en período de lactancia. Todas aceptaron ingresar en un centro de investigación y permanecieron allí hasta que dejaran de tener la capacidad para transmitir el virus (entre 9 y 16 días). Se les hicieron varias pruebas de embarazo antes de recibir el virus, para evitar el riesgo de problemas congénitos asociados al Zika, y se les aconsejó que utilizaran métodos anticonceptivos durante al menos dos meses después del estudio.
Veinte participantes recibieron la inyección con una de las dos cepas del virus del Zika. Otras ocho solo recibieron un placebo. Todas las participantes que recibieron el virus estaban infectadas. El 95% desarrolló una erupción cutánea -un síntoma común del Zika- y el 65% tuvo dolor articular. Ninguna de las que recibieron el placebo tuvieron esos síntomas.
Ahora significa que las dos cepas del virus usadas en el ensayo pueden utilizarse con seguridad y eficacia para infectar a los participantes en un ensayo de vacuna contra el Zika en fase III.
En tanto, el controvertido estudio sobre el COVID ya fue publicado en la revista Nature Medicine, tal como lo informó Infobae. “Realmente, no hay otro tipo de estudio en el que puedas hacer eso, porque normalmente los pacientes solo llaman tu atención si han desarrollado síntomas, por lo que se pierden todos esos días anteriores cuando la infección se está gestando”, dijo el autor principal del estudio., el doctor Christopher Chiu, médico de enfermedades infecciosas e inmunólogo del Imperial College London.
En ese caso, 36 voluntarios de entre 18 y 30 años de edad dieron su consentimiento. Ninguno de los cuales presentaba una condición de riesgo ante la infección con el coronavirus, lo que fue una condición para que pudieran formar parte del análisis: ninguno tenía sobrepeso, problemas renales, hepáticos, cardíacos, pulmonares o sanguíneos.
Les introdujeron el virus por la nariz, y luego monitoreados médicamente las 24 horas del día y durante dos semanas en un hospital. Entre los 36 participantes, solo la mitad se infectó, dos de los cuales nunca desarrollaron síntomas. El 83% de los afectados perdieron el sentido del olfato, al menos hasta cierto punto.
De esa manera los investigadores pudieron descubrir que pequeñas cantidades del virus, alrededor de 10 micrones, que es la cantidad en una sola gota que alguien estornuda o tose, basta para que otra persona se enferme. Se necesitan aproximadamente dos días después de la infección para que una persona comience a eliminar el virus.
En promedio, los voluntarios jóvenes y sanos del estudio excretaron el virus durante seis días y medio, pero algunos lo hicieron durante 12 días, entre otros datos.
¿Será necesario seguir inyectando patógenos para contribuir al avance científico en el futuro? Desde la Organización Panamericana de la Salud (OPS), Carla Sáenz, asesora Regional de Bioética en Washington, Estados Unidos, contestó a Infobae que el argumento a favor “es muchísimo más poderoso en el caso de Zika si se tiene en cuenta la naturaleza del virus. De hecho yo misma hubiera participado en un ensayo de infección controlada si hubiera tenido la oportunidad”.
Aunque es poco conocido, los estudios de exposición tienen antecedentes en las primeras investigaciones sobre la viruela, la fiebre amarilla y la malaria, que cambiaron el curso de la salud pública mundial.
“En los últimos 50 años se han hecho estudios de exposición de manera segura con decenas de miles de voluntarios adultos, con su consentimiento, bajo la supervisión de comités de ética de la investigación. De manera más reciente, estos estudios han ayudado, por ejemplo, a acelerar el desarrollo de vacunas contra la fiebre tifoidea y el cólera, y a determinar los correlatos de la protección inmunitaria contra la gripe”, de acuerdo a un documento que publicó la OMS en 2020. Allí se explicaron cuáles son los criterios que hacen aceptables a ese tipo de estudios.
Sofía Salas, profesora e investigadora del Centro de Bioética de la Facultad de Medicina-Clínica Alemana de la Universidad del Desarrollo en Chile, precisó que no todo ensayo que inyecte patógenos es aceptable.
“Los ensayos de infección controlada deben estar muy bien justificados. En lo personal, si para la condición no hay terapias (como fue en su momento el COVID-19), el progreso para la sociedad no puede pasar por encima del bienestar y seguridad hacia los individuos. Es decir, no se puede convertir a las personas en meros medios”, sostuvo Salsa, al ser consultada por Infobae.
Pero -señaló- “en otro contexto, por ejemplo las vacunas con virus atenuados es también una forma de infección controlada, que tiene más beneficios que riesgos. Por lo cual, no se debiera decir un sí o un no a este tipo de ensayos sino que hay que evaluar caso a caso”, acotó.
Salas consideró que “la ciudadanía debería estar informada de todo el bien que se produce al participar en ensayos clínicos, ya sea para desarrollar una vacuna o para fines terapéuticos. Sin ciudadanos dispuestos a participar en ensayos clínicos, no habría avance en medicina clínica”.
Además comentó: “Es fundamental potenciar una adecuada capacitación de los medios de comunicación y los periodistas para que puedan entregar información rigurosa y no sensacionalista”.