Como toda buena idea, comenzó a retumbar en la mente de una persona inquieta y curiosa. Un pensamiento ideado a la inversa: ¿Si tenemos instrumentos avanzados en naves espaciales para buscar vida en otros planetas, por qué no apuntarlos a la Tierra para verificar que funcionan correctamente?
Esa persona era el astrónomo y comunicador científico Carl Sagan. Y su idea surgió a partir de aprovechar la trayectoria de la nave espacial Galileo de la NASA, que se lanzó en octubre de 1989 hacia la órbita Júpiter. El resultado fue un artículo publicado en Nature hace 30 años esta semana que cambió la forma en que los científicos pensaban sobre la búsqueda de vida en otros planetas.
Todo comenzó cuando casi cuatro años antes del lanzamiento de Galileo, en enero de 1986, el transbordador espacial Challenger explotó poco después de su despegue, llevándose consigo siete vidas, incluida la primera maestra-astronauta que daría su primera clase en órbita.
A partir de esta tragedia, la NASA canceló sus planes de enviar a Galileo en una trayectoria rápida hacia Júpiter utilizando un cohete de combustible líquido a bordo de otro transbordador espacial. En cambio, la sonda fue lanzada más suavemente para que orbitara los planetas Venus y la Tierra para que pudiera obtener los impulsos gravitacionales que la catapultarían hasta Júpiter.
El 8 de diciembre de 1990, la nave Galileo orbitó la Tierra muy cerca, a sólo 960 kilómetros sobre la superficie. La idea que tenía Sagan podía convertirse en realidad. Así, convenció a la NASA para que en ese momento apuntara los instrumentos de la nave espacial a nuestro planeta y probara los instrumentos para detectar los compuestos químicos de la vida y también formas de vida concreta.
El artículo resultante y publicado en 1993 en Nature se tituló “Búsqueda de vida en la Tierra desde la nave espacial Galileo”.
“Estas observaciones constituyen un experimento de control para la búsqueda de vida extraterrestre mediante naves espaciales interplanetarias modernas”, escribió Sagan y su equipo.
El experimento fue un golpe maestro. Si bien existía una gran preocupación para los editores de la revista de que el artículo no reportara un nuevo hallazgo, Nature lo publicó porque era un experimento de control convincente para probar la precisión y relevancia de los métodos que se utilizan para detectar vida extraterrestre.
Si el estudio hubiera encontrado menos evidencia de vida que la que encontró, eso habría sido aún más significativo: habría puesto en duda la relevancia de los parámetros que los científicos propusieron como evidencia de vida en otros mundos.
Visita relámpago y detección de vida
Cuando Galileo pasó a 960 kilómetros de la Tierra sobre el Mar Caribe, en los espectrómetros de la nave espacial, los investigadores encontraron evidencia de oxígeno, vapor de agua, hielo y nieve, además de dióxido de carbono, metano y otros gases de efecto invernadero. Su sistema de imágenes detectó nubes, océanos, costas y superficies rocosas.
Aunque la tecnología no tenía suficiente resolución para poder detectar vida real, pudo encontrar señales electromagnéticas cuya amplitud variaba en pulsos. Estas ondas de amplitud modulada (AM) se usaban ampliamente en ese momento para transmitir transmisiones de radio y televisión, y eran de un tipo que no se sabía que ocurriera de forma natural.
“De todas las mediciones científicas de Galileo, estas señales proporcionan la única indicación de vida tecnológica inteligente en la Tierra”, escribió el equipo. Fue una coincidencia genial, porque Sagan estaba constantemente en la radio y la televisión, siendo uno de los locutores científicos más reconocidos de su generación. El estudio, que ahora se enseña comúnmente, ha resistido la prueba del tiempo y ha contribuido a reflexionar más sobre los marcos para informar sobre evidencia de vida en otros planetas.
Desde principios de la década de 1990, los astrónomos han descubierto más de 5500 planetas orbitando estrellas fuera del Sistema Solar. Además, se espera una cascada de descubrimientos en los datos del poderoso Telescopio Espacial James Webb (JWST) de la NASA, que está excepcionalmente bien equipado para estudiar las atmósferas de exoplanetas.
Las tres lecciones de Carl Sagan
Tres décadas después, el experimento clásico de Sagan tiene tres lecciones importantes para investigadores y editores científicos.
-La primera es que es importante comprobar no sólo lo que no sabemos, sino también lo que creemos saber.
-El segundo es un recordatorio para quienes publican ciencia que controla experimentos (como los estudios de replicación divulgados en Nature) que son tan importantes como la investigación que describe nuevos resultados.
-Por último, pero no menos importante, está la lección implícita en el gran cuidado que tuvo el equipo al informar los hallazgos, incluida la detección de firmas químicas como la presencia de agua o gases de efecto invernadero.
“Fundamentalmente, Sagan y sus colaboradores adoptaron un enfoque deliberadamente agnóstico para la detección de vida”, precisó la astrobióloga Lisa Kaltenegger, directora del Instituto Carl Sagan de la Universidad de Cornell en Ithaca, Nueva York. “Por supuesto que quiere encontrar vida, como todo científico quiere”, afirma.
“Pero él dice: tomemos ese deseo y seamos aún más cautelosos, porque queremos encontrarlo”. La existencia de vida iba a ser, en palabras del artículo, la “hipótesis de último recurso” para explicar lo que observó la nave Galileo.
Pero incluso a través de este velo de escepticismo, la nave espacial cumplió. Las imágenes de alta resolución de Australia y la Antártida obtenidas mientras Galileo sobrevolaba no mostraban signos de civilización.
Aun así, Galileo midió el oxígeno y el metano en la atmósfera terrestre, este último en proporciones que sugerían un desequilibrio provocado por los organismos vivos. Detectó un acantilado escarpado en el espectro infrarrojo de la luz solar reflejada en el planeta, un distintivo “borde rojo” que indica la presencia de vegetación. Y captó transmisiones de radio provenientes de la superficie que fueron moderadas como si estuvieran diseñadas.
“Se puede argumentar con firmeza que las señales son generadas por una forma de vida inteligente en la Tierra”, escribió el equipo de Sagan, con bastante descaro.
Habría sido fácil, dado lo que se sabía sobre la vida en la Tierra, suponer que la primera evidencia confirmaba la pregunta. En cambio, los investigadores llegaron a una conclusión matizada, reuniendo toda la evidencia disponible. Su enfoque demuestra por qué la búsqueda de vida extraterrestre siempre será uno de los problemas más difíciles de la ciencia.