Una enfermedad infecciosa es considerada una zoonosis cuando el patógeno que la causa ha pasado de un animal vertebrado al ser humano. Se calcula que el 60% de las enfermedades infecciosas conocidas, y hasta el 75% de las enfermedades infecciosas nuevas o emergentes, son de origen zoonótico.
Los patógenos zoonóticos pueden ser bacterias, virus o parásitos, y pueden propagarse a los seres humanos por contacto directo con animales domésticos, agrícolas o salvajes, o a través de los alimentos y el agua. Estos gérmenes pueden causar muchos tipos diferentes de enfermedades en las personas, desde leves a graves, e incluso la muerte.
Las zoonosis afectan a 2,5 mil millones de personas en el mundo por año, y causan la muerte de 2,5 mil millones de afectados. Si bien se conocen más de 200 zoonosis, en la actualidad se considera que las enfermedades más peligrosas son el COVID-19, la gripe aviar, la salmonelosis y la fiebre por el virus del Ébola.
Cada 6 de julio se conmemora el Día Mundial de las Zoonosis para concientizar sobre las enfermedades transmitidas por los animales a los seres humano.
“A partir de la pandemia por el COVID, hay más conciencia del impacto que pueden tener las enfermedades zoonóticas en la sociedad. De hecho, la gripe aviar despertó un mayor interés este año. Esas enfermedades forman parte de la interacción entre los humanos, los animales y el ambiente, y requieren mayor atención”, dijo a Infobae Agustín Seijo, médico infectólogo y docente de la Maestría en Prevención y Control de las Zoonosis de la Universidad Nacional del Noroeste, en la provincia de Buenos Aires.
Es por eso que un modo de prevenir escapes o derrames de patógenos desde los animales a los humanos es cuidar la alimentación. “Hoy es clave la trazabilidad de los alimentos, ya sean de origen animal o vegetal. De esta manera, el consumidor puede saber el origen de aquello que ingiere y decidir qué elige para cuidar su salud y por su preocupación ambiental. También se debería cuidar la higiene durante la distribución y el almacenamiento”, explicó Seijo.
Recientemente, investigadores de la Universidad de Harvard, en los Estados Unidos, la Universidad de Tel Aviv, en Israel y de la Universidad de British Columbia, en Canadá, hicieron un llamado de atención sobre las zoonosis a través de un trabajo publicado en la revista The Lancet Planetary Health, después de considerar el impacto de la pandemia por el coronavirus.
“Las enfermedades infecciosas emergentes deberían abordarse de forma más explícita en el discurso de los sistemas alimentarios para mitigar la probabilidad y los impactos de los eventos de propagación”, afirmaron en el trabajo los científicos Alon Shepon, Claire Kremen, y Christopher Golden, entre otros. Propusieron que se promueva más las dietas basadas en plantas para la reducción del riesgo de propagación de zoonosis.
Cuáles son los orígenes de las zoonosis
La destrucción de hábitats naturales provocada por la urbanización aumentó el riesgo de que las personas adquieran patógenos y desarrollen enfermedades zoonóticas. Eso se debe a que hay un mayor contacto entre humanos y animales salvajes.
A medida que se expanden el comercio y los viajes por todo el mundo, las zoonosis han generado más preocupación en la comunidad internacional, como puso de manifiesto la pandemia por el coronavirus, que causa la enfermedad COVID-19.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los mercados que venden carne o subproductos de animales salvajes son especialmente de alto riesgo por el gran número de patógenos no documentados que se sabe que existen en algunas poblaciones animales.
Otro factor que se tiene en cuenta es el aumento de la población humana. Las Naciones Unidas (ONU) calculan que la población mundial crecerá hasta los 9.700 millones en 2050. El aumento de la población mundial implica un incremento de la demanda de alimentos, esto ha provocado un alza de la susceptibilidad a estas patologías transmitidas por los alimentos.
Qué dice el estudio
Al tener en cuenta los factores globales y el impacto de las zoonosis, el grupo de científicos de Estados Unidos, Israel y Canadá postularon un marco hipotético para poner de relieve las numerosas conexiones entre los sistemas alimentarios, las enfermedades zoonóticas y la sostenibilidad.
Propusieron que se debería tener más en cuenta que la extensión del uso de la tierra para la producción de alimentos y las prácticas agrícolas empleadas dan forma a diferentes sistemas alimentarios. Cada uno tiene un perfil de riesgo distinto con respecto a los brotes zoonóticos y diferentes dimensiones de sostenibilidad.
Según los científicos, el sistema alimentario industrial con un alto volumen de producción ganadera y monocultivos, que implica dietas ricas en carne, azúcar y aceites, entraña grandes riesgos de escape o derrames de patógenos que pueden causar enfermedades zoonóticas.
“Junto con las grandes densidades de la población animal, el aumento del consumo de carne conlleva un alto potencial de propagación zoonótica. Debido a la creciente demanda, especialmente en los países en desarrollo, se espera que la producción de carne siga aumentando en el futuro, incrementando aún más el riesgo de zoonosis”, expresaron.
Lo mismo advirtieron sobre la acuicultura, “que ha sido el sector productor de alimentos de más rápido crecimiento en todo el mundo, y se prevé que crezca a medida que las fuentes de alimentos acuáticos silvestres disminuyan de forma constante”.
En cambio, cuando se realiza la producción extensiva de ganado a través de prácticas agroecológicas en sistemas de cultivos mixtos, sistemas silvopastorales intensivos, o agricultura regenerativa, basada en pastos y subproductos, también se plantearían riesgos de eventos de propagación zoonótica debido al uso de la tierra y la cría de animales a gran escala.
Sin embargo -aclararon-, ese riesgo es menor en comparación con el escenario basado en la ganadería industrial, por el menor número y densidad del ganado. Mientras que los métodos agroecológicos, que incluyen bajos insumos y alta agrobiodiversidad, reducen los riesgos de propagación asociados con las vías de los plaguicidas, el agua, los antibióticos y la biodiversidad.
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