Los dinosaurios terópodos, como el icónico Tyrannosaurus rex, se han representado durante mucho tiempo con los dientes completamente visibles, de forma similar a los cocodrilos. Este patrón de representación se vincula en gran medida con la relación entre los dinosaurios y los cocodrilos y la asociación entre el tamaño de los dientes y las mandíbulas. Un mito arraigado en el imaginario popular, entre otras cosas, por la saga cinematográfica de Jurassic Park.
Algo extraño sucedió con la representación de los dinosaurios Tyrannosaurus rex a fines de la década de 1970. “Hasta entonces, el depredador prehistórico aparecía en imágenes y películas con labios -relató Thomas Cullen, especialista del Departamento de Geociencias de Universidad de Auburde en Alabama-, pero, si se mira hacia atrás en las representaciones artísticas de los dinosaurios en las décadas de 1920 y 1930, siempre tenían labios.
T-rex no solo tenía labios en las primeras películas, los tenía en la vida real hace millones de años, según una investigación dirigida por el propio Cullen publicada recientemente en la revista Science.
“No son labios como los de cualquier otro mamífero. Son más parecidos a los de un lagarto -explicó el científico-. No podían curvar sus labios hacia atrás y gruñir ni nada por el estilo. En cambio, la piel y las escamas en el costado de la cabeza del dinosaurio se habrían extendido lo suficiente como para hacer un sello hermético cuando su boca estaba cerrada.
A menudo se pedía a Cullen y a sus colegas que asesoraran a exhibiciones de museos y documentales, por lo que decidieron investigar cómo eran el tiranosaurio rex y sus familiares carnívoros. “En las décadas de 1960 y 1970, se impulsó la reconstrucción del tiranosaurio rex como uno de los animales más activos que se parecían menos a un lagarto -afirmó Cullen-. Durante este tiempo, T-rex se adelgazó para darle una forma que revelara más sus músculos y nervios, y comenzó a perder sus labios. La gente decía desde los años 70 que los dientes del tiranosaurio rex eran demasiado largos para caber en su boca”.
Luego, en los años 90, apareció Jurassic Park. “El T-rex de esa película es tan icónico que ha influido en todo desde entonces -afirmó Cullen-. Allí representan a su T-rex sin labios. Pero, por extraño que parezca, representan a todos los demás dinosaurios de la película con ellos”.
La idea de que T-rex tenía dientes que sobresalían de su boca cerrada puede provenir de sus primos lejanos. Los cocodrilos y caimanes comparten un ancestro lejano con los dinosaurios terópodos, y son uno de los pocos animales vivos en la actualidad que tienen dientes en el exterior de la boca. “Cuando observamos animales extintos, no tenemos evidencia directa de alguna estructura de tejido blando, por lo que lo más común es observar a sus parientes vivos”, indicó Cullen.
Pero los dinosaurios terópodos tienen un esmalte más delgado en los dientes que los cocodrilos y los caimanes. Esto significaba, según la hipótesis del equipo, que los dientes perderían su borde puntiagudo y se desgastarían si estuvieran expuestos al aire. Para probar sus teorías, evaluaron la anatomía de la mandíbula y el cráneo del dinosaurio, así como la de otros reptiles, tanto vivos como muertos. Primero, observaron el tamaño del diente frente al del cráneo en varias especies de terópodos en comparación con especies vivas de reptiles como los lagartos monitores.
“Estos animales tienen dientes que son proporcionalmente más grandes en sus cráneos, incluso en una proporción mayor a la del T-rex, pero cada uno de ellos tiene labios completos”, dijo el investigador.
Esto descartó la idea de que los cráneos de los dinosaurios fueran demasiado grandes para sus dientes. A continuación, observaron la estructura microscópica de los dientes de un tiranosaurio en comparación con los de un caimán. Si un lado del diente estuvo expuesto al aire y el lado interno se asentó a lo largo del borde de la mandíbula, debería haber diferentes patrones de desgaste.
“En nuestras muestras de caimanes vemos exactamente eso, pero nuestro tiranosaurio tiene un espesor uniforme del esmalte en toda la superficie”, advirtió Cullen.
El tiranosaurio también tenía una serie de hoyos en el hueso de la mandíbula superior para los vasos sanguíneos y los nervios, que estaban ausentes en el caimán. “Los cocodrilos no tienen labios. En cambio, tienen una serie de fosas mucho más finas y más numerosas en toda la parte de su hocico que se relaciona con la piel muy tensa que tienen alrededor de la cara -graficó Cullen-. Las células en estos pozos pueden ayudar a los cocodrilos a sentir las vibraciones en el agua.
Finalmente, el equipo analizó la biomecánica de la mordida. Las mandíbulas de los animales que tienen labios tienen un ajuste más flojo que los que no los tienen para crear un sello alrededor de sus bocas. Cullen dijo que su análisis mostró que los caimanes tenían un ajuste más estrecho que el tiranosaurio. “Para hacer un ajuste sin labios en un T-rex, se debe hiperextender la mandíbula inferior casi hasta la dislocación total, mientras que si tuvieran labios y tuvieras un poco de espacio, entonces se articula perfectamente bien”.
Con esta nueva información las temibles fauces del icónico Tyrannosaurus rex han tenido un cambio de imagen. Sus dientes en forma de daga no habrían sido visibles cuando tenían la boca cerrada. En cambio, se habrían ocultado detrás de labios delgados y escamosos.
Cullen ha contado con la participación de Derek W. Larson, Mark P. Witton, Diane Scott, Tea Maho, Kirstin S. Borde, David C. Evans y Robert Reisz para llevar a cabo esta investigación.
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