Las vacunas contra el COVID-19 para las niñas y los niños se empezaron a autorizar hace varios meses, después de que los adultos comenzaran a recibirlas. Ya son 120 países los que aplican dosis de vacunas en niños a partir de los 5 años. Una docena de naciones, incluyendo los Estados Unidos y la Argentina, también habilitaron la inmunización a partir de los 6 meses de edad. Hubo padres que estaban ansiosos por la autorización porque querían proteger mejor a sus hijos. Otros, en cambio, han tenido dudas sobre su seguridad y eficacia.
Desde noviembre del año pasado empezó a propagarse la variante Ómicron del coronavirus y pasó a ser la predominante en todos los casos de personas con COVID-19 durante 2022. Pero aún hay información limitada sobre sobre la eficacia de la vacuna contra esa variante porque millones de niños ya habían estado expuestos al virus cuando se inició la distribución de las dosis. Además, muchos gobiernos redujeron los testeos para detectar el COVID-19. Esto hizo que no se cuente en la actualidad con un panorama detallado sobre la cantidad real de personas con la infección.
En los niños, las vacunas más utilizadas son las basadas en la plataforma de ARN mensajero, según un análisis preparado para la revista Nature por la empresa de análisis sanitario Airfinity. Las vacunas de ARN mensajero “son realmente seguras para todo el mundo, incluidos los niños”, afirmó Kawsar Talaat, médico especialista en enfermedades infecciosas y científico especializado en vacunas de la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins Bloomberg de Baltimore, Maryland, Estados Unidos.
Como efectos secundarios de la vacunación, algunas personas, especialmente niños y hombres de entre 16 y 24 años, pueden desarrollar una inflamación del músculo cardíaco y de su revestimiento exterior, que son condiciones conocidas como miocarditis y pericarditis. Pero esos casos son raros, generalmente leves y se resuelven por sí solos. Los casos en niños de 5 a 11 años son extremadamente raros: alrededor de uno de cada millón de niños vacunados. De hecho, los efectos secundarios de las vacunas, como dolores de cabeza y fiebre, han sido en su mayoría leves en niños pequeños.
Con respecto a la eficacia, los datos revelan que frente a Ómicron, las vacunas de ARN mensajero -desarrolladas por las empresas Pfizer y BioNTech, y por Moderna- son buenas para prevenir los cuadros graves cuando la persona se contagia el virus. Pero son menos eficaces para limitar la infección. Estos resultados se corresponden en gran medida con lo que ocurre en los adultos.
Los estudios realizados en Singapur, Estados Unidos e Italia concluyen que dos inyecciones de la vacuna de Pfizer-BioNTech ofrecen una protección de moderada a buena contra la hospitalización en niños de 5 a 11 años y en adolescentes, reduciendo el riesgo entre un 40 y un 83%. Las estimaciones de los niveles de protección varían mucho según el país y la región, dependiendo de factores como el tiempo transcurrido desde la vacunación de los participantes, la intensidad de los testeos y las olas de casos anteriores de infección.
Algunos países también han empezado a ofrecer a los niños, sobre todo a los adolescentes, una tercera dosis, y estos refuerzos parecen ser eficaces. Según datos de los Estados Unidos, cinco meses después de que los adolescentes recibieran una segunda dosis de la vacuna de Pfizer/BioNTech, una dosis de refuerzo restauró la protección al 81%.
En la Argentina, los chicos que tienen entre 3 y 17 años, deben aplicarse el primer refuerzo después de los 4 meses de la segunda dosis. Las personas con inmunocompromiso, a partir de los 12 años tienen habilitado el segundo refuerzo.
Además de proteger contra los cuadros graves, las vacunas protegen contra una complicación rara pero grave del COVID-19 conocida como síndrome inflamatorio multisistémico en niños (MIS-C). Sin embargo, no está claro si las vacunas pueden ayudar a reducir la incidencia pediátrica de la COVID prolongado, una condición en la que las personas experimentan síntomas meses después de haber sido infectadas. Varios estudios han demostrado que los niños que dan positivo pueden desarrollar síntomas duraderos, pero las estimaciones de la prevalencia en los niños varían mucho -desde un 2% hasta un 66%- por las diferencias en el diseño de los estudios y en la forma en que los investigadores definen la afección.
Los niños de entre seis meses y cuatro años son el grupo de edad más reciente para el que se han aprobado las vacunas, en su mayoría de ARN mensajero. Desde junio, cuando Estados Unidos aprobó las dosis para su uso en este grupo de edad, alrededor del 8% de los niños menores de 5 años de dicha nación han recibido al menos una dosis, pero las tasas de vacunación semanales han ido disminuyendo.
Las vacunas parecen funcionar igual de bien a edades más tempranas, según los datos preliminares de los ensayos. En agosto, Pfizer informó de que tres dosis de su vacuna tenían una eficacia del 76% en la prevención del COVID-19 en niños de 6 meses a 2 años y del 72% en los de 2 a 4 años, en un momento en que circulaba el sublinaje BA.2 de Ómicron.
Alrededor de dos docenas de países han aprobado dos vacunas chinas con virus inactivados -una producida por la empresa Sinovac, con sede en Pekín, y otra producida por la empresa estatal Sinopharm, también con sede en Pekín- para niños de hasta 6 meses. Los datos en la Argentina, Brasil y Chile muestran que la administración de dos dosis de estas vacunas en niños de tres años o más es moderadamente eficaz para prevenir el COVID-19, pero hace un mejor trabajo de protección contra la hospitalización.
La información sobre la otra media docena de vacunas es aún más escasa. Por ejemplo, la India ha aprobado cuatro vacunas para su uso en personas de cinco años o más, dos de las cuales se han puesto en marcha, ambas en adolescentes. Se carece de datos posteriores a los ensayos sobre su eficacia en niños. En los lugares donde se dispone de vacunas, la aceptación por parte de los niños ha variado mucho. En Chile, cerca del 90% de los niños de 3 a 17 años están totalmente inmunizados, mientras que en Nueva Zelanda lo están el 28% de los niños de 5 a 11 años y el 3% del mismo grupo de edad en los Países Bajos.
Una de las razones de la lentitud en la aplicación de las vacunas podría ser el retraso en la administración a los niños. Muchos padres probablemente se preguntaron por qué debían vacunar a sus hijos que ya habían sido infectados y se habían recuperado, comentó Fiona Russell, pediatra y epidemióloga de enfermedades infecciosas de la Universidad de Melbourne, Australia.
La noticia de que Ómicron era más leve que las variantes anteriores también se difundió rápidamente, y los hospitales no se vieron tan desbordados como con las variantes anteriores, gracias a que funcionó la vacunación masiva de adultos y el acceso a mejores tratamientos. Pero la percepción baja del riesgo del COVID-19 hoy es incorrecta, según Peter Hotez, del Hospital de Niños de Texas en Houston y creador de una vacuna de bajo costo junto con María Elena Bottazzi. Para el prestigioso experto, los organismos de salud pública no han comunicado los riesgos del COVID-19 pediátrico. “No se ha comunicado adecuadamente el importante número de muertes y hospitalizaciones entre los niños”, afirmó.
En tanto, Ximena Aguilera, investigadora de salud pública de la Universidad del Desarrollo en Santiago, atribuyó el éxito de Chile a la amplia red de centros de vacunación, que incluye postas móviles en escuelas y barrios. La creencia en los beneficios de la vacunación sigue siendo más fuerte que los rumores difundidos por los grupos antivacunas, comentó Los investigadores coinciden en que vacunar a los niños les protegerá de enfermedades graves y de la muerte. La mayoría de las muertes durante la pandemia se han producido en personas de 65 años o más, pero más de 16.000 niños menores de 20 años han perdido la vida a causa de COVID-19, y esa cifra “puede ser varias veces mayor”, advirtió Hotez.
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