Pasadas las primeras oleadas de casos de COVID-19 en el inicio de la pandemia, los especialistas comenzaron a recibir consultas de pacientes recuperados de la infección viral, que presentaban síntomas de lo que luego dieron en llamar COVID prolongado, long COVID o síndrome post COVID. Se trata, ni más ni menos, de las afectaciones en órganos que van más allá del sistema respiratorio y que son propias del cuadro inflamatorio sistémico que provoca el SARS-CoV-2 en el organismo.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) definió al COVID prolongado como el cuadro que implica síntomas que persisten durante un mínimo de 12 semanas y otros factores, como las manifestaciones que provocan una nueva limitación de la salud o el empeoramiento de una afección médica subyacente preexistente.
A esta altura, las secuelas físicas y mentales a largo plazo son un problema de salud pública cada vez mayor y existe entre los expertos y autoridades sanitarias una incertidumbre considerable sobre su prevalencia y persistencia.
Una reciente publicación de BMJ resaltó que “la carga global de COVID prolongado puso de relieve el misterio descuidado durante mucho tiempo de los síndromes post virales”. “El COVID prolongado no debería haber sido una sorpresa. Cuando comenzó la pandemia, la suposición general era que había dos resultados posibles para una infección: mejoraría o moriría”, dijo Vett Lloyd, biólogo de la Universidad Mount Allison en Sackville, Canadá, y resaltó que “hay un posible tercer resultado”.
En ese sentido, resaltó que “hace tiempo que se sabe que una serie de patógenos causantes de enfermedades, algunos virales y otros bacterianos, están asociados con síntomas continuos posteriores a la infección en una minoría significativa de pacientes”.
Por lo que para el experto “no había ninguna razón real para pensar que el SARS-CoV-2 debería ser diferente del SARS original, que también causaba síndromes posteriores a la infección”. Él es uno de los muchos investigadores que esperan que la atención y la financiación dirigidas al COVID prolongado ayuden a arrojar luz sobre cómo y por qué otras infecciones pueden provocar síntomas persistentes y, a veces, debilitantes para la persona y su calidad de vida.
Los puntos de coincidencia
Según precisan los especialistas, la lista de enfermedades infecciosas relacionadas con síntomas a largo plazo incluye el ébola, el virus del Nilo Occidental, la poliomielitis y la enfermedad de Lyme. También se cree que la encefalomielitis miálgica o síndrome de fatiga crónica (EM/SFC) es un síndrome post viral.
Si bien todas estas enfermedades tienen síntomas agudos diferentes, los signos asociados con sus síndromes posteriores a la infección tienden a ser notablemente similares: fatiga, deterioro neurológico, dolor muscular y articular, trastornos del sueño e irritabilidad son comunes. Para Andrew Lloyd, un especialista en enfermedades infecciosas y médico de la Universidad de Nueva Gales del Sur en Sydney, Australia, “eso es indistinto aunque cada infección aguda tiende a agregar su propio síntoma específico”.
Lloyd dirigió el estudio “Dubbo” en 2006, que encontró que alrededor del 12% de las personas infectadas con mononucleosis infecciosa (fiebre glandular), virus del río Ross o fiebre Q en el municipio rural australiano de Dubbo todavía experimentaban síntomas después de seis meses del cuadro agudo. “El fenómeno posterior a la infección parece tener un denominador común, con variaciones en el tema”, aseguró. Los especialistas consultados en BMJ coincidieron que “los síndromes posteriores a la infección a menudo no son tomados en serio por los médicos, al menos al principio”.
La principal área de trabajo de Lloyd es la enfermedad de Lyme, y el síndrome de la enfermedad de Lyme posterior al tratamiento (o Lyme crónico), que sigue siendo un tema controvertido en muchos círculos médicos.
Lo mismo sucedió con el COVID prolongado, pero en este caso, la atención de la comunidad científica cambió: “Hubo una tremenda respuesta. Se pasó de ‘todo esto está en tu cabeza’ a ‘esto es real’, a clínicas dedicadas, algo que jamás se había visto para cualquier síndrome posterior a la infección”, opinó Lloyd.
Eso se debió, en gran parte, a la gran cantidad de personas afectadas, ya que algunos estudios sugieren que hasta la mitad de todas las infecciones por COVID-19 pueden provocar síntomas persistentes.
Preguntas sin respuesta y una mirada a futuro
Encontrar una causa común de los diversos síndromes sería un gran avance en la investigación del síndrome post viral. Varias fueron las hipótesis que se plantearon para otras enfermedades. Algunas de ellas, que se trata de infecciones persistentes pero no detectadas, respuestas autoinmunes, desregulación del microbioma y daño tisular. Pero Lloyd descarta esas ideas. “La lección que hemos aprendido de otros síndromes posteriores a la infección es que no es una infección persistente, ni inmunológica, ni un simple trastorno psicológico”, consideró.
Alba Azola es co-directora del Equipo Post-Agudo de COVID-19 en la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins en Baltimore, EEUU, y trata a pacientes con síntomas persistentes desde abril de 2020.
Y observó que “al principio, los pacientes con COVID prolongado parecían tener mucho en común con las personas con síndrome de taquicardia ortostática postural (POTS, por sus siglas en inglés), un trastorno de la circulación sanguínea caracterizado por una frecuencia cardíaca elevada y otros síntomas provocados por estar de pie, como la fatiga y la confusión mental, también síntomas comunes de esa condición”. Así que Azola, junto con un equipo de fisioterapeutas, comenzaron a tratar a estos pacientes usando los mismos protocolos que para POTS, enfocándose en aspectos como la dieta y el ejercicio.
Pero después de unos tres meses quedó claro que este régimen de tratamiento centrado en el ejercicio no estaba funcionando. El equipo se dio cuenta de que el COVID prolongado se parecía más a la EM/SFC, y en su lugar comenzó a basarse en ideas de esa área.
Esto significó centrarse en administrar y conservar los niveles de energía y comprender qué desencadenantes pueden provocar fatiga, para salir de lo que ella llama la “montaña rusa del corona”, donde los pacientes comienzan a sentirse mejor, se vuelven más activos y luego colapsan.
Para Azola, “en ausencia de un tratamiento o cura confiable, los pacientes deben aprender a vivir con la afección siendo selectivos con su energía y en qué la invierten, lo que puede ser tan simple como usar una silla en la ducha para evitar esfuerzo innecesario”.
Así las cosas, y a diferencia de lo que ocurre con las otras infecciones, la pandemia de SARS-CoV-2 está en curso, por lo que existe incertidumbre sobre la prevalencia relativa de los diferentes síntomas, su duración y los factores que los predicen. Como suele decirse, el tiempo responderá la mayoría de los interrogantes.
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