La cantante venezolana Evaluna Montaner, la estadounidense Jennifer López, la mexicana Anahí y la argentina Juana Repetto están dentro de la lista de las figuras públicas que decidieron comerse la placenta después del parto. Lo hicieron pensando en conseguir una ayuda contra las pérdidas de sangre o para mejorar el estado de ánimo y el suministro de leche. Sin embargo, no hay pruebas sólidas que confirmen que ingerir la placenta tenga algún beneficio para los seres humanos. Incluso, esa práctica puede tener riesgos como contraer infecciones, advirtieron los Centros para el Control y la Prevención de las Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos.
La placenta es un órgano que se forma dentro del útero durante las tres primeras semanas de gestación. Aporta oxígeno, agua, carbohidratos, aminoácidos, lípidos, vitaminas, minerales y nutrientes que son necesarios para que el feto se desarrolle de una manera adecuada. También la placenta interviene en la filtración de desechos a través del cordón umbilical. Esas son las funciones principales de la placenta cuando una persona gestante cursa un embarazo.
Pero “comerse la placenta” es una práctica sin aval científico hasta el momento. En mayo pasado, se difundió un estudio realizado en los Estados Unidos sobre 23.242 casos de personas que tuvieron partos. Se encontró que el 30% había ingerido la placenta tras el parto. La mayoría consumió “sus placentas en forma no cocida/encapsulada y con la esperanza de evitar la depresión posparto, aunque actualmente no existen pruebas que apoyen esta estrategia”, escribieron los investigadores liderados por Daniel Benysheken, del departamento de Antropología del Universidad de Nevada, en la revista Birth Issues in Perinatal Care. Los autores del trabajo aconsejaron que los profesionales de la salud deberían conversar sobre la gama de opciones disponibles para prevenir y tratar la depresión posparto.
“Los defensores del consumo de la placenta dicen que esa práctica mejora el ánimo, la fatiga, aumentan la energía, y la producción de leche. Sin embargo, los estudios disponibles coinciden en que no hay ningún beneficio. Por ejemplo, se ha demostrado que consumir cápsulas de placenta no repone las reservas de hierro ni mejora el estado de ánimo”, afirmó en diálogo con Infobae la doctora Alicia Damiano, investigadora principal del Conicet en el Laboratorio de Biología de la Reproducción del Instituto de Fisiología y Biofísica Bernardo Houssay y profesora de la cátedra de Biología Celular y Molecular de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires. Damiano investiga las placentas humanas y los problemas que pueden afectarlas.
También —comentó Damiano— se ha publicado un estudio en animales que demostró que el consumo de placenta tendría un efecto analgésico. Pero no se comprobó ese efecto al realizar investigaciones en seres humanos. Es decir, que hasta el momento no hay evidencias que permitan avalar que la placentofagia tenga algún beneficio para la salud en los seres humanos. “No se retienen los nutrientes ni las hormonas placentarias en cantidad suficientes para ser potencialmente útiles para la madre después del parto”, aclaró Damiano.
La placenta es el “origen de la vida”, resaltó la experta. “Es el único órgano efímero del ser humano, que se comienza a formar a partir de concepción. Su función es ser el nexo entre la madre y el bebé. A través de la placenta la madre provee nutrientes al feto y actúa como una barrera de defensa o filtro para que las sustancias nocivas, como metales pesados, los microorganismos que pueden producir enfermedades o todo aquello que podría afectar el desarrollo de esta nueva vida, no lleguen al bebé. O al menos para que la mayoría de esas sustancias no lleguen. También por la placenta se eliminan todos los desechos que produce el bebé: la placenta desempeña las funciones de los pulmones, los riñones, el hígado, el sistema endócrino (produce hormonas), gastrointestinal e inmunológico del feto”, explicó. La placenta cumple esas funciones ya que los órganos se están formando.
Entre los riesgos documentados de la práctica de comer la placenta, tanto cruda como en cápsulas, se sabe que aumenta la exposición a toxinas ambientales y sustancias nocivas, incluidas los metales pesados como cadmio, plomo y mercurio que pueden acumularse en la placenta. También se ha observado que la placentofagia aumenta el riesgo de adquirir infecciones tanto para la persona gestante como para el bebé que está lactando. Implica el mayor riesgo de infecciones “porque durante el procesamiento de la placenta para su consumo no se eliminan correctamente microorganismos que pueden causar enfermedades”, acotó Damiano.
Un riesgo potencial asociado al comerse la placenta es la formación de coágulos en la sangre (que se conoce como tromboembolismo) por estrógenos. “La placenta es una importante fuente de la hormona estrógeno durante el embarazo. La administración de esa hormona está contraindicada en mujeres en el período inmediato después del parto debido al mayor riesgo a formación de coágulos”, señaló la investigadora. “Se sospecha que al ingerir la placenta, la persona estaría recibiendo estrógenos y eso la pone en mayor riesgo de que se formen coágulos. Es una hipótesis y aún no está demostrada”, aclaró.
Desde la Clínica Mayo en Rochester, Estados Unidos, la ginecóloga Mary Marnach ha señalado que comer la placenta después de dar a luz puede ser perjudicial tanto para la persona gestante como para el bebé. “La preparación más común de la placenta (la creación de una cápsula) se realiza al vaporizar y deshidratar la placenta o al procesarla placenta cruda. También se sabe que algunas personas comen la placenta cruda, cocida o en batidos o extractos líquidos”, afirmó la doctora Marnach. Subrayó también que esas preparaciones no eliminan por completo las bacterias y virus infecciosos que podría contener la placenta.
Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos han emitido una advertencia en contra de tomar cápsulas de placenta. Fue a raíz de que se detectara a un caso en el cual un recién nacido sufrió la infección por la bacteria estreptococo del grupo B. El problema ocurrió porque su madre tomó píldoras de placenta que contenían estreptococo del grupo B y amamantó al bebé. La leche materna estaba infectada por la bacteria que la madre había contraído al ingerir su placenta infectada.
Es cierto que la mayoría de los mamíferos se comen la placenta luego de parir. “Pero en los animales tiene que ver con una cuestión de supervivencia, porque si quedan restos, pueden atraer depredadores. En cambio, no hay ningún beneficio probado ni indicación para ingerir la placenta para los seres humanos”, enfatizó el científico argentino Carlos Guardia, quien lidera el Grupo de Biología Celular de la Placenta de los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos, al ser consultado por Infobae.
En tanto, la doctora Damiano afirmó: “Como científica debo basarme en datos comprobables. Por eso, no recomiendo el consumo de placenta porque no existe ninguna evidencia de que traiga beneficios. Si bien la información es escasa, hay varios casos documentados en los que se demuestra que esta práctica es potencialmente dañina, principalmente por los virus y bacterias que no se eliminan correctamente durante el procesamiento de la placenta. En segundo lugar, no podría recomendar a alguien que se coma un órgano cuya función es ser filtro”.
“La placentofagia puede ser perjudicial” tanto para la persona que gestó como para el bebé, insistió la doctora Marnach. Si las personas buscan maneras de mejorar la salud después del parto, recomendó que se consulte a los profesionales de la salud sobre intervenciones que tengan evidencia comprobada de beneficio y seguridad.
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