Se sabe que para dar por terminada la pandemia, en algún momento, es necesario vacunar a la mayor cantidad de personas de todos los grupos de edad.
Sin embargo, en la lucha contra el COVID-19 faltaba inmunizar a la franja de menor edad. Con ese objetivo, la Agencia de Medicamentos de los Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) autorizó el 17 de junio el uso de emergencia de las vacunas de Pfizer y Moderna contra el COVID-19 en bebés y niños a partir de los seis meses, allanando el camino para que se pueda comenzar a aplicar las primeras inyecciones en ese grupo etario en todo el mundo.
La vacuna Moderna, en dos dosis, está autorizada con carácter de urgencia para niños de entre seis meses y cinco años. La de Pfizer, esta vez en tres dosis, lo será entre los seis meses y los cuatro años.
Sin embargo, y pese a que podría esperarse que los padres se hubieran abalanzado a los vacunatorios ni bien estuvieron las primeras dosis disponibles, preocupa en los EEUU que para principios de agosto sólo un 5% de los niños menores de cinco años que cumplían los requisitos habían recibido la primera dosis del esquema de vacunación.
Además, apenas el 30% de los niños de 5 a 11 años tiene el esquema completo de vacunación, cuando las vacunas para ese grupo están autorizadas desde el otoño de 2021.
Y lo que es peor, según publicó The New York Times, es que la cifra de niños vacunados disminuyó en los últimos meses en ese país. En el análisis de los expertos en el hecho de que la aceptación a las vacunas sea tan baja, a pesar de que los pediatras y los médicos de cabecera la recomienden lo que pesa es la falta de urgencia.
“Me temo que se trata de una señal de la pérdida de confianza de los estadounidenses en el sistema de salud pública. Gran parte de ello se debe a la información errónea y a la desinformación difundidas acerca de la seguridad y la eficacia de las vacunas, pero otra parte se debe a una comunicación científica inconsistente y, con frecuencia, de bajos estándares por parte de los expertos en salud pública”. Aaron E. Carroll es el director de salud de la Universidad de Indiana y experto en políticas de salud, y en una columna de opinión en el mencionado diario, observó que “demasiados mensajes se centran todavía en tratar de asustar a la gente para que siga las pautas, al hacer que se imaginen el peor escenario posible y convenciéndola de que las cosas son tan peligrosas como siempre. Esa comunicación amplifica las dimensiones de cada nueva variante y predicen un futuro sombrío, al señalar las gráficas de la población no vacunada y la vacunada y se asombran de las diferencias en los fallecimientos”.
Sin embargo, “estos gráficos casi siempre muestran resultados que no pueden traducirse con facilidad a los niños pequeños. Si el objetivo es convencer a los padres de que tomen medidas para evitar daños en la salud de sus hijos, esto no va a funcionar”, opinó.
En ese sentido, el experto argumentó: “Ahora mismo, el riesgo de contagio de COVID no es igual que hace dos años (o incluso que el año pasado). Los hospitales siguen recibiendo personas contagiadas de coronavirus, pero muchas de ellas se contagiaron de manera incidental, y las unidades de cuidados intensivos están relativamente vacías. Los padres han visto a muchos de sus hijos, y a los amigos de sus hijos, contagiarse de COVID-19 y recuperarse, lo que contribuye a la idea de que no es tan peligroso como se les hizo creer”.
Y para él, cuando se trata de los niños, esta percepción no necesariamente es errónea. “Las personas de edad avanzada siguen teniendo el mayor riesgo de fallecimiento por COVID. Argumentar que es necesario que se vacunen y tomen más acciones para salvar sus vidas tiene lógica -insistió Carroll-. Decir que los fallecimientos de menores debido al COVID son algo más comunes que la influenza podría ser cierto, pero hay demasiados padres que tampoco creen que la influenza sea un problema. Muchos de hecho no vacunan a sus hijos contra esa enfermedad”.
“Parte de la información es en realidad muy confusa”, siguió el experto, quien sostuvo que “varios países europeos no recomiendan la vacunación contra el COVID en los niños pequeños porque consideran que no corren un riesgo tan alto al enfermarse”. Carroll no está de acuerdo con esa decisión, porque, “aunque es poco frecuente, sí hay menores que mueren a causa de esta enfermedad (al igual que de la influenza)”.
Es más, para él, “hay otros resultados sobre el COVID que justifican la intervención, y ese es quizá un mejor argumento para la inmunización infantil”. Y señaló: “Los niños vacunados tienen menos probabilidades de enfermar, y si enferman, pueden tener menos probabilidades de enfermar de gravedad, desarrollar síndrome inflamatorio multisistémico o ser hospitalizados. También podrían tener menos probabilidades de verse afectados por el COVID persistente. Estas consecuencias son mucho más comunes en los niños que los fallecimientos”.
“La pandemia no terminó. Los casos siguen proliferando, demasiadas personas están muriendo y sectores extensos del mundo siguen sin vacunarse”, enfatizó el experto, y finalizó: “La ciencia y la salud pública no se deciden por votación. Sin embargo, requiere que la mayoría de la gente entienda y apoye un plan general para tener éxito”.
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