En los últimos doce años los científicos han publicado múltiples estudios que prueban el concepto de placebo honesto o de etiqueta abierta, en el que se informa a los pacientes por adelantado de que la píldora que están tomando no contiene ingredientes terapéuticamente activos.
Ese fue el caso de Betty Durkin, que vivió durante días en estado de dolor insoportable tras resbalarse en su casa. Ese día fatídico, detalla para una entrevista con The National Geographic, se lesionó la parte superior de la columna cervical, se le clavaron astillas en la cara y se magulló gravemente las muñecas y las rodillas.
Luego de recibir opiáceos las 24 horas del día, algo que realmente le preocupaba porque había visto cómo un amigo cercano se había hecho adicto a estos analgésicos tras dos estancias en el hospital, llegó la oportunidad de participar de este inusual ensayo clínica: probarían si su dolor mejoraba tras recibir una píldora de placebo con aceite de soja en lugar de un ingrediente medicinal.
En el caso de Durkin, no sólo se le dijo explícitamentecómo era el tratamiento, sino que en el frasco directamente se podía leer “placebo de etiqueta abierta”.
Basándose en todo lo que los científicos creyeron durante años -que la ocultación era clave para que los placebos fueran eficaces- estas píldoras no iban a reducir el dolor, la fatiga, las migrañas u otros síntomas de Durkin... Sin embargo, el resultado fue bien distinto.
Durante tres días, como parte del ensayo, Durkin olió especia de cardamomo antes de tomarse su cápsula de opioides. El objetivo era entrenar al cerebro para que asociara la experiencia de tomar el placebo con el alivio del dolor de los opioides. Al tercer día, se le dio el aroma y la cápsula, pero sin opiáceos. Se le dijo que podía pedir analgésicos cuando los necesitara, pero nunca lo hizo.
“No esperaba que funcionara. Sabía que era una píldora falsa, no algo activo”, dice Durkin. “Pero, de alguna manera, mi cerebro no notó la diferencia”.
De acuerdo con la recopilación de National Geographic, una revisión sistemática publicada el año pasado en Scientific Reports evaluó 13 estudios con casi 800 participantes y concluyó que los placebos abiertos presentan efectos positivos significativos. Los revisores advirtieron, sin embargo, que en las primeras etapas de la investigación en cualquier campo, es más probable que se publiquen estudios positivos que los que no apoyan la técnica. Aun así, el inesperado efecto tiene intrigados a muchos expertos médicos.
“Es una intervención paradójica”, dice Ted Kaptchuk, director del programa de estudios de placebo y encuentro terapéutico del Centro Médico Beth Israel Deaconess de Boston y pionero en esta investigación. A primera vista, no tiene sentido, dice, pero eso puede deberse a que los científicos no comprenden del todo el funcionamiento de los placebos.
Desde el siglo XIX, la palabra placebo se utiliza para referirse a un tratamiento falso, es decir, que no contiene ninguna sustancia física activa. Es posible que haya oído hablar de los placebos como “píldoras de azúcar”.
El uso de placebos en los ensayos clínicos despegó realmente en la década de 1960, después de que el Congreso aprobara una enmienda que autorizaba a la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos a exigir a las empresas farmacéuticas que demostraran que los nuevos medicamentos no sólo eran seguros, sino también eficaces. Los ensayos clínicos en los que se comparaba un medicamento con un placebo inofensivo se convirtieron en la forma aceptada de hacerlo, señalaron los científicos en el New England Journal of Medicine en el 50º aniversario de la enmienda.
En los ensayos clínicos tradicionales, nunca se informa a los participantes de si están recibiendo el fármaco o el placebo. Tampoco se informa a los científicos que evalúan los datos del ensayo, por lo que se supone que los resultados son más directamente comparables y tienen menos probabilidades de introducir sesgos.
Así, los placebos se han considerado durante mucho tiempo un componente necesario de los ensayos clínicos. Pero, advierte The National Geographic, mantener a los pacientes en la oscuridad molestó a Kaptchuk cuando realizaba ensayos clínicos estándar al principio de su carrera investigadora, y en 2010 decidió probar por primera vez el concepto de un placebo de etiqueta abierta. “Todos mis colegas dijeron que era un disparate. Pero fue un esfuerzo deliberado para sacar a los placebos de la sombra del engaño”.
Kaptchuk y sus colegas incluyeron a 80 personas con síndrome del intestino irritable en un ensayo clínico aleatorio; la mitad tomó dos cápsulas de placebo dos veces al día y los demás no recibieron ningún tratamiento. Los investigadores tuvieron cuidado de explicar al grupo del placebo que las cápsulas no contenían ningún medicamento. También les dijeron que los ensayos clínicos han demostrado que los placebos pueden inducir procesos de autocuración.
Al cabo de tres semanas, los investigadores evaluaron la gravedad de los síntomas. El equipo de Kaptchuk publicó un informe en el que se mostraba que el grupo de placebo mejoraba significativamente, un hallazgo que abrió la puerta a la investigación posterior.
Informar a los pacientes sobre los posibles beneficios de tomar un placebo es crucial en la investigación clínica abierta, dice León Morales-Queezada, médico del Hospital Spaulding de Boston que fue el investigador principal del estudio en el que participó Durkin. “Les dijimos a nuestros pacientes desde el principio: Vamos a darles un placebo, pero existe la posibilidad de que les ayude a controlar el dolor y a disminuir el consumo de opioides”, dice.
Al principio, la gente se sorprendía -y a menudo se mostraba escéptica-, dice Morales-Quezada. “No podían creer lo que estábamos proponiendo. Pero, al mismo tiempo, sentían curiosidad”.
Los placebos claramente etiquetados pueden funcionar de forma algo diferente a sus primos más tradicionales. Los expertos están comprendiendo mejor que, especialmente en el caso de los pacientes con dolor, el cerebro puede exacerbar el dolor y amplificar las sensaciones corporales que, de otro modo, debería ignorar. En algunas personas, el mensaje de ser instruido para tragar una píldora sin efectos fisiológicos podría interrumpir de alguna manera la señal de dolor del cerebro más que si se les dice que el placebo podría ser un medicamento, escribió Kaptchuk en el British Medical Journal en 2018.
“El placebo no tiene que ver con la píldora. Es el ritual de la píldora”, dice Kaptchuk. “No se trata de creer que se va a mejorar”, conjetura Kaptchuk. “En mi opinión, se trata de que el cuerpo sabe algo que no es consciente”.
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