¿Cómo recuerda y reconoce el sistema inmune del cuerpo humano a los invasores virales a los que se ha expuesto en el pasado? Un trío de estudios recientemente publicados sobre personas que habían tenido la enfermedad COVID-19 o que habían sido vacunadas o ambas cosas, están aportando nuevas pistas sobre los factores que influyen en la velocidad y la magnitud de la respuesta del sistema inmune después posterior infección con variantes diferentes del coronavirus.
Los nuevos conocimientos podrían ayudar a los investigadores a trabajar en la mejora de las vacunas. Un gran sueño es que se pueda producir una vacuna contra múltiples variantes que pueda proteger a las personas o incluso una vacuna pancoronaviral que pueda brindar protección contra variantes que aún no han aparecido.
Los tres estudios fueron publicados en la revista especializada Science Immunology. Fueron dirigidos por investigadores del Brigham and Women’s Hospital, la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, el Hospital General de Massachusetts y el Instituto Ragon del MGH, el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y Harvard. Los trabajos aportan respuestas intrigantes sobre la duración de la inmunidad contra el COVID-19 y la naturaleza de la memoria inmunitaria tras la infección, la vacunación o ambas.
“Si queremos pedirle más a nuestro sistema inmunitario, tenemos que saber de qué es capaz”, dijo Duane Wesemann, profesor asociado de inmunología del HMS e investigador de la División de Alergia e Inmunología Clínica del Brigham. Wesemann es uno de los autores principales de dos de los trabajos y coautor del tercero.
“Nuestros hallazgos sugieren que hay diferencias entre las personas: algunas personas tienen respuestas de anticuerpos relativamente más sostenidas con mayor amplitud que otras, y eso puede contribuir a una mayor protección contra futuras infecciones”, añadió. “Si podemos entender y aprovechar lo que da a algunas personas una ventaja inmunológica, es posible que podamos engañar al sistema inmune mediante estrategias mejoradas de vacunación para que dé un poco más”, sostuvo.
En uno de los estudios, Wesemann y sus colegas analizaron la inmunidad tras la infección con la cepa original del coronavirus, identificada por primera vez en Wuhan, China. El equipo evaluó 73 anticuerpos que son producidos en respuesta a la infección con la cepa ancestral para determinar cuáles (si es que había alguno) eran eficaces contra cinco variantes que emergieron como consecuencia de la evolución del virus: Alfa, Beta, Gamma, Delta y Ómicron.
Descubrieron que ciertos anticuerpos generados a partir de la infección con la cepa original podían neutralizar las variantes de interés. Esos resultados que confirman por qué las vacunas formuladas contra la cepa original pueden seguir proporcionando protección contra las variantes.
Utilizando sofisticadas técnicas de imagen, los investigadores pudieron rastrear cómo la estructura cambiante del virus se relaciona con el sistema inmune. Identificaron los sitios propensos a la mutación de la proteína viral que el patógeno utiliza para invadir las células humanas, y visualizaron cómo estos sitios interactúan con los sitios de los anticuerpos que neutralizan el virus y evitan que entre en las células.
En un segundo artículo, los investigadores examinaron la memoria inmunitaria, es decir, el proceso de convocar a las células de memoria para que entren en acción y luchen contra invasiones repetidas del mismo patógeno. El equipo analizó la respuesta del sistema inmune después de la infección, la vacunación y el refuerzo estudiando muestras de sangre de individuos con diferentes trayectorias médicas: los que se habían recuperado de la infección por el coronavirus pero no se habían vacunado, los que se habían recuperado de la infección y luego se habían vacunado contra el COVID-19, o los que nunca se habían infectado pero se habían vacunado y reforzado.
El equipo encontró pruebas de que las personas que habían sido infectadas y vacunadas, así como las que habían sido vacunadas y reforzadas, podían presentar una respuesta fuerte y amplia en todas las variantes, incluida Ómicron, que es la variante que predomina en el mundo desde diciembre pasado. Además, los investigadores descubrieron que la memoria de una infección previa con coronavirus del resfriado común -que son virus leves que circulaban antes del SARS-CoV-2- podría ser responsable de la respuesta inmunitaria robusta y sostenida en un pequeño subconjunto de individuos no vacunados que se recuperan del COVID-19. Estos individuos, conocidos como “sostenedores”, experimentan una rápida resolución de los síntomas de la COVID-19 y tienen una respuesta de anticuerpos prolongada y sostenida.
“Estamos muy entusiasmados con esta idea de que algunas personas mantienen sus anticuerpos y tienen células B de memoria que pueden reaccionar a través de las variantes, lo que plantea algunas posibilidades interesantes cuando pensamos en una vacuna contra el coronavirus”, señaló Wesemann.
En tanto, en un tercer estudio dirigido por el doctor Andrew Luster y el doctor James Moon, ambos del Centro de Inmunología y Enfermedades Inflamatorias y de la División de Reumatología, Alergia e Inmunología del MGH, los investigadores trataron de comprender mejor el papel de las células T CD4+ en la inmunidad contra el COVID-19. Identificaron directamente las células que reconocen el SARS-CoV-2.
Al analizar muestras de sangre de pacientes que se habían recuperado de la infección durante la primera oleada de la pandemia en Boston, descubrieron que ciertos subconjuntos de células T CD4+ -células T auxiliares foliculares (Tfh) circulantes y células T auxiliares-1 (Th1)- eran más comunes en los individuos que tenían una enfermedad más leve y no requerían hospitalización. Esta respuesta celular pareció persistir durante varios meses. Eso podría dar al sistema inmunitario una ventaja para la posterior exposición al coronavirus SARS-CoV-2, incluidas las variantes.
Además, las células T foliculares auxiliares específicas para el coronavirus resultaron ser más comunes en el mismo grupo de “sostenedores” de anticuerpos observados en el estudio de Wesemann. Ese resultado sugiere una relación entre estas células T y las respuestas de anticuerpos más prolongadas.
“Nuestro estudio demuestra que la calidad de la respuesta de las células T CD4+ al coronavirus SARS-CoV-2 fue mejor en los pacientes con infecciones menos graves, y que esto se reflejó en la presencia de anticuerpos sostenidos. Esto apoya la teoría inmunológica general de que las respuestas óptimas de los anticuerpos requieren una ayuda robusta de las células T CD4+ y que las vacunas deberían diseñarse para maximizar también las respuestas de este componente del sistema inmunitario adaptativo”, dijo Luster.
Wesemann, Luster, Moon y sus colaboradores siguen analizando muestras de personas infectadas o vacunadas contra el COVID-19 para identificar las características inmunológicas que pueden conferir la inmunidad más amplia posible contra los coronavirus y sus variantes.
SEGUIR LEYENDO: