La crisis mundial por la pandemia también alteró el sueño de muchas personas por las noches, y científicos y médicos han estado observando una amplia gama de formas en que se cambiaron los patrones de sueño. Pero un grupo de personas se ha visto especialmente afectado: los pacientes graves con el COVID-19 que han necesitado internación en las unidades de terapia intensiva de los hospitales. Mientras que luchan por sobrevivir, se encuentran en habitaciones que están iluminadas de manera artificial continuamente, y esa falta de oscuridad por la noche puede interferir en su recuperación.
Un grupo de investigadores en neurociencias y medicina del sueño de la Argentina, Canadá, Estados Unidos, India, y Noruega publicaron un artículo en la revista especializada Chronobiology International, publicada por la Sociedad Internacional de Cronobiología. Los expertos destacaron el efecto de la iluminación en los pacientes hospitalizados, un problema que ya se había detectado antes pero quedó más visible en el contexto de la pandemia.
Entre “los numerosos factores que pueden comprometer la calidad del tratamiento de los pacientes, incluidos los que padecen infecciones graves, uno de los menos señalados, pero potencialmente de considerable importancia, son las consecuencias negativas para la salud de la iluminación ambiental continua o irregular en las unidades de cuidados intensivos”, escribió el grupo de investigadores integrado por Diego Golombek, Ruth Rosenstein, Daniel Cardinali, y Gregory Brown, entre otros.
El problema surge porque “la iluminación, especialmente cuando es prolongada y no está sincronizada con los ritmos biológicos del paciente, puede retrasar o interferir en su recuperación. De hecho, la luz nocturna puede interferir en la recuperación del COVID-19″, advirtieron los investigadores. Señalaron que hay diferentes factores que subyacen a la desregulación del ritmo circadiano y a las alteraciones del sueño en las unidades de cuidados intensivos y que tienen varios efectos no solo sobre los pacientes internados sino también sobre el personal de la salud.
El ritmo circadiano es el ciclo de sueño-vigilia de 24 horas que forma parte del reloj interno del cuerpo. Funcionan en segundo plano para llevar a cabo funciones y procesos esenciales. Está sincronizado con un reloj maestro en el cerebro, que a su vez está directamente influenciado por las señales ambientales, especialmente la luz. Cuando está bien alineado, el ritmo circadiano puede promover un sueño constante y reparador. Pero cuando este ritmo circadiano se desvía, puede crear importantes problemas de sueño, como el insomnio.
Un ritmo circadiano óptimo es clave para todas las funciones reguladoras del organismo, y tiene profundas implicancias para el mantenimiento y el tratamiento de la salud. Por eso, si se alteran los ritmos circadianos naturales del organismo humano, se producen diferentes alteraciones que innumerables investigaciones científicas han identificado. Puede aumentar la producción de radicales libres en las células y se reduce la capacidad antioxidante total. Además, la duración del sueño y la respuesta del sistema inmune para contrarrestar una infección también puede verse afectada.
“Por el contrario -aclararon los científicos en el trabajo publicado-, la normalización del momento de la exposición a la luz aumenta las respuestas inmunológicas, potencia los efectos de los fármacos administrados por vía exógena, reduce los síntomas de la depresión y restablece en general la homeostasis”.
En diálogo con Infobae, el doctor Diego Golombek, investigador superior del Conicet en la Universidad de San Andrés y en la Universidad Nacional de Quilmes y el primer autor del trabajo, dijo: “Existen numerosos trabajos que demuestran la importancia de un adecuado ciclo de luz y oscuridad para mantener sincronizado al reloj biológico humano. Pero lo novedoso es que esta sincronización repercute en muchos ámbitos de la salud, no solo en el sueño, sino también en el metabolismo, el sistema inmune, el sistema cardiovascular y hasta el estado de ánimo”.
Entonces, si se tiene en cuenta el ámbito hospitalario, “existen numerosas situaciones en las que se ve comprometido el ciclo circadiano de profesionales y los pacientes: las guardias y los turnos de trabajo, la prescripción de fármacos sin tener en cuenta el momento del día en que son más efectivos y, sobre todo, la situación de terapia intensiva, donde prácticamente no se apagan del todo las luces por la noche. Allí no hay luz natural durante el día, y hay un exceso de estimulación sonora”, dijo Golombek.
Por lo cual, el trabajo de los investigadores es un llamado de atención a las autoridades sanitarias del mundo y a los directivos y a los profesionales de la salud de los hospitales. “Hay bastante evidencia de que si lográramos respetar más el sueño y la sincronización de los pacientes internados podríamos optimizar los tratamientos, incluso acelerando el alta en algunos casos. Por eso, proponemos una discusión de la situación cronobiológica en esas salas, incluyendo la saturación que representó el momento más álgido de la pandemia por el coronavirus. Consideramos que con una mejora de las condiciones de luz y oscuridad, entre otras, podemos mejorar la calidad de vida de los pacientes”, remarcó Golombek.
La falta de sueño es una de las quejas más comunes por parte de los pacientes de la unidad de terapia intensiva. Como muchos hospitales están iluminados artificialmente las 24 horas del día, los pacientes pueden estar desconectados del tiempo solar. “Con la contaminación lumínica y acústica durante todo el día, las actividades en la unidad de cuidados intensivos a menudo se llevan a cabo en momentos inadecuados para una salud óptima”, resaltaron en el artículo.
Los científicos dieron cuatro recomendaciones generales en Chronobiology International. Las condiciones de iluminación deberían estar centradas en el paciente porque ayudarían a aumentar tanto la calidad como la cantidad de sueño del ciclo luz/oscuridad. En el caso de los pacientes cuyos ciclos de sueño se han visto alterados, deberían acceder a un protocolo que incluya una terapia farmacológica estratégicamente cronometrada. Los niveles de ruido, especialmente durante las horas normales de sueño, deberían mantenerse al mínimo; y otras actividades de sincronización circadiana como la administración de fármacos, las horas de comida, las visitas familiares o las consultas médicas deberían programarse para que se produzcan en los momentos más adecuados.
“A través de nuestro artículo, hicimos un llamado a la medicina en general, y a los intensivistas en particular, para que se considere más el sueño, la luz y la cronobiología como algo integral a los tratamientos”, dijo Golombek.
Consultada por Infobae, la médica Elisa Estenssoro, que integra el comité ejecutivo de la Federación Mundial de Sociedades de Terapia Intensiva, comentó tras leer el artículo. “Desde hace años se sabe que los ciclos de sueño y vigilia se encuentran alterados en los pacientes la unidad de terapia intensiva. El ambiente ruidoso, la actividad constante, la luz permanente, junto con la utilización de drogas sedantes y analgésicas perturban profundamente el sueño de los pacientes, y contribuyen a la agitación y al delirium”.
La regulación de la luz artificial es un enfoque para reducir el problema de la alteración del sueño “y siempre se trata de tenerlo en cuenta”, sostuvo la doctora Estenssoro.
Otra medida es la utilización de drogas que podrían mejorar la calidad del sueño, como la melatonina, en pacientes que no estén profundamente sedados. “El COVID-19 ha dado mayor visibilidad al problema de la alteración del sueño en los pacientes. A veces por la gravedad de los pacientes, la cuestión de los factores ambientales que pueden afectar el sueño no pueden solucionarse inmediatamente”, opinó Estenssoro.
SEGUIR LEYENDO: