Aunque la mayoría de las personas con COVID-19 mejoran en pocas semanas, algunas continúan experimentando síntomas que pueden durar meses después de haber sido infectadas por primera vez, o pueden tener síntomas nuevos o recurrentes en un momento posterior. Esto puede sucederle a cualquier persona que haya tenido COVID-19, incluso si la enfermedad inicial fue leve. Esas personas padecen COVID prolongado o post COVID y puede generar discapacidad, una consecuencia que aún no ha recibido una atención profunda desde la salud pública a nivel mundial.
Otras enfermedades infecciosas que han causado epidemias o pandemias, como la gripe, la poliomielitis o la fiebre del Ébola, también han dejado secuelas en los afectados, y hay expertos que consideran que se debería aprender de las lecciones que dejaron esas emergencias de salud pública del pasado.
“En general, las secuelas físicas de las infecciones se hacen visibles a la sociedad. Por lo cual es tomado como problema de salud pública. El impacto en la salud mental pasa más desapercibido, casi al punto de ser invisibilizados. Todavía no están claras las secuelas a largo plazo del virus, pero claramente estos años de la pandemia han generado muchos problemas de salud mental, que repercutirán en el mediano y largo plazo. Hay que preparar los sistemas de salud para los años posteriores a la pandemia por el coronavirus”, dijo a Infobae Ariel Goldman, presidente de la Asociación de Economía de la Salud Argentina.
“La historia reciente nos muestra que muchas enfermedades, especialmente las virales, pueden dejar secuelas a largo plazo muy discapacitantes y lo peor es que los médicos estamos muy entrenados para tratar las emergencias o las enfermedades agudas y menos capacitados para lidiar con “el día despues” de los daños que pueden dejar las enfermedades crónicas”, advirtió el médico cardiólogo Mario Boskis, de la Sociedad Argentina de Cardiología.
En diálogo con Infobae, el experto agregó: “Muchos recuperados del COVID-19 nos consultan por sÍntomas persistentes, como fatiga, falta de aire, dolores articulares o trastornos cognitivos. El discurso más frecuente es que sienten que no son la misma persona que eran antes de la infección. El desafío ahora es encontrar una relación causal entre el virus y los síntomas. Su ausencia en los tests disgnósticos nos lleva a pensar en una reacción inflamatoria, desencadenada por el virus que persiste por meses”.
Hay muchos estudios en marcha en búsqueda de las causas del síndrome post COVID, “pero mientras tanto es importante escuchar al paciente que sufre, descartar diagnósticos diferenciales y ofrecer el mejor tratamiento posible”, sostuvo Boskis. “Las autoridades de salud en nuestro país deben empezar a reconocer este problema. Muchos pacientes no se curan a la semana. Esperemos que la historia de ignorar secuelas de las epidemias y las pandemias del pasado no se repita, por el bien de todos”, opinó.
Un antecedente fue la pandemia de la gripe de 1918. Tras afectar a diferentes regiones del mundo, los científicos comprendieron que esa gripe tenía efectos neurológicos, entre otras secuelas. La más notoria y debatida es la encefalitis letárgica (EL) o “enfermedad del sueño”. El 80% de los supervivientes de esa encefalitis acabaron desarrollando una enfermedad similar al Parkinson.
Según el biólogo celular Richard Smeyne, del Jefferson Hospital for Neuroscience de Filadelfia, Pensilvania, nunca se ha demostrado que la gripe causara tanto la encefalitis letárgica como un cuadro similar al Parkinson directamente. Sin embargo, los argumentos estadísticos parecen sólidos.
Hubo después otras dos pandemias de gripe en 1957 y 1968 y también se produjeron aumentos en los casos de encefalitis (inflamación cerebral), entre otras afecciones, aunque fueron menos pronunciados que en la pandemia de 1918. Aún no se logró demostrar una relación causal clara con una infección de gripe anterior, pero desde entonces se ha establecido que el virus de la gripe puede infectar el cerebro y desencadenar una inflamación en diferentes partes del cuerpo.
Hay otras enfermedades antiguas, como el sarampión (que ha producido un brote en Brasil el año pasado) y la hepatitis, que también generan secuelas, como el trastorno neurológico progresivo panencefalitis esclerosante subaguda y la enfermedad hepática crónica, respectivamente.
En el caso de la fiebre por el virus del Ébola, hubo brote en África Occidental en 2014. Se describió después un síndrome post Ébola que afecta al corazón, el cerebro, los ojos y las articulaciones. Todavía no está claro cómo el virus provoca síntomas en tantos órganos. El estudio del problema se complica por el hecho de que, debido a que la enfermedad es tan mortal -mata a alrededor de la mitad de las personas que infecta-, los supervivientes sufren un importante estigma social.
Jeanne Billioux, médico especialista en enfermedades infecciosas del Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos y Accidentes Cerebrovasculares de Estados Unidos en Rockville (Maryland), lleva siguiendo a los sobreviviente del Ébola en Liberia desde 2015. Muchos de ellos fueron expulsados de sus aldeas “Están mejorando con el tiempo, pero una proporción significativa sigue siendo sintomática”, afirmó Billioux en diálogo con la revista Nature.
Antes de que se aprobara la vacuna contra la poliomielitis del virólogo Jonas Salk en 1955, las epidemias de poliomielitis impactaron también en diferentes regiones del mundo. Si bien la vacuna ayudó a controlar la enfermedad, décadas más tarde una parte de los sobreviviente de aquellas epidemias recayó: las estimaciones varían entre el 20% y el 85% y su estado no suscitó el mismo nivel de preocupación que la infección en su etapa aguda.
El antropólogo e historiador médico Joseph Kaufert, de la Universidad de Manitoba en Winnipeg, Canadá, entrevistó a personas con síndrome postpolio en los años 80 y 907. “Cuando estaba en la silla de ruedas era sólo cuestión de intentar respirar”, le dijo un hombre. “Eso era un día de trabajo”.
Para Kaufert, la invisibilidad de estas personas se debe en gran medida a un fallo de la memoria colectiva. En las últimas décadas, los médicos que atendieron las epidemias de la poliomielitis se han jubilado y los más jóvenes ya no estaban interesados en una enfermedad que consideran del pasado.
En los años 80, el investigador médico Albert Sabin, que desarrolló la vacuna contra la polio que sustituyó a la de Salk, llamó la atención sobre el síndrome postpolio, y la organización sin fines de lucro March of Dimes se hizo cargo de la causa. La solución consistiría en mezclar y combinar terapias para adaptarlas a cada individuo.
En el pasado, la conciencia de la discapacidad que el contagio trae consigo se ha traducido en un cambio significativo. En Estados Unidos, por ejemplo, los supervivientes de la poliomielitis Judith Heumann y Ed Roberts se convirtieron en líderes del movimiento por los derechos de los discapacitados. Influyeron en la aprobación de leyes destinadas a mejorar la vida de todas las personas con discapacidad, como la Ley de Rehabilitación de 1973 y la Ley de Estadounidenses con Discapacidades de 1990.
“El síndrome post polio se refiere a la fatiga muscular y la debilidad que se desarrolla luego de haber tenido poliomielitis. En la Argentina surgió recientemente un activismo en redes sociales para tratar de que se reconozca a este conjunto de síntomas como una enfermedad y de esta forma lograr coberturas en salud y tratamientos médicos”, contó a Infobae la doctora Karina Ramacciotti, doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires e investigadora principal del Conicet en la Universidad Nacional de Quilmes.
“Las personas afectadas por poliomielitis sufren las complicaciones del diagnóstico tardío y la insuficiencia de respuestas adecuadas y oportunas por parte del sistema sanitario y por parte de la inexistencia de programas de salud específicos. Las redes sociales se han convertido para estas personas en medios para denunciar su condición y por medio de lemas como ”¡Aún estamos vivos!” intentan mantener vivo el recuerdo de esta enfermedad olvidada”, agregó la investigadora.
“El COVID-19 y las secuelas que deja han puesto a la luz las consecuencias que generan a largo plazo algunas infecciones y la imperiosa necesidad de lograr respuestas desde tratamientos médicos y de rehabilitación y desde políticas públicas”, afirmó Ramacciotti.
Desde que se reconocieron los efectos persistentes de la COVID-19 a los 6 meses de la pandemia, se han notificado hasta 200 síntomas en 10 sistemas de órganos, incluidos la piel, el cerebro, el corazón y el intestino. El núcleo recurrente de estos comprende la pérdida de movilidad, las anomalías pulmonares, la fatiga y los problemas cognitivos y de salud mental.
Pero está claro que el COVID largo es un término que engloba varios síndromes postvirales. En consecuencia, no existe una prueba sencilla para detectarla. El diagnóstico se basa en los síntomas clínicos, la infección anterior por COVID-19 y la falta de una causa alternativa evidente.
En mayo de 2021, los economistas de la salud de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres estimaron que la discapacidad inducida por el COVID podría representar aproximadamente el 30% de la carga sanitaria global de la pandemia. Se trataba de un primer intento de cuantificación, necesariamente limitado. Por ejemplo, excluía las enfermedades mentales.
Estimaciones más recientes, realizadas a la luz de los conocimientos acumulados, aunque todavía parciales, sobre la carga del PostCovid, indican que es probable que la discapacidad represente la mayor parte de la carga de la COVID-19, y que podría afectar desproporcionadamente a las mujeres, especialmente a las que se infectaron jóvenes. Aún se sabe muy poco sobre los efectos a largo plazo de COVID-19 en los niños. Las cifras se irán afinando a medida que pase el tiempo y se obtengan datos de los estudios en curso.
“Ya hay evidencia de que el COVID-19 puede dejar secuelas y discapacidad en algunos pacientes. Consideramos que hay que enfocar el problema incluso antes de que termine la pandemia por el coronavirus. Es importante hacer un seguimiento de los pacientes y se plantean derivaciones si se diagnostica algún problema”, afirmó Enio García, jefe de Asesores del Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires, Argentina.
En esa jurisdicción, se crearon 44 consultorios Post-Covid y 36 unidades clínicas multidisciplinares COVID en hospitales. También se publicó una “Guía de Práctica Clínica” en consenso con la Sociedad Argentina de Medicina (SAM), Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI), Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA) y la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA) para atender las secuelas del post COVID.
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