Uno de cada cinco adultos jóvenes que reciben tratamiento por consumo de alcohol o drogas puede tener rasgos no diagnosticados característicos del trastorno del espectro autista, informan investigadores del Hospital General de Massachusetts (MGH, por sus siglas en inglés).
Los especialistas descubrieron que entre los pacientes con una edad promedio de 18,7 años que recibían tratamiento en una clínica ambulatoria de trastornos por abuso de sustancias, el 20% tenía puntajes elevados en la Escala de Respuesta Social (SRS-2), una medida informada por padres o maestros que ha demostrado identificar la presencia y severidad del deterioro social, y para distinguir el autismo de otros trastornos.
El estudio, cuyos resultados se publicaron en The American Journal on Addictions, es “el primero en observar la prevalencia de rasgos autistas no diagnosticados previamente entre adolescentes y adultos jóvenes con trastornos por uso de sustancias”, dijo el autor principal, James McKowen, del Servicio de Manejo de Recuperación de Adicciones en el MGH y la Escuela de Medicina de Harvard.
Y añadió: “Por lo general, los estudios del trastorno por uso de sustancias en el autismo se realizan en personas que ya tienen un diagnóstico de autismo. Hemos visto esta pregunta desde el otro lado, preguntando cuántas personas con trastorno por uso de sustancias tienen autismo”.
Los investigadores pidieron a los padres de 69 jóvenes que acudían por primera vez a una clínica psiquiátrica especializada en trastornos por consumo de sustancias para pacientes ambulatorios que rellenaran el formulario SRS-2. El formulario está diseñado para medir la conciencia social de un individuo, la cognición social (pensamientos e interacciones con otras personas), comunicación social, motivación social e intereses restringidos y comportamientos repetitivos.
Así fue que descubrieron que aunque había pocas diferencias entre aquellos con puntajes elevados de rasgos autistas y aquellos con puntajes más bajos, no autistas en términos de factores demográficos o psiquiátricos, los adolescentes con puntajes más altos en SRS-2 tenían una probabilidad casi ocho veces mayor de uso de estimulantes y un riesgo cinco veces mayor de trastorno por uso de opioides.
“Los hallazgos resaltan la importancia de evaluar a los pacientes en un entorno de tratamiento de trastornos por uso de sustancias para los rasgos autistas”, escribieron los investigadores. “Para los médicos, el punto principal de este estudio es que debemos mejorar en la detección y, ciertamente, en la capacitación en presencia de un trastorno del espectro autista, porque muchos médicos tratan el trastorno por uso de sustancias pero no tienen una capacitación especializada en desarrollo, particularmente para problemas relacionados con el autismo”, aseveró McKowen.
“Para los padres, la gran conclusión es que si sospechan que su hijo puede tener un problema del espectro autista o si el personal de la escuela ha sugerido que su hijo puede tener rasgos autistas, sin duda deben evaluarlo e informar a sus médicos si su hijo ha tenido un diagnóstico previo de TEA”, subrayó.
Los investigadores están desarrollando un protocolo de terapia clínica gratuito que puede ayudar a los médicos a abordar mejor los problemas de los rasgos autistas en pacientes con trastornos por uso de sustancias.
El TEA se define como la dificultad persistente en el desarrollo del proceso de socialización -interacción social y comunicación social-, junto con un patrón restringido de conductas e intereses, dentro de lo cual se incluyen restricciones sensoriales (Manual de enfermedades mentales DSM-V, 2014). Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se estima que 1 de cada 160 niños padece un trastorno del espectro del autismo, es decir, aproximadamente el 1% de la población.
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