La veloz carrera contagiadora -hasta ahora de casos leves- que ha impulsado la nueva variante Ómicron en las vísperas del año nuevo en todo el globo puede resumirse con una imagen muy elocuente que ocurre por estas horas en las elegantes calles de Miami, Florida. Allí instalaron una carpa “Tropical Park” que permanece rodeada de largas filas de autos cuyos ocupantes solicitan anticuerpos monoclonales: no solo para tratar familias con casos positivos sino también para personas asintomáticas que ante la suba de casos quieren tener el tratamiento a mano.
Hoy se sabe que Ómicron se multiplica 70 veces mas rápido en nariz, garganta y vías aéreas superiores, y se une menos a las células del pulmón; esto podría explicar los casos más leves hasta ahora, a pesar de que la persona tenga dos o tres dosis de vacunas contra el COVID, disparó Oscar Cingolani a Infobae vía zoom desde la ciudad de Maryland, Baltimore, Estados Unidos. Con su acostumbrada precisión de médico cardiólogo e investigador de la Universidad Johns Hopkins.
Las tres incógnitas que las variantes Ómicron y Delta plantean a la ciencia: contagio, gravedad y protección obligaron a que los distintos países deban revisar su cantidad de no vacunados, y necesiten acelerar las terceras dosis. Al respecto Cingolani destacó, “los primeros experimentos de laboratorio sugieren que el régimen estándar de dos dosis aún brinda protección contra la enfermedad grave de la nueva variante. Mientras las noticias alrededor del nuevo coronavirus se suceden sin cesar: la supervacuna contra el COVID-19 ya comienza su ensayo clínico de Fase II; y la píldora antiviral oral de Pfizer (Paxlovid) se aprobó ayer ante la reguladora FDA.
—Doctor Cingolani, la variante Ómicron evidenció más transmisibilidad entre los contagiados, y menos letalidad. Pero a la vez le exigió a los Gobiernos del mundo evaluar nuevas estrategias sanitarias: acelerar las terceras dosis y evaluar cierres y aperturas… ¿Cuál es su mirada sobre el impacto de Ómicron a esta altura de la pandemia?
— Oscar Cingolani: Lo que ha ocurrido con Ómicron es que durante estos dos años de pandemia se han abocado muchísimos recursos científicos a investigar el virus; mientras éste aprovecha cada espacio vacío y muta. Por un lado, esto es muy bueno porque se ha aprendido mucho sobre el virus y sus variantes; pero por el otro, cada vez que se hace un descubrimiento en el laboratorio se tiende a alarmar a la población, a veces subestimando e ignorando el efecto que el agotamiento y el alarmismo persistente a través del tiempo causa en la gente.
Nunca en la salud pública ha sido tan importante comunicar adecuadamente, sin causar pánico y con suma paciencia, para no crear una reacción paradojal que termine en negacionismo. El alarmismo persistente lleva a una dicotomía dura: contagio masivo vs. no contagio; vacuna eficaz vs. vacuna ineficaz, y otros. La verdad es que existen los grises, y nada es extremo.
Yendo específicamente a Ómicron, se detectaron en Sudáfrica un aumento de casos en un país con una población muy poco vacunada, menos del 30% de la población con vacuna completa, y un 80% de población ya infectada con variantes anteriores. Entonces se logró detectar rápidamente una variante con muchas mutaciones, se secuenció y se vio que tenía 50 mutaciones, 30 de ellas en la proteína S; y muchas otras que no se conocían. Entonces, Sudáfrica al tener gran parte de su población con respuesta inmune contra otras variantes, el hecho de que se observan hasta ahora muy pocas internaciones con casos graves, es algo positivo, pero que hay que examinarlo en ese contexto.
— ¿Qué pasa con el efecto de las vacunas disponibles contra el COVID-19 y Ómicron y cómo analiza esta especie de pandemia de los no vacunados?
— Los que están vacunados y no tienen comorbilidades, si se contagian con Ómicron en general cursan una enfermedad leve. Ahora, desde el punto de vista sanitario: la infección por Ómicron es entre 5-7 veces más transmisible que Delta y la replicación se da en vías aéreas superiores, nariz y garganta pero no en pulmón. El contagio es mayor y el período de incubación es menor. Desde el punto de vista de la salud pública hay que estar atentos porque podría afectar a gran cantidad de gente - personas con comorbilidades, o no vacunados- que terminen en el hospital y hagan colapsar los sistemas sanitarios.
— Ese es un gran problema para muchos países Al haber menos gente vacunada hay mayor transmisibilidad viral con mayor carga viral. Y el virus permanece mayor tiempo en el huésped. Y todos esos factores hacen que el virus tenga mutaciones.
Al principio de la pandemia con dos dosis -lo que llamábamos vacunación completa- era suficiente no sólo para prevenir enfermedad severa sino para prevenir transmisión. Con la variante Delta ya perdimos la posibilidad de frenar la transmisión porque vimos que aquellos vacunados con dos dosis de Pfizer o Moderna, que eran las utilizadas en Estados Unidos, y también con AstraZeneca, seguían contagiando el virus pero protegían contra la enfermedad severa.
Y ahora estamos ante una nueva variante Ómicron y nuevos casos en los cuales vemos que dos dosis no son suficientes y tenemos que requerir una tercera dosis para frenar el contagio y la infección. Estamos viendo la necesidad de administrar una tercera dosis, sabemos que aumenta más de 20 veces la cantidad de anticuerpos, y aparte produce un reformato en la inmunidad celular, con lo cual esa inmunidad de memoria (la T), se hace más efectiva y rápida. Más potente. Así que la tercera dosis es hoy lo que consideramos como standard, el nuevo standard.
— ¿Usted cree que alguna de las vacunas contra el COVID-19 van a quedar en el camino y en un futuro queden las sintéticas que pueden actualizar más rápidamente las fórmulas para que sirvan contra las nuevas variantes?
— Hasta hoy, todas las vacunas parecen ser efectivas contra el nuevo coronavirus. Algunas son más eficaces que otras pero todas siguen siendo eficaces en cierta medida, sobre todo si hablamos de prevenir enfermedad severa. Y sabemos que combinar distintas plataformas produce una inmunidad mejor. Así que yo no creo que vayan a quedar vacunas sin usar. Lo que sí sabemos es que las vacunas de ARN mensajero son más fáciles de adaptar ante una nueva variante: en días y/o semanas se puede enviar el nuevo código digitalizado y sintetizarlas; y no requieren de cultivos virales, que es un procedimiento más lento.
En los últimos días, hubo también una gran noticia de una vacuna proteica (Novavax, también de rápida sintetización) arrojó resultados tan prometedores como las de ARNm. Si de acá a un año necesitamos hacer otro booster anual va a ser mucho más rápido sacar una vacuna de ARN mensajero o proteica con nuevas variantes que una adenoviral o de virus inactivado. Esa es la ventaja. Pero más allá de las diferencias entre vacunas, hoy por hoy cualquiera de las vacunas existentes administrada en forma completa es mejor que NO estar vacunado.
— Sobre los grupos antivacunas, escasos en la Argentina y fortalecidos en Europa y Estados Unidos, ¿Qué racionalidad usted le encuentra a estos grupos en plena pandemia, cuya solución (que actualmente es la vacuna) está disponible? ¿Cómo se construye más confianza alrededor de las vacunas?
— Es muy complejo. Hay dos grupos que hay que diferenciar en este tema: hay algunos pacientes con los cuales yo hablo a diario que cuando los veo invierto mucho tiempo en tratar de convencerlos. Son aquellos que nunca recibieron una vacuna y que nunca creyeron en la vacunación y prefieren no vacunarse por miedo a recibir sustancias exógenas a su cuerpo. Esos paradójicamente no son tan difíciles de convencer ante la magnitud de la pandemia, después de sentarse y poder explicarles bien las ventajas y brindarles seguridad.
El otro grupo son los antivacunas del momento que ven a esta pandemia como una fabricación política y comercial, que creen que todo es una gran mentira y que vacunarse y no vacunarse es lo mismo, e inclusive hacen propaganda en contra de la vacunación y son negadores de la existencia del virus. Con ellos no hay manera de dialogar. Su problema va más allá de la vacunación, es un problema socio-político, un problema de frustración con los políticos, con lo que les ha tocado vivir en la vida, con malas experiencias y que ven esto como una oportunidad de las grandes empresas de hacer negocios.
— La avenida de los tratamientos contra el COVID tomó impulso sobre todo estas últimas semanas: anticuerpos monoclonales, antivirales en pastillas se presentan para ampliar la prevención, el acceso y pensar en bajar los costos. ¿Cómo analiza la ruta de éstos tratamientos?
— Los tratamientos siguen en pie y van a seguir mejorando. En Hopkins estamos usando anticuerpos monoclonales anti-proteína S en todos los pacientes que se infectan y tienen alto riesgo, inclusive si tienen síntomas mínimos. Se les infunde el tratamiento y con eso se ha logrado bajar la hospitalización y la mortalidad muchísimo. Ahora, con la nueva variante Ómicron dudamos si esos anticuerpos monoclonales van a seguir siendo tan eficaces como con la variante Delta. Sí sabemos que uno de ellos (Sotrovimab, descubierto hace dos décadas contra el SARS original) sigue siendo altamente eficaz.
Los que siguen siendo eficaces son esas pastillas orales antivirales, las cuales hay un par en el mercado y Paxlovid (del Laboratorio Pfizer) fue aprobada ayer por la reguladora FDA y ha disminuido 80% el riesgo de hospitalización y muerte precozmente.
Existe un antidepresivo (Fluvoxamina) que recientemente ha demostrado en un par de estudios randomizados, efectos muy prometedores. El problema que tenemos es que necesitamos una masa crítica de esas drogas para que lleguen a los pacientes, un volumen gigante, muy difícil de escalar ante una variante que se propaga con mucha rapidez. Tienen que ser accesibles en precio y disponibilidad. Hay antivirales incluso que han vuelto a dar resultados positivos, dados muy tempranamente, como es el caso del Remdesivir, en pacientes inmunosuprimidos.
— ¿A pesar de que la palabra incertidumbre quedó tan arraigada en esta pandemia, qué certezas científicas dejó esta peste por SARS-CoV-2?
— Hay varias certezas. Una de las certezas es la estrecha comunicación que se ha logrado entre los profesionales de distintos países, la cual no era tan fluida en el pasado. Esto permite seguir creyendo en la ciencia porque hay gente que realmente hace esto con una honestidad muy buena. Otra certeza es que hasta ahora sí uno ve lo que ocurrió dos años atrás: la proporción de casos puede subir, bajar, pero lo que sigue bajando es la proporción de muertes y casos graves. .
Ante una variante que se contagia más, aunque provoque una enfermedad más leve, el impacto absoluto puede llegar a ser importante, sobre todo en la población que no está vacunada. Esto podría llegar a verse reflejado en un aumento en la ocupación de camas, que es lo que al final queremos evitar.
— Cómo proyecta si tuviera que diseñar el calendario de vacunación contra el COVID-19 2022/2023, ¿Estará basado en la vacunación heteróloga?
— Creo que va a ser posiblemente heteróloga porque va a ser mucho más fácil sobre todo para aquellos países que tienen escasez de vacunas o han comprado stocks de distintas vacunas. Sabemos que la combinación heteróloga es buena, tan buena o incluso mejor. Lo que yo visualizo es que posiblemente no se requiera un booster cada seis meses. Claro que eso va a estar determinado por posibles nuevas variantes. Es muy posible que después de la tercera dosis el intervalo para la cuarta, si se necesita una cuarta, sea mayor.
Lo que sí veo en el futuro, será 2022 o 2023, es una vacuna anual combinada o administrada en forma conjunta con la antigripal que cubrirá las posibles variantes de coronavirus junto con la influenza, que hasta ahora son los virus que en los últimos años han probado realmente enfermar y que muera mucha gente.
No será la primera ni va a ser la última pandemia que vamos a tener que enfrentar. Así que espero que podamos aprender de esto para trabajar más unidos.
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