Que el cuadro que desencadena la infección por SARS-CoV-2 afecta a todo el organismo no es novedad. La “tormenta de citoquinas” suele producir un daño que se dirige a lo que se conocen como “órganos diana”, que en el caso del COVID son los pulmones y el riñón preferentemente, así como daños en el sistema vascular, que pueden llevar a que el paciente tenga una serie de complicaciones.
Puntualmente respecto a los riñones, investigadores del Johns Hopkins University School of Medicine, en Estados Unidos, hallaron biomarcadores urinarios que predicen la lesión renal grave en pacientes hospitalizados con COVID-19.
Según hicieron saber en las conclusiones de su trabajo publicado en el American Journal of Kidney Diseases (AJKD), concretamente comprobaron que los niveles dos veces más altos de la lipocalina asociada a la gelatinasa de neutrófilos, la proteína quimioatrayente de monocitos y la molécula de lesión renal-1 se asociaron con un mayor riesgo de lesión renal aguda grave o muerte en pacientes hospitalizados con COVID-19.
La lesión renal aguda (LRA) es una complicación grave en los pacientes hospitalizados por COVID-19, y ahora los plantearon la hipótesis de que los biomarcadores medidos en la orina que son más específicos para la lesión renal y la inflamación que la creatinina sérica pueden contribuir a la comprensión de la lesión renal en el contexto de la COVID-19.
Descubrieron que ciertos biomarcadores, como el factor de crecimiento epidérmico y la molécula de lesión renal-1, entre otros, se asociaban con la LRA en estadio 3, la diálisis y la muerte hasta los 60 días en pacientes hospitalizados por COVID-19.
Los resultados de este estudio sugieren que estos biomarcadores estudiados pueden ayudar a identificar a los pacientes con un riesgo especialmente alto de sufrir resultados renales adversos.
Otro estudio reciente, el mayor realizado hasta el momento sobre los riñones de pacientes que sobrevivieron a la infección aguda con el coronavirus en los Estados Unidos, ya había mostrado que después de que los pacientes se recuperan de la infección inicial, los problemas renales pueden durar meses. Además, en algunos pacientes las secuelas pueden originar una reducción significativa de la función renal.
Este trabajo anterior fue publicado en la revista Journal of the American Society of Nephrology, y sus autores observaron que cuanto más enfermos habían estado los pacientes al principio de la infección, más probable era que sufrieran un daño renal prolongado. Incluso se encontró que las personas que contraen el virus pero presentan una infección menos grave podrían ser vulnerables al problema de daño en los riñones.
Consultado por Infobae en esa oportunidad, el presidente de la Sociedad Argentina de Nefrología, Guillermo Rosa Diez, explicó que estos estudios “vuelven a remarcar que las infecciones y no sólo el COVID-19 pueden afectar la función renal”. “También hay trabajos sobre las secuelas del virus de la gripe”, destacó el especialista, quien recomendó a la población que tuvo COVID-19 que consulte con su médico de cabecera luego de recibir el alta epidemiológica para que éste realice un correcto seguimiento del estado de salud general e indique las evaluaciones correspondientes.
Dentro del cuerpo humano, los riñones cumplen la función de eliminar las toxinas y el exceso de líquido de la sangre, ayudan a mantener una presión arterial saludable y regulan el equilibrio de electrolitos y de otras sustancias importantes. Cuando los riñones no funcionan bien, los líquidos se acumulan y provocan inflamación, presión sanguínea alta, debilidad en los huesos y otros problemas. Tiene impacto en otros órganos: el corazón, los pulmones, el sistema nervioso central y el sistema inmunitario pueden sufrir un deterioro. En la etapa terminal de la insuficiencia renal, quizás se necesite la diálisis o un trasplante de riñón. Incluso en algunas personas es una enfermedad que puede provocar la muerte.
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