El Premio Nobel de Física, otorgado hoy por la Academia Sueca de Ciencias, tiene entre sus protagonistas al físico italiano Giorgio Parisi, de 73 años, quien llevó adelante uno de los más destacados trabajos de su carrera junto al argentino Miguel Ángel Virasoro, entre cuyas investigaciones de relevancia internacional se cuenta la teoría de cuerdas y de los vidrios de espín, esta última junto al hoy galardonado con el máximo premio de la ciencia.
Parisi, nacido en Roma en 1948, es un físico reconocido internacionalmente. Estudió en la Universidad de Roma La Sapienza y se desempeñó como profesor allí y también en la Universidad de Roma Tor Vergata Ver. Pertenece a la Academia de Ciencias de Francia, la Academia Nacional de los Linces (Italia) y desde 2003 fue incorporado a la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. En esta coincidió como miembro con Virasoro. Luego, en 2009, el italiano fue sumado a la Academia Europea de Ciencias.
En una de sus más destacadas investigaciones descubrió la ultramétrica, organización de los estados de baja temperatura del vidrio de espín en dimensiones infinitas, junto a Virasoro y el francés Marc Mezard.
El Premio Nobel de Física otorgado hoy fue dividido en dos. Por una parte, el meteorólogo japonés Syukuro Manabe y el oceanógrafo alemán Klaus Hasselmann, que fueron galardonados “por la modelización física del clima de la Tierra, la cuantificación de la variabilidad y la predicción fiable del calentamiento global”.
A su vez, Parisi ganó la otra mitad “por el descubrimiento de la interacción del desorden y las fluctuaciones en los sistemas físicos desde la escala atómica hasta la planetaria”.
En la década de 1980, Parisi descubrió patrones ocultos en materiales complejos desordenados. Sus hallazgos son una de las contribuciones más importantes a la teoría de los sistemas complejos. Permiten entender y describir muchos materiales y fenómenos complejos diferentes y aparentemente totalmente aleatorios, no sólo en física sino también en otros ámbitos muy diferentes, como la matemática, la biología, la neurociencia y el aprendizaje automático.
Parisi y Virasoro entrelazaron sus carreras en la década de 1980 en el trabajo sobre vidrios de espín cuando el argentino vivía en Europa. Ese estudio se refiere a una fase de ciertos materiales magnéticos en la que los espines individuales están “congelados” en un estado desordenado más energético que el fundamental, pero no pueden volver a éste porque sería necesaria una reordenación de todo el material.
Virasoro, que había nacido en Buenos Aires el 9 de mayo de 1940 y falleció el pasado 23 de julio, era hijo del renombrado filósofo Miguel Ángel Virasoro. Había estudiado en el Colegio Nacional de Buenos Aires y en 1958 ingresó en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. Cuando estaba finalizando su tesis llegó la dictadura de Juan Carlos Onganía y con ella la llamada Noche de los Bastones Largos, en 1966. Fue decano de la facultad en la que estudió, por un período de siete meses, entre mayo y diciembre de 1973, desde que se inició el breve gobierno de Héctor J. Cámpora y durante unos meses del tercer gobierno de Juan Domingo Perón.
En este punto decidió emigrar y partió hacia Israel invitado a trabajar en el Instituto Weizmann. Luego residió también en Europa hasta que en 2011 decidió el regreso a su país.
En ese momento se incorporó a la Universidad Nacional de General Sarmiento donde armó el programa interdisciplinario de Sistemas Complejos y una colaboración con el Instituto Nacional del Agua para modelizar los ríos de la región pampeana.
Virasoro dedicó su carrera a la física matemática. En las décadas de 1960 y 1970 contribuyó a establecer los fundamentos de la teoría de cuerdas. Durante los primeros estadios de estas teorías, cuando interesaban fundamentalmente como modelos de las interacciones fuertes, investigó la relación entre la descripción en términos de cuerdas y en términos de campos. Mientras trataba de identificar los grados de libertad espúreos de ciertos modelos de cuerdas encontró los operadores del álgebra que hoy lleva su nombre, el álgebra de Virasoro, que después resultó describir las simetrías de la hoja de mundo de una cuerda.
Posteriormente, fue cuando su carrera se cruzó con la de Parisi, ya entrada la década de los ‘80. Ambos colaboraron para armar una teoría decisiva en torno de vidrios de espín, una fase de ciertos materiales magnéticos en la que los espines individuales están “congelados” en un estado desordenado más energético que el fundamental, pero no pueden volver a éste porque sería necesaria una reordenación de todo el material.
En 2020, con 80 años, Virasoro fue galardonado con la Medalla Dirac por sus contribuciones a los fundamentos matemáticos de la teoría de cuerdas. También fue destacado con la Medalla Rammal y el premio Enrico Fermi, lo que permite caracterizarlo como uno de los físicos más destacados de la Argentina.
Además de llevar adelante investigación en la Universidad de Buenos Aires, trabajó en las universidades de Berkeley, Princeton y Turín y fue director del destacado Centro Internacional de Física Teórica de Trieste. Cuando falleció, hace poco más de dos meses, era profesor honorario de la Universidad de General Sarmiento.
También coincidió con Parisi como miembro de la Academia Estadounidense de Artes y Ciencias. Virasoro también formó parte de The World Academy of Science, de la Academia de Ciencias de Latinoamérica y de la Academia Nacional de Ciencias Exactas y Naturales de la Argentina.
El premio que recibió Parisi es el segundo de la temporada después del de medicina, que el lunes reconoció a dos especialistas en el sistema nervioso y el tacto, los estadounidenses David Julios y Ardem Patapoutian.
Tras el reconocimiento en astronomía de 2020, los expertos veían bien que los reflectores suecos se alejen del espacio.
El año pasado, el premio reconoció al británico Roger Penrose, el alemán Reinhard Genzel y la estadounidense Andrea Ghez, pioneros de la investigación sobre los “agujeros negros”, las regiones del universo de donde nada se puede escapar.
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