Romina Quercia iba al consultorio médico cuando tenía 5 años y quería ser como su pediatra. “Admiraba cómo mi pediatra podía saber qué nos pasaba a los chicos y nos daba algo para que nos curemos. Lo veía como si fuera un mago, y desde ese momento siempre quise ser médica. Nunca pensé en otra cosa. Con el tiempo le sumé saber más sobre virología y salud pública, pero mi vocación se mantuvo intacta”, contó a Infobae. Nació en Buenos Aires y después de hacer el recorrido de estudiar en la universidad pública en Argentina, y perfeccionarse en Canadá, Estados Unidos, y Francia, ahora lidera el grupo de investigadores que desarrolló un anticuerpo monoclonal contra el COVID-19 para pacientes con más riesgos.
Quercia fue una de las expositoras del XVII Simposio Científico de la Fundación Huésped, que brinda una actualización para el sector médico sobre la situación y el tratamiento de las diferentes pandemias en curso como el COVID-19 y el VIH, y mantuvo luego una entrevista por teléfono con Infobae. Vive en Londres. Trabaja como directora global del departamento dedicado a tratamientos para COVID-19 de la empresa GSK y atiende pacientes con infecciones en un hospital.
Estudió en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, y luego hizo la residencia en infectología con el especialista Pedro Cahn. Se fue de la Argentina en 2003, y se especializó en la infección por el VIH en Canadá, con el argentino Julio Montaner, quien descubrió que el tratamiento puede indicarse también para prevención. Quercia siguió su viaje de aprendizaje al hacer un doctorado en virología en la Universidad de La Sorbona en Francia. Hizo una maestría en salud pública en la Universidad de Harvard, y estuvo también en los Institutos Nacionales de los Estados Unidos donde se formó en el desarrollo de antivirales.
Cuando la pandemia por el coronavirus empezó a avanzar desde China hacia el mundo, Quercia se dedicaba al VIH en Londres. Llegó el confinamiento, y a la vez el desborde de los hospitales por los pacientes con COVID-19. La médica tuvo que pasar a ver a sus pacientes de manera virtual, y fue todo un shock: los extrañaba. El encuentro de escuchar a las personas y atenderlas se siente muy diferente en la videollamada. Entonces, ella se ofreció -al igual que otros colegas- como voluntaria para ir a atender también a los pacientes con COVID-19.
Mientras tanto, la empresa farmacéutica en la que trabaja le propuso un desafío: liderar el desarrollo de un tratamiento para COVID-19, y aceptó. Así Quercia empezó a trabajar en un ensayo clínico multicéntrico para evaluar eficacia y seguridad del tratamiento. Está basado en un anticuerpo que se encontró en un paciente de la epidemia del coronavirus que se había iniciado también en China en 2002 (que se llamaba SARS).
“Fue un gran desafío hacer el ensayo clínico en un momento en que había restricciones de movilidad y había que invitar a los pacientes para sumarse a la evaluación del anticuerpo monoclonal”, comentó la doctora. En ese momento, eran solo moléculas producidas en laboratorio que sirven como sustitutos de los anticuerpos que el sistema inmune del organismo humano tiene.
Con el ensayo clínico acelerado se llegó a la fase 3 y se encontraron buenos resultados. El anticuerpo, que se conoce ahora como sotrovimab, está diseñado para bloquear la adhesión del coronavirus y su entrada en células humanas. Es decir, el fármaco neutraliza al coronavirus. Como se desarrolló a partir del paciente de 2003, el tratamiento podría ser útil para las infecciones de otros virus de la familia de los coronavirus.
En mayo pasado, la agencia regulatoria de medicamentos de los Estados Unidos, la FDA, autorizó para uso de emergencia al anticuerpo monoclonal sotrovimab para ser indicado en pacientes mayores de 12 o más años que sean diagnosticados con COVID-19. No es para todos los afectados sino para quienes sean diagnosticados con COVID-19 moderado y corran el riesgo de enfermarse más gravemente. Está autorizado para ser administrado una vez cuando una persona sea diagnosticada con COVID-19 y dentro de los 10 días posteriores al inicio de los síntomas.
“Ver tan rápido un resultado del ensayo clínico en el contexto de esta pandemia que ya se llevó la vida de más de 4,4 millones de personas en el mundo fue muy emocionante. Antes, había trabajado en el desarrollo de antivirales para VIH pero era más previsible todo. En cambio, con la pandemia, había muchos detalles sobre el coronavirus que no se conocían en los primeros meses y las pautas de ética de investigación clínica debían respetarse en un contexto en que hacía difícil reclutar pacientes y llevar adelante el ensayo”, expresó Quercia. “Pasamos muchas semanas casi sin dormir. De hecho, me pasó de estar trabajando y empezar a llorar por el cansancio. No estaba angustiada, pero la falta de horas de sueño me hacía soltar lágrimas”.
Hoy el sotrovimab ya está autorizado también en Europa, Australia y algunos países de Asia, y sigue siendo investigado. No está autorizado para prevenir COVID-19. El ensayo clínico que hicieron el año pasado reveló que el 7% de los pacientes que recibieron un placebo fueron hospitalizados o murieron, en comparación con el 1% de los participantes que recibieron sotrovimab. Es decir, hubo una reducción del 85% en el riesgo de hospitalización por COVID-19.
“Los estudios que hemos realizado también mostraron que el sotrovimab funcionó contra las variantes de preocupación del coronavirus como Delta, Alfa, Beta y Gamma. Significa que aunque una persona adquiera la infección por algunas de esas variantes, igualmente el medicamento podría ser efectivo en el grupo de pacientes para el que está autorizado”, indicó.
Pero más allá de que el anticuerpo monoclonal ya haya sido autorizado (hay otros también desarrollados por otros laboratorios farmacéuticos para COVID-19 como el que le administraron el año pasado al ex presidente Donald Trump), Quercia sigue adelante. “Estamos trabajando en la fase 3 de una vacuna de ARN mensajero para COVID-19″, contó. En la actualidad, ya se aplican las vacunas de ARN mensajero de las empresas Pfizer/BioNTech y de Moderna.
“Las vacunas se van modificando en cada generación. Ya están avanzando en el mundo los inoculantes de segunda y tercera generación de vacunas contra el COVID-19 para mejorar la eficacia y aún más la tolerabilidad y la seguridad”, explicó Quercia. Hay mucho por venir en el futuro en esta próxima década. “La experiencia en el desarrollo de tests y tratamientos sirvió mucho para la respuesta a la pandemia. Y ahora el COVID-19 también ayudará al avance del tratamiento para VIH”.
Precisó que antes de la pandemia se había bajado la atención y la inversión en el desarrollo de anticuerpos monoclonales aplicados para las personas que viven con VIH. Son fármacos que ya se usan en otras enfermedades como cáncer, y tienen en su origen el aporte del argentino César Milstein, quien ganó el Premio Nobel de Medicina en 1984 por sus investigaciones en anticuerpos monoclonales. “Se están estudiando los anticuerpos para VIH con diferentes vías de administración y para que los pacientes con VIH los reciban solo una o dos veces por año”, puntualizó.
Mientras tanto, Quercia vuelve cada semana al hospital y se ocupa de sus pacientes. “Cuando hice el doctorado en Francia, dejé de atender pacientes -recordó-. Me sentía triste porque no podía estar con ellos. Me siento muy útil en la asistencia médica. Por supuesto que hacer investigación clínica me llena a nivel intelectual. Pero no soy feliz si no escucho y atiendo a los pacientes”. En su tiempo libre, hace yoga, corre y camina. Como su pediatra de la infancia, ella escucha, analiza y da indicaciones a sus pacientes en el consultorio. Además, investiga nuevos fármacos que podrían servir a millones de personas en el mundo. Hoy sabe que no hay magia. Es ciencia.
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