A pesar de la importancia mundial de la situación de COVID-19, su impacto sigue estando mal caracterizado en los países de ingresos bajos y medios, incluida la mayoría de los de África. Al 1 de agosto de 2021, solo el 3,4% de los casos registrados y el 40% de las muertes relacionadas con COVID-19 se produjeron en ese continente, donde vive el 17% de la población mundial.
Sudáfrica, en donde habita el 4,4% del total de las personas del continente, representó el 36,7% de los casos de COVID-19 y el 42,3% de las muertes por el virus. Los factores que contribuyen a la caracterización inadecuada de la carga del coronavirus en África incluyen capacidades de diagnóstico insuficientes para las pruebas de SARS-CoV-2, aunque Sudáfrica reporta la tasa de pruebas más alta de la región (248 por 1000 habitantes), que sin embargo es una decimocuarta parte de las pruebas hechas en el Reino Unido. Además, la insuficiencia de la infraestructura de vigilancia es un desafío importante en la mayoría de los países africanos, lo que limita la disponibilidad de datos sólidos y fácilmente accesibles. En consecuencia, siguen existiendo muchas incertidumbres sobre la epidemiología del SARS-CoV-2 en África.
Un análisis de las personas ingresadas en hospitales con COVID-19 realizado por un equipo encabezado por la médica especialista en salud pública Waasila Jassat, fue publicado en The Lancet. El estudio aborda las brechas de conocimiento clave en la epidemiología del COVID-19 en un entorno africano.
Sudáfrica tuvo el pico de su primera ola de COVID-19 en julio de 2020 y el máximo de casos de la segunda enero de 2021. Allí la segunda ola “se asoció con una mayor incidencia de COVID-19, un aumento más rápido de los ingresos hospitalarios y un aumento de la mortalidad hospitalaria”. Si bien los autores detallaron otros factores asociados a la mortalidad en este último período de la pandemia “un aumento residual en la mortalidad de los pacientes ingresados en el hospital podría estar relacionado con la nuevo linaje Beta”, del SARS-CoV-2, surgido en ese país, dijeron los especialistas.
En Sudáfrica, el 9.1% de los 59.6 millones de habitantes son mayores de 60 años, y existe una alta prevalencia de afecciones médicas subyacentes entre los adultos, incluidos el VIH (19%), la diabetes (8-13%), hipertensión (44 a 46%) y obesidad (11 a 41%). Sorprendentemente, los análisis de Jassat y sus colegas se basaron en el establecimiento de una base de datos nacional de vigilancia electrónica (DATCOV, por sus siglas en inglés), poco después de que se declarara la pandemia de COVID-19 en marzo de 2020. DATCOV finalmente incluyó datos sobre las admisiones hospitalarias por COVID-19 y los resultados de todos hospitales en Sudáfrica. Una cuestión que se investigó fue el papel del VIH subyacente y la tuberculosis pasada o presente en las muertes por COVID-19 durante las dos primeras oleadas de COVID-19 en Sudáfrica.
Los hallazgos indicaron que el VIH subyacente y la tuberculosis pasada y presente se asociaron independientemente con probabilidades de muerte entre 34 y 48 veces más altas, respectivamente, después de la admisión hospitalaria con COVID-19. La prevalencia del VIH entre los pacientes ingresados en el hospital con COVID-19, incluso cuando se restringe el análisis solo a los hospitales públicos (20,4%), fue similar a la prevalencia poblacional del VIH (19%).
La falta de datos sobre covariables clave fue una limitación reconocida del conjunto de datos DATCOV. No obstante, fue evidente una alta prevalencia de enfermedades subyacentes principalmente no transmisibles en personas con VIH (57,5%) y personas no infectadas por el VIH (65,2%), cuya presencia se asoció de forma independiente con mayores probabilidades de muerte.
Lo que las olas se llevó
La primera ola de COVID-19 en Sudáfrica alcanzó su punto máximo en julio de 2020, y una segunda ola más grande lo hizo en enero de 2021, en la que predominó el linaje SARS-CoV-2 501Y.V2 (Beta). Uno de los objetivos de los investigadores fue, además, comparar la mortalidad hospitalaria y otras características de los pacientes entre la primera y la segunda oleada. Su corroboración fue terminante: “Las tasas máximas de casos de COVID-19, admisiones y muertes intrahospitalarias en la segunda ola superaron hasta en un 30% las tasas de casos de COVID-19 de la primera”, citan en el documento. El riesgo de letalidad intrahospitalaria aumentó del 17,7% en semanas de ingreso bajo (<3500 ingresos) al 26,9% en semanas de ingreso muy alto (> 8000 ingresos).
Si bien parte del aumento de la mortalidad puede explicarse porque los ingresos en la segunda ola son más probables en personas mayores, en el sector público y por el aumento de la presión del sistema de salud, “un aumento residual en la mortalidad de los pacientes ingresados en el hospital podría estar relacionado con la nuevo linaje Beta”, indica Wassila Jassat.
El modelado del exceso de mortalidad realizado por el Consejo de Investigación Médica de Sudáfrica informó un 35% más de muertes en personas mayores de 1 año, un dato sorprendentemente similar a las muertes informadas por Jassat.
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