Las vacunas contra el COVID-19 se desarrollaron en menos de un año gracias a la experiencia que había en diferentes instituciones científicas y empresas en plataformas similares para inoculantes para otras enfermedades, desde la tuberculosis hasta el cáncer. Ocho vacunas ya han recibido la autorización para uso de emergencia en el mundo. Pero aún la investigación científica sigue para aportar más precisión sobre la protección que brinda cada dosis. En la Universidad de Stanford, Estados Unidos, se confirmó que la segunda dosis de una vacuna contra el COVID-19 induce un potente impulso a una parte del sistema inmunitario que proporciona una amplia protección antiviral.
El resultado forma parte de un estudio dirigido por investigadores que trabajan en la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford. Respaldó firmemente la opinión de que no debe omitirse la segunda inyección para completar el esquema de la vacunación contra la enfermedad COVID-19.
El trabajo se hizo con dosis de vacunas de ARN mensajero. Pero desde la Sociedad Argentina de Infectología resaltan que completar el esquema de vacunación hoy es clave para las diferentes vacunas contra el COVID-19. En la Argentina, las vacunas contra el COVID-19 que forman parte del plan de inmunización son la Sputnik V, desarrollada por el Instituto Gamaleya de Rusia; la de la Universidad de Oxford y la empresa AstraZeneca, con su variante CoviShield -producida en la India, y la vacuna de Sinopharm, desarrollada en China. El sábado pasado se largó la vacunación en adolescentes con factores de riesgo con el inoculante de ARN mensajero desarrollado por la empresa Moderna, a partir de la donación de dosis que Argentina recibió de los Estados Unidos.
Solo el 17,6% de la población de Argentina completó el esquema de vacunación, según el Monitor Público de Vacunación del Ministerio de Salud de la Nación. El 56,9% de la población recibió al menos una dosis. “La aplicación de la segunda dosis es importante porque la capacidad neutralizante del suero se ve reducida frente a la variante Delta. Esto es especialmente cierto para personas mayores de 60 años y personas con factores de riesgo”, afirmó la doctora Leda Guzzi, integrante de la comisión de Comunicación de la Sociedad Argentina de Infectología y médica infectóloga de la Clínica Olivos y del Hospital Santa Rosa del partido de Vicente López.
“Los mayores de 60 y las personas con factores de riesgo son prioritarios para completar sus esquemas de vacunación y reforzar su inmunidad. Es necesario para que estén mejor parados frente a la potencial circulación de la variante Delta del coronavirus”, afirmó Guzzi.
El trabajo sobre vacunas de ARN mensajero en la Universidad de Standford fue liderado por el científico Bali Pulendran. Comentó por qué lo hicieron. “A pesar de su extraordinaria eficacia, se sabe poco sobre cómo funcionan exactamente las vacunas de ARN”, dijo Pulendran, profesor de patología y de microbiología e inmunología. “Así que sondeamos la respuesta inmunitaria inducida por una de ellas con exquisito detalle”.
El estudio fue publicado en la revista Nature y se diseñó para averiguar exactamente qué efectos tiene la vacuna desarrollada por Pfizer y BioNTech en los numerosos componentes de la respuesta inmunitaria. Los investigadores analizaron muestras de sangre de individuos inoculados con la vacuna. Contabilizaron los anticuerpos, midieron los niveles de las proteínas de señalización inmunitaria y caracterizaron la expresión de cada uno de los genes del genoma de 242.479 células inmunitarias distintas.
“La atención del mundo se ha fijado recientemente en las vacunas de COVID-19, en particular en las nuevas vacunas de ARN mensajero”, dijo Pulendran. Para hacer la investigación, el científico trabajó con la doctora Kari Nadeau, catedrática de la Fundación Naddisy de Alimentación, Alergia, Inmunología y Asma Pediátrica y profesora de pediatría, y con el doctor Purvesh Khatri, profesor asociado de informática biomédica y de ciencia de datos biomédicos.
“Es la primera vez que se administran vacunas de ARN a seres humanos y no tenemos ninguna pista sobre cómo hacen lo que hacen: dan un 95% de protección contra el COVID-19”, afirma Pulendran. Tradicionalmente, la principal base inmunológica para la aprobación de nuevas vacunas ha sido su capacidad para inducir anticuerpos neutralizantes: proteínas individualizadas, creadas por las células inmunitarias denominadas células B, que pueden adherirse a un virus e impedir que infecte las células.
“Los anticuerpos son fáciles de medir”, dijo Pulendran. “Pero el sistema inmunitario es mucho más complicado que eso. Los anticuerpos por sí solos no se acercan a reflejar plenamente su complejidad y su potencial gama de protección”.
Pulendran y sus colegas evaluaron los cambios entre todos los tipos de células inmunitarias influidas por la vacuna: su número, sus niveles de activación, los genes que expresan y las proteínas y metabolitos que fabrican y secretan tras la inoculación.
Un componente clave del sistema inmunitario examinado por el doctor Pulendran y sus colegas fueron las células T. Son células inmunitarias de búsqueda y destrucción que no se adhieren a las partículas virales como hacen los anticuerpos sino que exploran los tejidos del cuerpo en busca de células con signos reveladores de infecciones virales. Al encontrarlas, las células T destruyen a las células infectadas.
Además, el sistema inmunitario innato, un conjunto de células de primera respuesta, tiene ahora una gran importancia. “Es el sexto sentido del cuerpo, sostuvo Pulendran, cuyas células constituyentes son las primeras en darse cuenta de la presencia de un patógeno”. Aunque no son buenas para distinguir entre distintos patógenos, segregan proteínas de señalización que lanzan la respuesta del sistema inmunitario adaptativo: las células B y T que atacan a especies o cepas virales o bacterianas específicas.
Durante la semana que tarda el sistema inmunitario adaptativo en activarse, las células inmunitarias innatas se encargan de mantener a raya las infecciones incipientes destruyendo -o disparando sustancias nocivas, aunque de forma un tanto indiscriminada- lo que les parezca un patógeno.
La vacuna de Pfizer/BioNTech -al igual que la fabricada por Moderna que se está aplicando en adolescentes en Argentina- funciona de forma muy diferente a las vacunas clásicas compuestas por patógenos vivos o muertos, proteínas individuales o carbohidratos que entrenan al sistema inmune para centrarse en un microbio concreto y eliminarlo.
Como están hechas en una plataforma diferente, las vacunas de Pfizer y Moderna contienen recetas genéticas para fabricar la proteína de espiga que el coronavirus utiliza para adherirse a las células que infecta. En diciembre de 2020, Stanford Medicine comenzó a inocular a las personas con la vacuna de Pfizer/BioNTech. Eso hizo que el doctor Pulendran buscara reunir un informe completo sobre la respuesta inmune a esa vacuna.
El equipo seleccionó a 56 voluntarios sanos y les extrajo muestras de sangre en múltiples momentos antes y después de la primera y segunda inyección. Los investigadores descubrieron que la primera vacuna aumenta los niveles de anticuerpos específicos contra el coronavirus, como se esperaba, pero no tanto como la segunda. La segunda vacuna también genera efectos que la primera no hace, o apenas hace.
“La segunda inyección tiene poderosos efectos beneficiosos que superan con creces los de la primera”, dijo Pulendran. “Estimuló un aumento múltiple de los niveles de anticuerpos, una respuesta de células T estupenda que no existía tras la primera inyección sola, y una respuesta inmunitaria innata sorprendentemente mejorada”, expresó.
Inesperadamente, dijo Pulendran, la vacuna -en particular la segunda dosis- provocó la movilización masiva de un grupo recién descubierto de células de primera respuesta que normalmente son escasas y quiescentes.
Identificadas por primera vez en un reciente estudio sobre vacunas dirigido por Pulendran, estas células -un pequeño subconjunto de células generalmente abundantes llamadas monocitos que expresan altos niveles de genes antivirales- apenas se mueven en respuesta a una infección real de COVID-19. Pero la vacuna de ARN mensajero sí las indujo.
Este grupo especial de monocitos, que forman parte del sistema innato, constituía sólo el 0,01% de todas las células sanguíneas circulantes antes de la vacunación. Pero después de la segunda inyección de la vacuna de Pfizer/BioNTech, su número se multiplicó por 100 hasta representar un 1% de todas las células sanguíneas. Además, su disposición se volvió menos inflamatoria pero más intensamente antiviral. Parecen ser las únicas capaces de proporcionar una amplia protección contra diversas infecciones virales.
“El extraordinario aumento de la frecuencia de estas células, sólo un día después de la inmunización de refuerzo, es sorprendente”, dijo Pulendran. “Es posible que estas células sean capaces de montar una acción de contención no sólo contra el SARS-CoV-2 sino también contra otros virus”.
Completar el esquema de vacunación contra el COVID-19 no es sólo importante para los que tienen una sola dosis. También lo es para los que aún no recibieron ni la primera. La doctora Guzzi señaló a Infobae que frente a la posibilidad de que ocurra una circulación persistente de la variante Delta “es importante enfatizar que la mayoría de los estudios demuestran que el riesgo es mayor para las personas que aún no están vacunadas. Siempre es mejor dos dosis que una, pero una dosis es un montón”.
La doctora Guzzi ejemplificó con la situación epidemiológica de España: “El 80% de los pacientes con COVID-19 que hoy son hospitalizados no han sido vacunados. El 15% habían sido solo vacunados con una dosis, y el 5% habían sido vacunados con dos dosis. Esto enfatiza el gran valor de la vacunación en esta instancia de la pandemia”.
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