La infección por el coronavirus también afecta a las niñas, los niños y los adolescentes. En la mayoría de los casos, se trata de cuadros leves que se resuelven bien. Sin embargo, hay un grupo que un mes después de haber tenido el COVID-19 desarrolla el síndrome inflamatorio multisistémico que puede llegar a ser fatal. Fue descripto durante los primeros meses de la pandemia el año pasado. Ahora investigadores científicos y médicos han encontrado que detectar los cinco signos que advierten que se trata de una emergencia por el síndrome inflamatorio multisistémico puede ser crucial para salvar la vida de los chicos.
Desde mayo del año pasado hasta el 27 de julio de este año, se han reportado 6.681 casos de niños y adolescentes con el síndrome inflamatorio en el continente americano, según el último informe de la Organización Panamericana de la Salud. El síndrome produjo la muerte de 135 chicos. Ya son 24 los países del continente americano que reportaron casos. El último en sumarse fue Venezuela.
La agencia sanitaria OPS hizo un llamado reciente a las autoridades de salud pública y a la comunidad médica para reforzar la atención temprana de los casos de niños y adolescentes con el trastorno generado después del COVID-19. “En la medida que aumentan los casos del síndrome inflamatorio multisistémico es importante que cada país/territorio caracterice los casos, con el fin de contribuir a cerrar las brechas en la información, favoreciendo la actualización de las medidas de manejo clínico y respuesta”, recomendó la OPS en su actualización epidemiológica.
Los 5 síntomas del síndrome inflamatorio en niños y adolescentes que hay que prestar atención porque requieren que vayan de manera urgente al hospital son: dolor intenso de estómago; dificultad para respirar; la piel, los labios o lecho de las uñas se ponen de color pálido, grisáceo o azulado, según el tono normal de la piel; sufren confusión repentina; o desarrollan incapacidad para despertarse o permanecer despierto, según aclaró la Clínica Mayo de los Estados Unidos.
“Con el avance de la pandemia, se fue conociendo y detallando más las características del síndrome inflamatorio multisistémico en la infancia. Ahora sabemos que se puede desarrollar entre 4 ó 6 semanas después de que los niños han atravesado la fase aguda de la infección por el coronavirus”, explicó a Infobae la doctora Gabriela Ensinck, del comité de infectología de la Sociedad Argentina de Pediatría, que elaboró con otros autores el primer consenso sobre el trastorno y su tratamiento en el país.
“Los chicos y los adolescentes con síntomas del síndrome inflamatorio multisistémico deben ir a la guardia de los hospitales-advirtió la doctora Ensinck-. Rápidamente, deben recibir una dosis alta de gamaglobulina por vía endovenosa. Muchas veces asociadas con corticoides. Se puede indicar aspirina y antiinflamatorios. En general, si se diagnostica a tiempo, tienen una evolución buena. Después se hará un seguimiento cardiológico y de otros órganos comprometidos”.
“Hay que tener en cuenta que el síndrome inflamatorio no sólo se desarrolla en chicos que han tenido cuadros severos de COVID-19. Puede desarrollarse tanto en niños y adolescentes que hayan tenido cuadros leves, moderados o graves”, agregó la doctora Ensinck.
También hoy se sabe que el síndrome puede aparecer en dos tipos diferentes. “Hay cuadros que son parecidos al síndrome Kawasaki. Por eso le decimos Kawasaki asociado al COVID-19″, señaló. El Kawasaki generalmente causa inflamación en las paredes de las arterias coronarias, que suministran sangre al músculo cardíaco. El otro tipo de síndrome inflamatorio multisistémico por el coronavirus “es más inespecífico: predomina más los vómitos, el dolor abdominal y la diarrea”, puntualizó Ensinck.
“Hoy la comunidad médica tiene que estar más atenta al síndrome inflamatorio multisistémico. El diagnóstico temprano y darle el sostén cardiovascular tempranamente hacen que los chicos tengan una mejor evolución. En la actualidad, el desafío es que algunos países de América Latina tienen mayor mortalidad por el síndrome porque el sistema de salud no está en condiciones para darle respuesta a tiempo”, comentó a Infobae el doctor Facundo Jorro Barón, prosecretario del comité de emergencias y cuidados críticos de la Sociedad Argentina de Pediatría y médico de terapia intensiva del Hospital de Niños Pedro Elizalde en la ciudad de Buenos Aires.
En la Argentina, hubo 206 casos confirmados del síndrome y una muerte desde mayo del año pasado hasta fines de julio de 2021, según el Ministerio de Salud de la Nación. En números brutos, se observó un menor reporte de casos del síndrome este año en comparación con el año pasado (138 de los 206 casos fueron notificados en 2020).
En Italia, ya se han registrado 239 casos de pacientes con síndrome inflamatorio multisistémico y 28 de ellos fallecieron. De acuerdo con el profesor Andrea Taddio, del Servicio de Reumatología Pediátrica e Inmunología Clínica del Instituto por la Infancia en Trieste, Italia, la rapidez para detectar a cada niño u adolescente con el síndrome es clave. “Lo más importante es, de hecho, la rapidez en el reconocimiento del problema y la puntualidad del tratamiento”, dijo.
“El pronóstico de estos casos es bueno -aseveró el doctor Taddio en el diario Corriere della Sera-. Básicamente, la enfermedad sigue siendo rara en general pero ahora hay una atención a estos casos, al menos en el campo pediátrico, por lo que si la terapia es oportuna se curan prácticamente todos. Lamentablemente hubo una muerte en nuestro registro , pero todas las demás se recuperaron sin dejar sustancialmente resultados cardíacos”.
“Los fármacos que se utilizan son fundamentalmente esteroides e inmunoglobulinas en altas dosis, la misma terapia que se utiliza en Kawasaki”, contó el doctor Taddio. “Las inmunoglobulinas tienen un efecto inmunomodulador que, asociado al efecto inmunosupresor de la cortisona, permite curar esta enfermedad en todos los casos. Incluso el niño de 13 años que entró en shock cardiogénico en 24 horas, hospitalizado aquí, salió con este tratamiento”. También en Italia se indican fármacos como el inhibidor de una citoquina inflamatoria llamada interleucina-1.
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