A fines del pasado junio, el Ministerio de Salud de Israel recomendó que todas las personas de entre 12 y 15 años se vacunen contra el COVID-19, lo que convierte a esa nación en una de las pocas que hasta ahora ha aprobado vacunas para los adolescentes más jóvenes. La decisión se tomó en respuesta a una tendencia que están experimentando muchos países con altas tasas de vacunación que es una proporción cada vez más importantes de nuevas infecciones en grupos de edad más jóvenes.
La investigación de Fase 3 del laboratorio Pfizer-BioNTech demostró que su vacuna contra el COVID-19 es eficaz y bien tolerada en adolescentes. El estudio en niños más pequeños se encuentra en curso. Pero la curva ascendente de los casos de COVID-19 en adolescentes no es exclusiva de Israel, ya que lo vienen experimentando también EEUU, el Reino Unido y países de la Unión Europea.
La rápida campaña de vacunación de Israel, un país observado como ejemplo en el manejo de la pandemia, hasta julio ha llegado a más del 85% de la población adulta, lo que permitió una caída en el número de casos a una decena de infectados en junio. Pero más tarde, comenzaron a aumentar a más de 100 por día, muchos de ellos en personas menores de 16 años, lo que llevó al gobierno a abrir las vacunas a todos los adolescentes.
“El perfil más joven de casos no es sorprendente”, aseguró Ran Balicer, epidemiólogo del mayor proveedor de atención médica de Israel, Clalit Health Services, en Tel Aviv. Pero destacó la posibilidad de que las oleadas posteriores de propagación comunitaria puedan ser impulsadas por grupos de edad más jóvenes, especialmente en presencia de nuevas variantes más transmisibles.
Es una tendencia que no se limita a Israel. En los Estados Unidos y el Reino Unido, COVID-19 se ha “convertido en una enfermedad de los no vacunados, que son predominantemente jóvenes”, explica Joshua Goldstein, demógrafo de la Universidad de California, Berkeley.
Este cambio se está produciendo en muchos países que vacunaron primero a las personas mayores y ahora están alcanzando altos niveles de inoculación en la población adulta. Se produce después de una disminución más temprana en la edad como resultado de las medidas de salud pública para prevenir la propagación de COVID-19 entre las personas mayores que tienen mayor riesgo de enfermedad grave, como las que viven en hogares de ancianos, según concuerdan los investigadores. Y el cambio ha dado un nuevo impulso a los estudios de transmisión y enfermedad en grupos de edad más jóvenes. Para tomar mejores decisiones políticas, “es cada vez más importante comprender la carga de enfermedad entre los niños y adolescentes”, esboza Karin Magnusson, epidemióloga del Instituto Noruego de Salud Pública en Oslo.
Magnusson ha analizado el impacto del COVID-19 en los niños en el sistema de salud de Noruega. En un documento en revisión realizado por un grupo de trabajo del Instituto Noruego de Salud Pública, informó que aunque no necesitaban atención especializada, los niños a menudo necesitaban ver a su médico repetidamente hasta seis meses después de contraer el virus. Balicer está estudiando la propagación viral en hogares multigeneracionales en Israel. Más allá de las decisiones sobre la vacunación de los niños, los patrones cambiantes de la infección por COVID-19 también han impulsado las discusiones sobre la extensión de las medidas de salud, como el uso de mascarillas para adolescentes y niños en Israel, dice.
“A medida que la carga de casos se desplaza hacia los más jóvenes, los argumentos para vacunar a los adolescentes serán un poco más convincentes”, coincide Nick Bundle, epidemiólogo del Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades en Estocolmo. Sin embargo, el riesgo general de enfermedad grave en los niños sigue siendo bajo, y en muchos países que han observado un aumento de la proporción de casos en los grupos de menor edad, el número total de casos ha disminuido, señala.
Los países también deben considerar el contexto global, dicen los investigadores. “¿Realmente estamos mejor dando la vacuna a los niños en los países ricos que a las personas mayores en los países menos beneficiados donde podría tener un impacto mucho mayor en la vida de las personas?”, se preguntó Jennie Lavine, quien estudia la dinámica de las enfermedades infecciosas en la Universidad de Emory en Atlanta, Georgia. “Me parece difícil imaginar un buen argumento para eso”.
Aunque el cambio en el descenso en la edad promedio de las infecciones en países con altas tasas de vacunación COVID-19 podría ser de corta duración, según algunos investigadores. “Ciertos escenarios podrían cambiar el equilibrio”, según una apreciación de Henrik Salje, epidemiólogo de enfermedades infecciosas de la Universidad de Cambridge, Reino Unido. “Muchos países podrían comenzar a vacunar a los más jóvenes, como ya lo están haciendo Israel y Estados Unidos, o las nuevas variantes y la disminución de la inmunidad entre los grupos de mayor edad podrían hacerlos nuevamente susceptibles”.
El COVID-19 aún podría convertirse en una enfermedad de los jóvenes, para Bundle, “pero qué tan grande es el problema, no es algo fácil de responder”.
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