Hasta ayer solo el 25,3% de la población mundial ha recibido al menos una dosis de la vacuna contra el COVID-19. En el caso de los países de bajos ingresos, solo el 1% de sus habitantes han sido inmunizados con una sola dosis. Esta demora en la vacunación para gran parte de la humanidad puede contribuir a que sigan apareciendo más variantes del coronavirus no solo en los países de bajos ingresos sino en los más desarrollados, y que la pandemia sea más difícil de controlar. Se están buscando opciones para acelerar el acceso de la población a la inmunización, y una de ellas la posibilidad de dar dosis más bajas de las vacunas con el fin de alcanzar a más personas cuanto antes y dar protección.
Un equipo de científicos del Instituto de Inmunología de La Jolla, en California, Estados Unidos, liderado por la investigadora Daniela Weiskopf, y de la División de Enfermedades Infecciosas y Salud Pública Global de la Universidad de California en San Diego, realizaron un estudio sobre las dosis de la vacuna de ARN mensajero elaborada por la empresa biotecnológica Moderna. Tienen evidencia que demostraría que las dosis más bajas de esa vacuna podrían ser igualmente efectivas en cada persona.
En un trabajo que está aún en revisión, los investigadores encontraron que dos inyecciones que solo contenían cada una una cuarta parte de la dosis estándar de la vacuna Moderna COVID dieron lugar a anticuerpos protectores duraderos y a células T que combaten el virus. Hicieron las pruebas en casi tres docenas de personas. Esos resultados abren la posibilidad de aplicar dosis fraccionadas para estirar los suministros limitados de vacunas y acelerar el esfuerzo de inmunización mundial.
El Gobierno de la Argentina anunció ayer que firmó un acuerdo con Moderna para la compra de 20 millones de vacunas contra el coronavirus. Se trata del primer contrato que permitirá recibir inmunizaciones basadas en la plataforma ARN mensajero en el país y habilitó la posibilidad de obtener durante este año una donación de dosis por parte de Estados Unidos. La vacuna es comercializada por Moderna, desde su sede en Massachusetts, y se desarrolló en colaboración con los Institutos Nacionales de Salud de los EE.UU. Un ensayo clínico demostró que la vacuna tiene una tasa de eficacia del 94,1% en la prevención del COVID-19.
La estrategia de reducción de las dosis de vacunas se ha utilizado antes para controlar otras infecciones. Desde 2016, se aplicó con éxito en millones de personas en África y Sudamérica para la prevención contra la fiebre amarilla. Pero hasta ahora no se ha probado un enfoque similar en respuesta a la COVID-19, a pesar de la escasez de vacunas en gran parte del sur global.
En el primer ensayo sobre la vacuna basada en ARN mensajero de Moderna que se hizo el año pasado, los participantes recibieron uno de los tres niveles de dosis: 25, 100 o 250 microgramos. La dosis más alta resultó ser demasiado tóxica. La dosis baja provocó la respuesta inmunitaria más débil. La dosis media parecía ofrecer el mejor equilibrio: provocaba una fuerte inmunidad y tenía efectos secundarios aceptables.
Esa dosis de 100 microgramos se convirtió finalmente en la autorizada para su uso masivo en docenas de países. El 30 de abril, la Organización Mundial de la Salud incluyó a la vacuna de Moderna en la lista de uso en emergencias. La inclusión de una vacuna contra la COVID-19 se decidió tras evaluar su calidad, su seguridad y su eficacia, que son requisitos indispensables para suministrarla a través del Mecanismo COVAX. También la autoridad regulatoria de Europa (la EMA) la autorizó.
Pero los científicos de Moderna demostraron más adelante que una dosis media parecía ser tan buena como la dosis estándar para estimular la protección inmunitaria. Para averiguar si una dosis baja podría ofrecer protección, los científicos del Instituto de Inmunología de La Jolla hicieron el estudio.
El trabajo consistió en analizar la sangre de 35 participantes del ensayo original. Cada uno había recibido dos inyecciones de 25 microgramos de la vacuna con 28 días de diferencia. Seis meses después de la segunda inyección, casi todos los 35 participantes tenían anticuerpos “neutralizantes”, que impiden que el virus infecte las células.
La sangre de los participantes también contenía un grupo de diferentes células T, que incluían tanto a los “linfocitos citotóxicos” que pueden destruir las células infectadas como una variedad de células “auxiliares” que ayudan a la respuesta inmune general. Los niveles de anticuerpos y células T eran comparables a los encontrados en personas que se han recuperado del COVID-19.
“Es bastante sorprendente -y bastante prometedor- que se puedan detectar fácilmente respuestas durante tanto tiempo”, dijo Daniela Weiskopf, inmunóloga del Instituto de Inmunología de La Jolla (LJI), en California, y coautora del estudio. Los resultados generan la posibilidad de acelerar la vacunación en el mundo. Pero aún hay dudas.
Weiskopf y la coautora de su estudio, Shane Crotty, se encuentran entre los científicos que preferirían que se realizaran ensayos cuidadosamente planificados para confirmar la eficacia de las dosis reducidas de vacunas antes de que cualquier régimen de este tipo se despliegue ampliamente. Uno de estos ensayos está en marcha: un estudio en Bélgica compara una versión de dosis más baja de la vacuna desarrollada por las empresas Pfizer y BioNTech con la dosis estándar.
Sin embargo, para otros investigadores la estrategia de la reducción de las dosis debería implementarse cuanto antes. Sarah Cobey, investigadora de enfermedades infecciosas de la Universidad de Chicago en los Estados Unidos fue coautora de un comentario del 5 de julio en la revista Nature Medicine en el que se apoya el “fraccionamiento” de la dosis, no está de acuerdo con la necesidad de recopilar datos durante mucho tiempo.
“El COVID-19 sigue siendo una gran amenaza para la salud pública. Se han puesto en marcha medidas sanitarias y sociales para controlar la transmisión, pero son medidas de emergencia difíciles de mantener a largo plazo. Actualmente se utilizan 15 vacunas contra el COVID-19 en todo el mundo”, escribió Cobey junto con Benjamin Cowling y Wey Wen Lim, que forman parte de un centro de referencia para la OMS en Hong Kong. Ante la escasez de dosis para gran parte de la humanidad, esos investigadores proponen: “El fraccionamiento de las dosis de vacunas es una posible solución a esta escasez mundial de vacunas a la que no se ha prestado suficiente atención y consideración”.
De acuerdo con Cobey, “no deberíamos esperar tanto tiempo. La gente se está muriendo, y tenemos antecedentes históricos de hacer conjeturas muy bien razonadas que creemos que van a salvar vidas”. También, Alex Tabarrok, economista de la Universidad George Mason en Fairfax, Virginia, sostuvo: “Hay una gran sesgo hacia el statu quo, y está matando a la gente”.
Tabarrok consideró que si el fraccionamiento se hubiera hecho desde enero pasado, se podrían haber vacunado a decenas, quizá cientos, de millones de personas. Con su equipo, Tabarrok realizó un estudio de modelización y mostró que el enfoque reduciría las infecciones y las muertes relacionadas con el COVID más que las políticas actuales. El estudio aún no ha sido revisado por pares. Una media dosis ahora es más útil para una persona no vacunada que una dosis completa dentro de un año, afirma Tabarrok, lo que significa que el alargamiento de la dosis “es una forma de promover la equidad de la vacuna”.
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