De manera mancomunada, científicos de todo el mundo vienen desarrollando estrategias para atacar el llamado Long COVID o COVID prolongado, esa condición debilitante que deja a los pacientes luchando contra los síntomas durante varios meses después de haber sido infectados por el virus del SARS-COV-2. Los principales síntomas que continúan tras la enfermedad son la confusión mental, el cansancio permanente y dificultades para respirar, entre otros.
Si bien aún no existen medicamentos efectivos, se están desarrollando estudios en procura de paliar esta extensión de la enfermedad que provoca el nuevo coronavirus. Entre los más avanzados se encuentra uno realizado por científicos británicos que analizan administrar dosis mensuales de vacunas contra el COVID-19 a los pacientes con enfermedad crónica.
El ensayo está dirigido por David Strain, profesor clínico principal de la Facultad de Medicina de la Universidad de Exeter, y se basa en uno preliminar que mostró que después de la vacunación disminuía los síntomas.
El viernes último quienes financian el estudio dieron luz verde al ensayo que está previsto que termine a fin de este año. En ese transcurso, los 40 participantes que padecen COVID-19 prolongado recibirán al menos dos inoculaciones adicionales, dijo Strain al Mail on Sunday.
Si los resultados de ese ensayo resultan satisfactorios, los científicos podrán avanzar en el reclutamiento de miles de pacientes más, para una nueva etapa de la investigación.
“Muchos vieron una mejora dramática a los pocos días de su jab. Su fatiga desapareció, pudieron caminar más sin sentirse sin aliento. Algunos dijeron que era lo más cercano a lo normal que se habían sentido desde que atraparon a COVID-19 por primera vez”. En un estudio anterior vimos que esto duró aproximadamente un mes después de la primera dosis, pero luego los síntomas regresan. El mismo patrón se vio cuando la gente intentó su segundo jab. Queremos saber si, con el tiempo, ofrecer dosis regulares puede hacer que este cambio sea permanente “, dijo el científico.
Los especialistas creen que aproximadamente una de cada diez personas que contraen COVID-19 sufrirán síntomas prolongados como dificultad para respirar, dolores musculares y problemas con el pensamiento y la concentración, lo que se conoce como niebla mental. Según la Oficina de Estadísticas Nacionales, casi 400.000 británicos dicen que han estado experimentando síntomas desde que contrajeron el virus hacia el inicio de la pandemia.
A pesar de esto, aún se desconocen las causas y procesos exactos que hacen que la mayoría se recupere de la infección por completo, mientras que otros no lo hacen. Un artículo publicado en la revista médica The Lancet en mayo, escrito por Strainand Ondine Sherwood del grupo de campaña LongCovidSOS, que encuestó a más de 900 pacientes durante mucho tiempo, informó que más de la mitad vieron mejorar sus síntomas después de recibir su primera dosis de vacuna, y hubo una respuesta particularmente fuerte en los pacientes que recibieron los fármacos de Pfizer o Moderna. Sin embargo, los pacientes notaron que el cambio positivo fue temporal y duró solo unas pocas semanas.
“El plan sería reclutar pacientes cuyos síntomas son tan severos que sus vidas están severamente limitadas por la condición. Aquellos, por ejemplo, que no pueden ir a trabajar o preparar el almuerzo de sus hijos por la mañana porque se sienten muy fatigados”, explicó Strain. A los voluntarios recibirán una vacuna y al mes siguiente otra.
Ese ensayo británico será el primero del mundo que usará una vacuna de COVID-19 para cualquier propósito que no sea proteger a las personas contra el virus en sí.
Las pruebas preliminares realizadas en el Reino Unido se contraponen a las respuestas de la mayoría de los consultados en una encuesta realizada en España entre personas que padecen long COVID y fueron vacunados. Los resultados de la Encuesta sobre los efectos de la vacunación contra el coronavirus en afectados por COVID-19 persistente, lanzada por la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) y el colectivo de afectados Long COVID Acts, señaló que la mayoría de los afectados (55%) no ha mejorado o se sintió igual tras la vacunación contra el COVID-19. Sin embargo, más de la mitad de los casos no manifestó efectos en ningún sentido y 18% empeoró (lo que puede deberse a los posibles efectos secundarios del inoculante o por el empeoramiento de sus síntomas) y el resto, un 26% de los participantes, reflejó que ha mejorado con alguna de las dosis de la vacuna.
Durante el XXVII Congreso Nacional de Medicina General y de Familia celebrado en junio se presentaron los resultados preliminares de la encuesta recogidos después en una nota de prensa, sobre personas que habían pasado la enfermedad hacía más de 4 semanas, pero continuaban con los síntomas.
El estudio británico dividirá a los pacientes en dos grupos, el primer de los cuales estará integrado por pacientes que sufrieron hospitalización con síntomas graves y que eventualmente pueden haber sufrido daños graves en órganos vitales como los pulmones o el corazón.
El otro grupo será el que genera más confusión en los médicos, ya que son pacientes cuya enfermedad fue inicialmente leve, pero luego persistió o incluso empeoró. Estos pacientes constituyen la mayoría de los que padecen long COVID.
Respecto de las causantes del COVID prolongado, Danny Altmann, inmunólogo del Imperial College de Londres, dijo que “todavía no hay un consenso real sobre lo que hay detrás” y hay varias teorías, una de las cuales indica que los síntomas serían provocados por reservorios del virus que permanecen en ciertas áreas del cuerpo después de la infección.
“Lo que podemos estar viendo es que las inoculaciones le están dando al sistema inmunológico un impulso adicional, lo que le permite llegar a los bolsillos del cuerpo donde se ha estado escondiendo el virus”, explicó.
La otra teoría indica que el virus desestabilizaría el sistema inmunológico, ya que algunos estudios sugieren que COVIDD-19 puede afectar las mitocondrias, la central eléctrica dentro de las células que les suministra energía. Los expertos dicen que esto puede hacer que el sistema inmunológico funcione mal y ataque las células sanas. Se ha observado una disfunción mitocondrial similar en pacientes con síndrome de fatiga crónica, que comparte muchos síntomas con Covid prolongado.
Para Strain esta es la teoría más plausible y sostiene que las vacunas, incluso temporalmente, están apagando esta respuesta inmune hiperactiva. “Es posible que, al enfocar el sistema inmunológico en el acto de desarrollar anticuerpos COVID-19, pueda restablecer las células que están fallando. Es similar a apagar una computadora defectuosa en el enchufe y reiniciarla”.
Respecto de la escases de vacunas que ya existe para proteger a las personas de que contraigan la enfermedad, el científico señaló: ‘Una vez que se hayan creado nuevas vacunas, no habrá necesidad de las vacunas originales, que fueron diseñadas con la variante inicial de COVID-19 en mente. Estas serán las vacunas que usaremos en los ensayos “.
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La encuesta se llevó a cabo del 23 de marzo al 6 de junio. Fue contestada por 273 participantes procedentes principalmente de Madrid (25,3%), País Vasco (12,5%) y Aragón (12,1%), seguidos de Cataluña (11,7%), Andalucía (10,3%) y la Comunidad Valenciana (8,4%).
Otro dato demográfico de interés fue la mediana de edad, entre 30 y 60 años, aunque también han contestado otros grupos etarios de entre 18 y 22 años, y mayores de 70 años, 84,2% (230) integrado por mujeres, coincidiendo con el perfil de los afectados de COVID-19 persistente de la anterior encuesta realizada en 2020 por la SEMG sobre sintomatología e incapacidad de COVID-19 persistente, con 1.834 participantes, 79% constituido por mujeres, con media de edad de 43 años.
Perfil profesional sanitario mayoritario
En cuanto al perfil profesional de la encuesta actual, la mayoría (67%) la integra el grupo de profesionales sanitarios, pionero en recibir la vacuna y muy expuesto al contagio en la primera ola por la falta de equipos de protección personal; actualmente 96% (262) de los encuestados continúa con sintomatología persistente. De estos 262 pacientes la mayoría se contagió en marzo de 2020 (53,1%: 139 personas) y en octubre (12,2%: 32 personas), coincidiendo con el inicio de las dos olas más fuertes de la pandemia (marzo-abril y octubre-noviembre).
Otro dato, en consonancia con la población sanitaria participante, señala que las vacunas administradas de forma mayoritaria fueron las de ARN mensajero de Pfizer (69,9%), de Moderna (15,1%) y solo 12,8% de AstraZeneca.
¿Efecto temporal o duradero?
Del estudio se deduce que en determinado porcentaje de pacientes la vacuna puede provocar mejoría, sin embargo, “falta mucho conocimiento en relación a la COVID-19 y especialmente en relación a la COVID-19 persistente, y todavía no puede decirse que las mejoras o empeoramientos observados tras la vacunación se mantengan de forma permanente o sean meramente temporales”.
Con información de Medscape
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