“El 14 de abril de 2002, mientras patrullaba rutinariamente el Océano Índico, un barco de la Armada francesa vio un bote con dos pasajeros a bordo. Llevaban 20 días a la deriva”, así comienza el relato del psiquiatra e historiador Luc-Christophe Guillerm, quien para la revista especializada Scientific American ha desarrollado una profunda investigación sobre los aprendizajes que el “síndrome del náufrago” tiene para volcar a la actual pandemia.
Según su historia, los franceses tras naufragar, habían escapado en un bote salvavidas de siete metros de eslora. Sobrevivieron a la exposición, al sol abrasador y a un motor roto bebiendo agua de lluvia y comiendo besugo que pescaban en el mar con arpones. Después de recorrer 750 kilómetros, la supervivencia de los pasajeros parecía milagrosa.
Cada año, surgen historias de personas que logran aguantar semanas o meses a bordo de una embarcación simple. Algunos de estos relatos son legendarios. El récord actual de resistencia lo tiene el pescador salvadoreño José Salvador Alvarenga, cuyo barco fue arrastrado mar adentro por fuertes vientos y una tormenta antes de quedarse sin combustible. Entre mediados de noviembre de 2012 y finales de enero de 2014, un período de 438 días y una distancia de 9.000 kilómetros, Alvarenga cruzó el Pacífico a la deriva. Durante los primeros cuatro meses estuvo acompañado por un compañero de trabajo, que luego falleció.
Algunos supervivientes de un naufragio dejan relatos de testigos presenciales, lo que permite explorar una cuestión fundamental: además de los requisitos materiales para mantenerse con vida, ¿cómo afrontan psicológicamente los supervivientes tal terrible experiencia? “Naufragar es una de las experiencias más calamitosas que le pueden pasar a un ser humano -afirma Guillerm-. El impacto inicial es severo: las víctimas de un naufragio ven hundirse su barco, sienten el contacto helado con el océano y deben encontrar rápidamente una solución.
En unos pocos minutos, pueden encontrarse en un bote salvavidas tosco pero más o menos bien equipado, por un período de tiempo indeterminado. A menudo están solos, perdidos en la inmensidad del océano, sacudidos por olas por todos lados que arrasan el horizonte. Cuando las víctimas van acompañadas de otras personas, sufren menos de soledad, pero la situación se produce a costa de la privacidad. No pueden estar solos ni por un segundo”. En un instante, un naufragio trastorna todos los puntos de referencia, ya sean materiales, emocionales, sociales o sensoriales. El sentimiento es de espantosa separación, acompañado de una ansiedad aguda y, a veces, de pánico.
Una vez pasada la fase aguda del naufragio, surge una gran incertidumbre. “Para las personas que no están acostumbradas al mar, las condiciones de vida son casi imposibles de imaginar -indica el psiquiatra-: el inminente riesgo de muerte; el encierro; el aislamiento absoluto y sin tregua; la total falta de comodidad; la espantosa higiene; la humedad constante; el ataque de la sal y el sol sobre la piel; el frío glacial en algunos casos; el insomnio; el mareo; y los dolores musculares de posiciones incómodas, sin mencionar la falta de agua y comida”. La lista es interminable. La fatiga extrema sigue rápidamente, acentuada por las dramáticas circunstancias del naufragio.
Psicológicamente, las víctimas de un naufragio pasan por una experiencia extremadamente dolorosa. Sienten constantemente una ansiedad sorda, que en ocasiones se convierte en terror, en función de imprevistos, como la aparición de tiburones, la deflación o vuelco del bote salvavidas, la aparición de enfermedades y la muerte de un acompañante.
El principal riesgo en el momento del naufragio es el pánico. Sin embargo, con el tiempo evoluciona hacia la pasividad, el peor enemigo del náufrago. “La pasividad está naturalmente ligada a la monotonía de la vida a la deriva, pero también a la desesperanza, que puede aparecer rápidamente y tener consecuencias fatales. Después de unas semanas, algunos sobrevivientes se vuelven indiferentes a todo y básicamente se dejan llevar”, un paralelo que el especialista asocia con la pandemia.
Otro rasgo psicológico observado en los sobrevivientes de un naufragio es la profunda transformación de su conexión con la realidad, que incluye una percepción alterada del tiempo y la difuminación de los límites espaciales. La impresión de haber vivido siempre en el mar y estar fuera del tiempo se afianza rápidamente a medida que el presente se expande, borrando el pasado y el futuro. “A menudo se producen alteraciones en la percepción de la realidad, incluidas ilusiones y, a veces, alucinaciones”, continúa-. Pueden contribuir varios factores, como la alteración constante del sueño, los trastornos metabólicos, la fatiga y la deshidratación, así como una defensa contra la ansiedad y una identificación espiritual con la naturaleza. Esta identificación a menudo puede verse reforzada por la experiencia de un “sentimiento oceánico”, la sensación de ser uno con el universo, que fue descrita notablemente por Sigmund Freud en su libro de 1929 Civilization and Its Discontents.
Después de un período inicial de desesperación y desesperanza, los náufragos no tienen más remedio que recuperarse. Muchos de ellos persiguen estrategias positivas y activas, aunque estas pueden estar intercaladas con fases de profundo abatimiento. El primer paso a menudo consiste en hacer un balance de la situación y planificar qué hacer a continuación: hacer un inventario de los alimentos y el equipo de supervivencia, guardarlos en el bote salvavidas y estimar cuánto tiempo pasará antes de que llegue la ayuda. “Este paso es esencial en la lucha contra la complacencia y la ansiedad con el fin de desarrollar la sensación de recuperar el control”, explica Guillerm.
Ante el peligro, la reacción psicológica de los náufragos, especialmente el estrés, depende de cómo evalúen su capacidad para controlar los acontecimientos y afrontar la situación. El “control percibido” es una habilidad subjetiva que varía de un individuo a otro, pero también se basa en consideraciones objetivas, como los materiales disponibles y los alimentos. En consecuencia, es probable que varios factores lo favorezcan, como la información sobre la situación, el conocimiento de las reglas de supervivencia y otras historias de náufragos y, en particular, el rechazo a la inactividad.
De este modo, cualquier número de actividades puede devolver la sensación de control: recoger agua de lluvia, mejorar la técnica de pesca, hacer fuego para cocinar un albatros o atrapar una tortuga. Después de su naufragio en las Islas Salomón en 1990, la regatista francesa Claudine Paré-Lescure escapó en un bote inflable y utilizó los remos para construir un mástil improvisado. Aunque su barco era difícil de maniobrar, el simple hecho de avanzar tuvo un efecto saludable en su estado de ánimo.
Creer en la capacidad de uno para controlar los eventos y sentirse involucrado en actividades son dos de las tres características de la resistencia al estrés propuestas en un estudio de 1979 por la psicóloga Suzanne Ouellette, quien también empleó el término “resistencia”. La tercera característica es anticipar el cambio de manera positiva. “Entre las personas bajo estrés, quienes ven el cambio como un desafío seguirán siendo más saludables que quienes lo ven como una amenaza -escribió Kobasa-. Las personas que se sienten positivas por el cambio son catalizadores en su entorno y tienen mucha práctica para responder a lo inesperado”.
Aparte de la sensación de recuperar el control, las diferentes actividades que marcan el ritmo del día tienen otra ventaja. Ayudan a combatir la expansión insoportable del presente creando una percepción segmentada del tiempo centrada en la experiencia actual. Bañarse, desayunar, pescar, ordenar, almorzar, tomar una siesta, jugar, dormir. Establecer estas rutinas no es fácil porque significa desconocer la condición de naufragio. Pero es un reflejo saludable.
Más importante aún, las rutinas diarias proporcionaron estructura y la apariencia de una vida organizada, evitando la ansiedad que habría resultado de deshacerse de todas las reglas habituales. Mantenerse ocupado, sin embargo, no es la única forma de regular el día. Cualquier cosa que rompa la monotonía es útil, observó Xavier Maniguet, médico y especialista en supervivencia, en su libro Survival: How to Prevail in Hostile Environments. “Para hacer frente a la aparente nada, el náufrago debe estructurar su paisaje. Nubes y olas, amanecer y anochecer, tormentas y oleajes, vida marina y aviar: todo debe convertirse en un evento, una excusa para la reflexión, una oportunidad para actuar, todas y cada una de las razones para romper un ciclo desesperadamente repetitivo”.
Creatividad e imaginación
Sin embargo, la cantidad de tiempo a la deriva y la dureza de las condiciones materiales provocan un sufrimiento sustancial. No basta con recurrir a actividades o eventos. Otra dimensión surge de los relatos de personas que han sobrevivido a situaciones extremas, ya sea en el mar o en la montaña o incluso bajo prisión y tortura, a saber, una asombrosa capacidad para usar la imaginación y un espacio interior. De esta forma, los náufragos compensan su entorno hostil con pensamientos y ensoñaciones que los llevan a otros lugares o les recuerdan a sus seres queridos.
Las imágenes mentales parecen ser muy efectivas para regular las emociones y escapar. No es necesario fantasear con aventuras extraordinarias. La realidad ya está lo suficientemente fuera de lo común, y la monotonía hace el truco. Los temas frecuentes son la comida, en particular las comidas y la planificación del menú. El límite entre ensueño y alucinación puede difuminarse. Algunos sobrevivientes de naufragios relatan visiones de submarinos entregando pan fresco, amigos preparando mousse de chocolate en su cocina o simplemente agua fresca. En otras ocasiones, las personas logran sobrevivir psicológicamente mediante la planificación de proyectos. Cualquier idea, incluso una utópica, servirá: construir un barco o una casa, hacer jardinería o probar recetas. En cierto modo, pensar en el futuro es creer en la supervivencia.
“Es necesario movilizar todos los recursos cognitivos de una persona”, sostiene Guillerm. Los seres humanos tienen la capacidad de manejar sus emociones procesando cognitivamente situaciones y pensamientos para levantar su estado de ánimo, limitar la ansiedad y mantener la esperanza. En 1984, los psicólogos Susan Folkman y Richard Lazarus desarrollaron lo que se conoce como el “modelo transaccional de estrés y afrontamiento”. La idea es que el estrés no depende tanto de los hechos como de la forma en que se perciben e interpretan.
“Por este motivo, ante el peligro, es mejor evitar centrar toda la atención en el riesgo en cuestión porque de lo contrario podría volverse abrumador y desencadenar un estrés agudo que es muy difícil de controlar”, completa el especialista.
En la supervivencia diaria, el objetivo es buscar una “corrección cognitiva” a las emociones y pensamientos negativos. El beneficio va mucho más allá de mantener a raya el estrés. Abordar los desafíos encontrando una especie de contrapeso es otra técnica útil. El hambre atroz se puede combatir comparándola con la hambruna real o con la situación precaria en la que viven muchas personas mayores. En 1966, los paracaidistas británicos John Ridgway y Chay Blyth se convirtieron en el segundo equipo en remar a través del Atlántico en un bote abierto, desafiando tormentas, frío y casi hambriento. Como se relata en su libro A Fighting Chance, Blyth observó: “¿Qué pasa con los miles de jubilados que no tienen nada más que comer todos los días que nosotros?” La misma estrategia se observó en los supervivientes del naufragio de Medusa. Y en su libro Survive the Savage Sea Dougal Robertson, quien se sentía culpable por haber arrastrado a sus hijos a una aventura, describió cómo buscaba aliviar su conciencia “con la idea de que se habían beneficiado mucho de su viaje y que nuestro hundimiento era tan imprevisible como un terremoto, o un accidente de avión, o cualquier cosa“.
Si bien constituyen un arma esencial, estas técnicas para lidiar con las emociones dolorosas solo son efectivas cuando van acompañadas de una mentalidad alterada. Las personas que sobreviven a la experiencia de un naufragio enfatizan la profunda transformación interior de adquirir una nueva identidad: la de un náufrago que vive en una balsa. “Es decir -indica Guillerm-, es fundamental que, en un momento determinado, los náufragos acepten su situación y el sufrimiento que conlleva y encuentren la forma de resignarse a ella, pero solo si se trata de una resignación positiva. Por contradictorio que parezca, esta expresión no tiene nada que ver con el significado corriente de darse por vencido, sino que subraya la aceptación de las limitaciones, seguida de la adaptación”.
El mismo tipo de transformación se ha observado en los astronautas, como relata el médico Jean Rivolier en su libro francés L’Homme dans l’Espace (Hombre en el espacio). Durante un experimento realizado por el psicólogo Michael Novikov en la Unión Soviética en la década de 1980, se aislaron tripulaciones de cinco hombres en una habitación de 50 metros cuadrados durante cinco a 12 días en condiciones higiénicas muy básicas. Algunos de ellos fueron más o menos capaces de aceptar estas condiciones, mientras que otros se centraron en los aspectos negativos y sufrieron en consecuencia. Los hallazgos experimentales mostraron que la actitud positiva fue más efectiva, resultando en menos estrés, menos emociones negativas, menos conflictos y una mayor capacidad de trabajo.
En una conferencia de la Agencia Espacial Europea sobre el estrés en entornos extremos en Toulouse, Francia, en 2001, el organizador del evento, Daniel Marcaillou, afirmó que los astronautas en su camino a Marte deberán ser “capaces de producir felicidad y mantener un diálogo interno, un modo interno de comunicación”. Su capacidad para hacer eso “dependerá del tipo de pensamientos que tengan en ese momento”, dijo. “Hemos hecho observaciones similares con víctimas de naufragios -explica el especialista-. Los sobrevivientes tienen habilidades imaginativas excepcionales que les permiten proteger su privacidad aislándose internamente de los demás, combatir el aislamiento visitando virtualmente a sus seres queridos y mitigar el sufrimiento recreando un mundo internamente feliz”.
La forma más eficaz de lograr una resignación positiva es construir un “espacio de transición”. Desarrollado originalmente por el pediatra y psicoanalista Donald Winnicott, este concepto fue definido en 1979 por el psicoanalista René Kaës como un “lugar donde se elabora la experiencia de estar en el punto de ruptura de algo”. En otras palabras, es un espacio a caballo entre lo real y lo imaginario, como en el juego, que permite la transición entre la realidad interior y un mundo exterior a veces hostil. El náufrago crea una “neocultura”, la del habitante de una balsa aceptando su destino, con una estructura, actividades y modo de vida organizados.
El hecho de que muchos supervivientes de un naufragio hayan mostrado una resistencia excepcional y hayan logrado encontrar las estrategias psicológicas adecuadas también es el resultado de la preparación. Ser navegante requiere formación, disposición para afrontar la adversidad y capacidad para afrontar las situaciones más extremas, así como la adquisición de una cultura específica. En parte, esta es la razón por la que los naufragios de los transatlánticos son los más mortales. No solo hay muchos pasajeros, sino que también son inexpertos.
“Algunas de las estrategias psicológicas de los sobrevivientes de un naufragio pertenecen a la pandemia que ha llegado a todos los rincones del mundo -afirma Guillerm-. A medida que los bloqueos intermitentes se prolongan, somos un poco como náufragos a la deriva en las olas, escaneando desesperadamente el horizonte en busca de rescate. Este período puede ser el más difícil de soportar. La resistencia comienza a menguar y la lasitud comienza a establecerse”.
Para los psiquiatras especializados en casos de naufragios la principal lección es el valor de la aceptación porque habrá que vivir con el virus durante mucho más tiempo de lo que se esperaba. “Probablemente lo estamos todavía demasiado concentrado en la idea de una solución futura en la expectativa bastante inútil de volver a nuestra existencia anterior en lugar de aprender a vivir de otra manera -advierte Guillerm-. Los náufragos nos enseñan la importancia de la resignación positiva, que consiste en aceptar las limitaciones adaptándose a ellas. Necesitamos cambiar nuestro pensamiento y crear una nueva vida, o neocultura, un término que Kaës usó para referirse a situaciones de crisis que alteran las rutinas diarias”. La neocultura actual del enmascaramiento y el distanciamiento social es dura, traumatizante y desalentadora. Pero oponerse a ella y tratar constantemente de moverse o luchar contra ella solo empeorará las cosas. La humanitaria francesa Sophie Pétronin fue rehén en Malí durante cuatro años. Tras su liberación el 8 de octubre de 2020, comentó sobre su detención. “Si acepta lo que está sucediendo, no saldrá tan mal -dijo-. Si te resistes, te harás daño”.
Aceptar no significa abandonar el optimismo. Hay situaciones peores y las cosas eventualmente mejorarán. Esto es a menudo lo que se dicen los náufragos. Los náufragos también sobreviven gracias a otras técnicas que se aplican a la vida bajo COVID-19, especialmente durante los períodos de encierro: gestionar las relaciones con los demás evitando quejas inútiles y repetitivas y no comunicando preocupaciones constantemente; mantener la calma y la alegría en torno a la familia; usando humor; reorganizar creativamente la vida diaria y establecer determinadas rutinas; aprender a ser paciente y disfrutar el momento presente y estar dispuesto a renunciar a las aficiones habituales. “También es importante usar la imaginación para planificar viajes futuros o un proyecto de vida o simplemente imaginarse tomando un café en una terraza soleada mientras se leen noticias en paz”.
En esencia, el bloqueo es una contradicción directa con una sociedad de consumo basada en la gratificación instantánea. Muchos náufragos ven el cambio como un desafío más que como una amenaza, lo que les ayuda a sobrevivir. “COVID-19 ofrece la oportunidad de acercarnos a un estilo de vida más moderado y respetuoso con el planeta”, concluye Guillerm.
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